Con los miles de peces muertos del Mar Menor aún calientes, con la laguna aún agonizante y a la espera de que alguien le lance un salvavidas antes de hundirse por completo, con la indignación a flor de piel nos tuvimos que enfrentar hace unos días al anuncio del presidente de esta nuestra Comunidad de que hemos iniciado el expediente para la declaración de Cartagena como Patrimonio de la Humanidad. De verdad que cuesta horrores y un tremendísimo esfuerzo tomarse en serio algunas promesas e iniciativas de nuestros políticos.

Hasta ahora pensaba que nos mentían gratuitamente, que se mentían incluso a sí mismos y se habían creado una realidad paralela en la que pretendían imbuirnos a todos. Hoy sé que no nos mienten, sino que nos han perdido el respeto por completo. Nos toman por tontos, por manipulables, por seres a los que pueden hipnotizar con sus palabras vacías y carentes de sentido, por niños a los que atraer y conformar con un caramelo. Y lo peor es que tienen razón.

Entramos continuamente en sus juegos, en sus falsas disputas creadas de la nada con el único fin de arrancar nuestro voto y, después, si te he visto, no me acuerdo, al menos hasta dentro de cuatro años o de unos meses, como ahora, porque la voluntad del pueblo del pasado mes de junio no les ha gustado y quieren ver si la del mes de noviembre les va mejor.

Nuestro presidente lleva poco tiempo al frente de la Región como para achacarle toda la responsabilodad de la degradación del Mar Menor. Los que le han precedido son los primeros a los que señalar. Pero lo que sí podemos exigirle es que no nos tome el pelo, que no juegue con nosotros, con nuestro orgullo de cartageneros, herido, desolado y aturdido al ver cómo, poco a poco, han acabado con nuestras playas y socavado la felicidad de nuestros mejores recuerdos.

Si nos respetaran, si nos tuvieran en cuenta, si les importáramos siquiera la mitad de la mitad de lo que le importan nuestros votos, lo primero que deberían hacer cuando vienen a vernos es agachar la cabeza y pedir perdón, en lugar de lanzar proclamas futuristas e irreales con tono triunfal y en modo mesías que viene a rescatarnos de nuestras miserias, cuando, en realidad, son parte de ellas.

Los cartageneros, supongo que como muchos, nos sentimos orgullosos de nuestras raíces, de nuestra historia, de nuestro patrimonio. El arraigo por lo nuestro es fuerte y si nos lo tocan, nos revolvemos y lo defendemos, a veces con más énfasis del recomendado y siempre con pasión.

Es insultante que en estos días en los que nos jugamos la supervivencia del mar de nuestra niñez, vengan a distraernos con ensoñaciones y se sirvan de nuestros sentimientos más profundos para tratar de borrarnos el gesto de preocupación por una sonrisa boba y complaciente. Es insultante que nos digan que un reconocimiento que no tenemos ni tendremos al menos en el próximo lustro atraería el doble de turistas a Cartagena de los que recibe ahora, cuando la aplastante y demoledora realidad evidencia que la fuga de turistas por la imagen de una costa putrefacta y maloliente ya ha comenzado.

Choca ver que nuestro presidente regional y nuestra alcaldesa posen juntos para vendernos esta engañifa. Y no es que los cartageneros no sepamos que nuestra ciudad es ese tesoro que las civilizaciones antiguas supieron apreciar y valorar para situarlo como uno de los puertos de referencia del Mediterráneo y del mundo conocido. Lo que no estamos dispuestos es a que quienes la tienen abandonada, los que no han sabido ni querido aprovechar su tremendo potencial vengan ahora a tapar sus lodos y sus fangos con caramelos insípidos e insustanciales. Nuestros castillos y fortalezas son protagonistas y espectadores en primera línea de la dejadez y el abandono al que nos someten y al que nos dejamos someter.

Las previsiones de asistencia a la manifestación del próximo miércoles 30 de octubre para salvar al Mar Menor son tan masivas que se ha modificado el punto de partida, por si no cabemos. Espero que la próxima vez seamos capaces de movilizarnos antes de que nos encontremos con lo que más queremos al borde de la muerte. Espero que nos dejen de encantar como a las serpientes y que no nos dejemos hipnotizar para que nos manejen y se rían de nosotros cuando quieran.