Un país de pobres. Y un pobre país. Las dos cosas, las dos a la vez, como se representa a Jano Bifronte, el dios de las puertas, los comienzos, los portales, las transiciones y los finales. Un país de pobres y un pobre país, y no consecutivamente, sino a la par. Siempre España tiene que dolernos, helarnos el corazón y la razón también.

Hay un país pobre, dice el periódico de la mañana, un país con cerca de 12,2 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social. El 26 por ciento de la población, según el informe presentado la Red Europea de Lucha contra la Pobreza (EAPN-ES).

La pobreza se esconde en hogares de gente corriente, ya no es una pura cuestión de marginalidad. Ahora cualquiera es o puede ser pobre en cualquier momento. La sociedad de la opulencia va dejando un rastro de desheredados, gente que sobrelleva con toda la dignidad que puede lo que Juan Gil-Albert, el maravilloso poeta, llamó en un poema 'la ilustre pobreza': («en la mesa unos frutos, pan, el agua,/ un aceite dorado, una sal gruesa/ Mi madre dice: todo se ha gastado/ nada quedó. ¿Qué haremos? Y una nube/ como de luz me envuelve, una promesa/ de rebasar lo sórdido del mundo»).

Pero no es exactamente lo mismo. Gil-Albert defendió toda su vida el ocio como forma, como opción de vida, sobreponiéndolo incluso a las carencias materiales. Pero el ocio no es igual que el paro, y su 'ilustre pobreza' no era similar a la miseria de los españoles que se van a la cama sin cenar y sin dar de cenar a sus niños, excepto por aquello de 'lo sórdido del mundo'.

Y también es España un pobre país, un país que se incendia a sí mismo por una de sus esquinas, como se incendian las cartas, los pañuelos, las prendas de amor. Un pobre país que arde en las calles sin terminar de encajar sus identidades, sus lazos de unión, sus fraternidades.

Es un pobre país España, desubicado, sin rumbo, sin camino. Duele España así, desorientada, con un incendio al noreste y la miseria por todas partes, en crisis permanente de identidad y economía. Duele España así, continúa doliendo. España es un sufrimiento crónico que no mejora, que no se alivia. España está enferma de pobreza, y la pobreza es un invierno crudo y sin salida, un tiempo y un espacio donde siempre hace frío y la luz va mermando con una insobornable voluntad de abismo. Esta España, este pobre país pobre, hiela el corazón de sus hijos constantemente, inevitablemente, y a veces cree uno que sin esperanza.