Si Berlanga estuviera vivo estoy convencida de que estaría tomando notas para el guion que continuaría la saga de La Escopeta Nacional y Patrimonio Nacional. En ellas retrataba las aventuras del Marqués de Leguineche, un noble venido a menos que reivindicaba su clasismo patriotico en plena época de la transición, muy crítico y ácido, que en los tiempos que corren no desentonaría.

Perdónenme, pero con la que está cayendo no queda más remedio que tirar del humor para poder digerir los acontecimientos a los que estamos siendo testigos.

Polarización de los discursos, enfrentamientos, nulo sentimiento de Estado y unidad entre las fuerzas políticas, violencia callejera, heridas abiertas del pasado. Lejos de conciliar, se sigue manipulando el discurso con beneficios electoralistas, algo muy irresponsable, que sólo colabora a aumentar la crispación social.

Este es el panorama de las últimas semanas; poca broma, diría Tricicle. La sentencia del Procés y la Exhumación de Franco están sacando 'lo mejorcito' de cada casa: a la gent de pau y no tan de pau, a los que quieren ir a misa o a defender al Comandante Franco, entiéndame la ironía.

Nos desayunábamos hace dos semanas con una sentencia sin precedentes, que les confieso me ha hecho pasar por diferentes opiniones conforme han ido transcurriendo los días. Si el lunes, cuando se hizo pública, me pareció desproporcionada y que alejaba aún más las posibilidades de acercamiento entre el Gobierno de Pedro Sánchez y Torra ante el problema catalán, conforme han transcurrido los acontecimientos y la violencia tomaba las calles de Barcelona, resultaban policías heridos, quema de contenedores e intimidación hacia los medios de comunicación, he sentido impotencia y tristeza que me hacían condenar la actitud de un Gobierno activista, el catalán, que no ha estado a la altura de las circunstancias, abandonando a su suerte con su ambigüedad a todos los catalanes.

Llámenme loca si la agresión a la señora con una bandera de España, mientras pasaba una manifestación independentista, me pareció una provocación innecesaria que acabó de la peor manera, que condeno, por supuesto. Pero ¡ay las banderitas! No seamos demagogos; estos hechos, tanto de unos como de otros son lamentables y deben ser condenados, pero, por favor, hagamos autocrítica, y que dejen de incendiar para rascar votos. ¿Alguien ha visto el sentido común por algún lado? Porque yo no.

Se infringió la ley, lo sé. Hay que hacer cumplir la ley, también lo sé. Pero les diré, y aquí es cuando me meto en uno de mis jardines, que el problema catalánviene de errores del pasado con otros actores, que con el paso del tiempo y la nula voluntad de diálogo, se ha ido enquistando, dando como resultado el doloroso 1 de Octubre y el posterior esperpento de la proclamación de la República catalana durante escasos segundos.

Un plan perpetrado por unos ineptos que estaban jugando a políticos, tensando la cuerda sin pensar en las consecuencias que ha dado con sus huesos en la cárcel, y ya va para dos años y unos meses. No soy optimista en esta cuestión, pero recuerdo a Gila cujando veo el vídeo propagandístico de Torra a lo «¿Está el enemigo? Que se ponga», llamando a Sánchez.

Son infinitos. ¿No creen? Hay que ver la incapacidad para hacer su trabajo como políticos y gobernantes, pero lo bien que se les da arengar a la ciudadanía a que vote desde las emociones con sus manipulaciones a través de los medios y las redes sociales.

Y hablando de emociones, el pasado jueves vivimos un hecho histórico. He crecido en democracia, soy del 77.

Que España vivió cuarenta años de dictadura es un hecho indiscutible y es inconcebible que el dictador haya descansado en un mausoleo 44 años. Considero justo lo ocurrido, pero quizás la retransmisión en directo, el legionario, la banderita preconstitucional y los fascistas (que no nostálgicos) cantando el cara al sol y levantando el brazo fue un espectáculo friki al que solo le faltaba el mocito feliz.

Frivolidades aparte, los partidos políticos una vez más han aprovechado el momento para lanzar mensajes incendiarios, llamando, por ejemplo, a Pedro Sánchez, 'guerracivilista', término que me parece provocador, digno de fascistas. O qué me dicen de la ambigüedad de la derecha más moderada, tanto naranja como azul, que no han sido capaces de cerrar filas en torno al Gobierno, en favor de la concordia, como símbolo de unidad y sentimiento de Estado ante el triunfo de la democracia, por su decisión valiente. No, es mucho mejor no mojarse, no vaya a ser que pierdan votos por aplaudir la salida de Franco del Valle de los Caídos, así que lo decimos con la boca pequeña y volvemos a dar la turra con el 155.

Me río por no llorar y me anestesio pensando que los maestros Berlanga y Gila desde arriba lo están gozando, porque aquí abajo lo estamos padeciendo nosotros.

Ante la España de las banderas y los balcones, el pasado jueves todos tendríamos que haber sacado la bandera a la calle como símbolo de orgullo de país tras 44 años. Pero no, seguimos sin aprender.