Si los restos del autor de la rebelión militar del 36 y protagonista de cuarenta años de brutal dictadura ya reposan (o van a reposar) en el cementerio de Mingorrubio y fuera del mausoleo nacional que se construyó a sí mismo con el dinero público de todos y la sangre y los huesos de miles de españoles que lo levantaron como esclavos, será quizá porque, al final, el refrán ha funcionado al revés, o sea, lo que mal empieza bien acaba. Lo que Sánchez comenzó a modo de selfie personal, midiendo mal los tiempos y dificultades, había que darle fin antes de las nuevas elecciones si no quería perder el prestigio empeñado. Abusó de prepotencia ante un Vaticano que es el que tiene la llave final, y ocultó al personal esa dependencia. Al final, el buen sentido y discreción del actual papa le ha hecho un favor, y los méritos propios, si bien algunos tiene, son menores de lo que presume. Lo he dicho, repetido y escrito muchas veces: se llama Concordato, tito Honorato.

Aunque hoy se llama Acuerdo (uno de 1.976 y cuatro en 1.979), y somete a España y al Vaticano a extravagantes concesiones propias del siglo XVI. Por ejemplo, el rey puede nombrar al vicario castrense, figura decimonónica donde las haya, si bien asignándole grado y sueldo de general de división (la bolsa o la vida? eterna). El Papa se obliga a consultarle los obispos que nombra (solo consulta) y el Estado se obliga a pagarles sus salarios, el de los sacerdotes y hasta el de los profesores de religión católica. Puede inmatricularse cuantos bienes anden sueltos por ahí y les venga en gana, y en esos bienes, versus templos sagrados y lugares consagrados, mandan ellos y no ningún Gobierno de turno, entre otros privilegios y suculentas gabelas. Pero el origen fue el Concordato de Roma, firmado en 1953 por el propio Franco, y publicado en el BOE bajo el encabezamiento siguiente: «En el nombre de la Santísima Trinidad?».

Existe una historia tan verídica como curiosa. En el año 1969 corría aquella corriente aperturista postconciliar del Vaticano II con los curas obreros soliviantando al personal y a su excelencia, y el Caudillo por la gracia de Dios se vio obligado a abrir una cárcel, solo para curas díscolos, en Zamora. Su entonces ministro de la Gobernación, Camilo Alonso Vega, planteó si no era ya el momento de romper con el Estado Vaticano y tratar a la Iglesia católica como a una simple religión, que es lo que era, y lo que es. «Camilo „le dijo el Generalísimo„, no te metas con los curas, que si la carne de cura es indigesta, la de obispo y cardenal ni te cuento». El dictador andaba por entonces irritado con Pablo VI por el alejamiento para con su nacionalcatolicismo.

Y es que él mismo, bajo palio, sí, pero estaba atado y bien atado a su propio Concordato del 53. Y le estaban tocando los galones? Por cierto, el primer abad de su monasterio, Justo López de Urbel, era a la vez consejero del Movimiento, procurador en Cortes, y miembro activo del Consejo Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas, por si alquien quiere saberlo). El mismo Carrero Blanco urdió un convenio con el Estado para entregar a los benedictinos todo el poder de uso y gestión sobre la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Así que, si el actual cerril prior se ampara en la 'inviolabilidad de los centros de culto' tras sus maitines y su caralsol es porque sabe que aún puede hacerlo. Lo demás son malos disimulos y peores excusas.

Por eso mismo que días antes del numerito de circo, la vicepresidenta en funciones, Carmen Calvo, se dio otra vueltecica por el Vaticano (esta vez de cuasi incógnito y sin las chulerías de la primera), y sin luz y taquígrafos, ni más medios que sus medias, para ya que casualmente pasaba por allí, saludar al papa Francisco y a su secretario de Estado, monseñor Pardín, y aprovechar de paso para preguntarles 'qué hay de lo suyo'. Porque estos y aquellos saben que quien manda en la basílica de Franco es la autoridad eclesiástica, eso sí, con el silencio cómplice de la Conferencia Episcopal Española, y allí representada por el abad benedictino de los santos cajones.

Lo que yo no acierto a comprender es cómo, con tantas décadas de democracia a cuestas, todo esto se sigue ocultando y escondiendo a la gente, usando de engaños, patrañas y artimañas para no reconocer la realidad, y utilizando subterfugios absurdos para dar a entender lo que no se corresponde con la verdad. Entiendo que tampoco el personal estamos por la labor, no sea que nos quiten las fiestas del patrón o de la patrona, también sufragadas por lo civil, naturalmente. Pero sea por demagogia o por pura incultura, la casa sigue sin barrer.

Y eso cuando en ningún país de Europa, y casi ninguno del mundo, existen esos débitos y ataduras entre Estados laicos y libres y una religión, no se entiende que España siga sometida a una Iglesia como en los tiempos oscurantistas de Fernando VII. Mucho menos en Gobiernos que se dicen a sí mismos liberales y avanzados? y de izquierdas. Resulta incomprensible. Y un insulto a la inteligencia.