esulta cuanto menos interesante comprobar cómo años de propaganda independentista en el extranjero se ven más y mejor contrarrestados por dos contenedores quemados que por la (in)acción de nuestros sucesivos Gobiernos nacionales.

Los españoles nos hemos acostumbrado a dos axiomas matadores: nosotros comunicamos mal, bien porque no sabemos hacerlo mejor, o bien porque no nos interesa; y ellos venden su relato de manera inmejorable y todos en el extranjero se lo han comprado.

Ser conscientes de los defectos propios y de las virtudes del contrario suele ser un sano ejercicio de autocrítica, pero en el caso del golpismo catalán ha pasado a convertirse en autocomplacencia. Asumimos como normal que la Alta Comisionada para el respeto a los Derechos Humanos del Consejo Europeo, sea cual sea su función, ponga tuits acusando a nuestro país de brutalidad policial. Hemos dado por hecho que es normal que el grupo de los verdes en el Parlamento Europeo proponga un debate en pleno sobre la Sentencia, como si todos los eurodiputados aspirasen a ser tertulianos de La Sexta dando su opinión en cinco minutos de información previa de algo sobre lo que nuestros jueces llevan meses deliberando. Damos por sentado que es lógico que nuestra izquierda patria pida amnistía para los líderes de extrema derecha catalana xenófoba, esos que están al dictado de los que nos llaman a los demás bestias con forma humana o que dicen que su ADN es más parecido al de los franceses que a los del resto de españoles.

Nos hemos acostumbrado a ser mediocres salvando a nuestra nación de aquellos que aspiran a romper con ella, y hemos entendido que nuestra mediocridad es algo tan inherente a nosotros que ni siquiera debemos buscarle solución. Que la mayor acción propagandística que hayan hecho nuestros Gobiernos en los últimos años sea grabar dos vídeos en inglés diciendo que somos una democracia (excusatio non petita, accusatio manifesta), es una broma de mal gusto a la que los españoles tenemos la obligación de enfrentarnos.

Ya es hora de que empecemos a contar nuestro relato, que no es otra cosa que la verdad: el independentismo catalán es un movimiento xenófobo de aquellos que creen que por haber nacido en Llobregat en vez de en Lorca son superiores a usted o a mí. Son esos que dicen que los murcianos somos analfabetos funcionales que vamos a Cataluña a servirles, mientras aguardamos a los que se quedan aquí arando el campo a la espera de limosna. El independentismo catalán es esa ideología por la que unos señores de Gerona quieren separarse de España porque odian pertenecer a un país en el que formemos parte nosotros.

El relato contra el golpismo no puede seguir siendo una amalgama de concatenaciones jurídicas sobre porqué tal precepto de la Constitución se ha incumplido o no; tiene que ser la explicación de quiénes son aquellos que queman contenedores porque se repudian a sí mismos sabiéndose en igualdad de condiciones que los murcianos.

El Gobierno nos ha dejado tirados a usted y a mí para complacer a aquellos que nos odian. Y si ellos no nos defienden, tendremos que buscar a quien lo haga. O al menos, no resignarnos a dejarnos insultar. Ya sería un avance.