El grito de «¡Vivan las 'caenas'!» la muchedumbre aclamaba a Fernando VII a su vuelta del dorado exilio francés. El fervor era tal que hasta algunos desengancharon los caballos del carruaje real y se pusieron ellos a tirar del mismo. En el país que inventó la palabra 'liberalismo', ser liberal siempre ha sido peligroso, y si no que se lo pregunten a Torrijos y a los 48 valientes (entre ellos un niño) fusilados junto a él en una playa de Málaga en 1833.

Antes de que se inventara el socialismo, el marxismo, el comunismo, el fascismo, el nacional socialismo o el anarquismo hubo un puñado de hombres y mujeres que se levantaron pidiendo cosas tan obvias como la separación de Iglesia y Estado, la independencia de los poderes o el respeto a los derechos individuales. Los que defendemos la libertad y el orden constitucional, esa Ley máxima que nos protege de iluminados y caudillos salvadores, siempre lo hemos tenido difícil, tanto antes como ahora.

Desde 1812 en que se promulgó la primera Constitución liberal (en términos decimonómicos), los liberales hemos luchado contra el absolutismo y los poderes fácticos sin tregua. Se nos ha tachado de todo, mata curas, herejes o incluso traidores. Aguantamos a pie firme cuando las partidas absolutistas se lanzaban a la carga gritando «¡Viva el Rey y la Iglesia y muera la Constitución!». El único enemigo común que todas las ideologías han tenido a lo largo de los siglos ha sido siempre uno: el liberalismo. Es normal, porque otorga al individuo todo el poder y derechos inalienables y convierte a la población en algo ingobernable para aquellos que tienen un plan y un destino común. Y eso es inaceptable para muchos. De lo primero que se jactaron los líderes nazis antes de empezar a matar a todo lo que se movía y no llevara una esvástica en la solapa, era de que ya no quedaba un solo liberal en toda Alemania: era imprescindible acabar con ellos para poner en marcha su plan supremacista.

Ahora también hay quien quiere liquidarnos del mapa político, molestamos. Pero el periodo liberal fue el elemento más determinante para la construcción de la España contemporánea. La Nación soberana, la Constitución como salvaguarda de los derechos de los ciudadanos y reguladora de los poderes del Estado, el sistema representativo o la ampliación paulatina del sufragio universal son algunos ejemplos. En 1834, solo había cuatro países con un régimen constitucional, y uno de ellos era España, que estableció el sufragio universal masculino en su Constitución de 1869, la más liberal del momento. Se creó un mercado nacional y la unidad bancaria, una red de transportes y se consolidó una estructura económica liberal que ha marcado la historia de nuestro país. La educación fue otro de los pilares liberales con la Ley de instrucción pública de 1857 o la creación de la Institución Libre de Enseñanza en 1876.

La legislación social fue igualmente logro de nuestros antepasados políticos, a pesar de que ideologías posteriores hayan querido adueñarse de este logro. Tanto el liberalismo progresista como el conservador adoptaron medidas en el último cuarto del siglo XIX y a principios del XX para regular los conflictos colectivos, la invalidez laboral, la higiene y la seguridad en el trabajo, así como para garantizar los derechos de asociación, manifestación y huelga. Trabajar ocho horas diarias, el día de descanso, la inspección laboral o la regulación del retiro y el derecho a la huelga no son logros de la izquierda en España, sino de Gobiernos liberales.

A pesar de todos estos logros incuestionables, es cierto que no hemos sido capaces de crear una cultura política liberal, con fuertes pilares arraigados en el constitucionalismo y el parlamentarismo. Vivimos en un sistema de democracia liberal y, sin embargo, somos uno de los pocos países europeos que no contaba hasta ahora con una opción política genuinamente liberal como es Ciudadanos. Y antes, como ahora, seguimos teniendo que luchar contra los enemigos del liberalismo, que fantasean en sus proclamas con nuestra desaparición cada vez que hay elecciones. Lo de menos es la excusa (ahora es nuestra supuesta incapacidad), pero no se dejen engañar, nos atacan en lo personal para acabar con el proyecto liberal de este país.

Llevamos siglos luchando por la libertad y muchos valientes dieron su sangre por ella. Hemos caído y nos hemos vuelto a levantar, y aquí seguimos y seguiremos, pese a quien le pese.