El hilo del pensamiento no sigue ningún orden preestablecido: ni cronológico ni de relevancia ni es predecible ni lineal. Es cambiante en cuanto al tono, al ritmo, al ánimo, a su velocidad y no sigue una lógica que podamos controlar. Estos no son datos contrastados ni científicos ni nada que se le parezca, solo estoy reflexionando a última hora y con prisas, como siempre, porque algo he de escribir para este jueves.

El caso es que recientemente he estado en Madrid, firmando mis Palabras bajo la almohada. Sin duda una experiencia única, divertida, intensa, estresante, maravillosa, placentera y cargada de eso que tienen las primeras veces, eso que las hace únicas e irrepetibles, al menos de momento. Yo lo he vivido sin mucha consciencia ni análisis y dejándome llevar por la situación y el momento. Echando de menos a personas importantes y sorprendida por aquellos que han estado y no esperaba. Un poco al tuntún y , probablemente, sin sacarle el partido que se supone que se ha de sacar a este tipo de eventos. En fin, siguiendo la línea editorial de mi vida.

Todo el mundo me pregunta qué tal. Yo respondo que genial, que me lo he pasado divinamente y he recibido mucho cariño de la gente. Pero insisten: «¿Mucha gente?» «¿Cuántos has firmado?» «¿Cuántos has vendido?» «¿Llevas muchas ventas?».

Yo de estas cosas no tengo ni idea. Yo no sé nada de números ni de ventas ni de venderme. Yo no entiendo que la felicidad vaya unida a la rentabilidad. A mí no me entra en la cabeza que sacarle el jugo, sacarle partido a la vida, a las cosas o las situaciones se equipare a obtener un beneficio económico que compense el esfuerzo o el placer. Que no lo entienda no significa que no haya de ser así. Es solo eso: ni lo entiendo ni lo pienso ni lo valoro, pero luego, como todo hijo de vecino, me llega la hora de pagar en el súper, pagar facturas, pagar las consecuencias, pagar por respirar...Bueno, pero yo no quería hablaros de eso.

Al día siguiente de la firma, quedé con Nuria y Kirian, de la editorial MueveTuLengua, para hacer una grabación: una pequeña entrevista y la lectura de un par de fragmentos del libro. Me lo pasé fenomenal: puros nervios, pura risa, todo mal, todo genial. La grabación tuvo lugar en un piso antiguo por la zona de Lavapiés, con la puerta de entrada de madera vieja, de esas con aldabas para llamar y un portal con encanto, en el que nadie había visto la necesidad de instalar un timbre. Desde el balcón del segundo piso, Nico, el cámara italiano con una gata sordomuda, llamada Pereza, que llevó a cabo la grabación (el cámara, no la gata), nos dejó caer una llave protegida con una pequeña bolsita y nos permitió acceder a una realidad paralela.

No tengo tiempo, espacio ni ganas de describir aquel piso porque hay cosas que se disfrutan más así, guardándolas en la memoria y el corazón. Solo puedo decir que no se parecía a nada de lo que había visto y quizá nada de aquello fuese real. Es más, espero que no lo fuese. Esta boca murciana y esta lengua veloz, que me había abrasado el día anterior en la cafetería del tren, me jugaron malas pasadas que es mejor pasar por alto.

El caso es que estando allí Kirian y Nuria me pidieron que, próximamente, les contase «25 cosas sobre mí». Lo primero que pensé es que yo no sé, ni de coña, 25 cosas sobre mí. Es más, yo no sé 25 cosas sobre nada. Pero esa idea se quedó revoloteando en mi cabeza y por la noche lo comenté con mi amor vía whatsapp y se nos ocurrieron miles de cosas, pero todas malas y de coña (más no te puedo querer). A la mañana siguiente, día en el que regresaba a Murcia, estuve pensando un poco más sobre ello mientras me preparaba para irme a la estación de tren. Y sí, sé algunas cosas sobre mí no son cosas importantes y son de ese tipo de cosas que no le interesan a nadie. Para bien o para mal, llegué a ciertas conclusiones. No sé si me gusto o no, pero sé que, por mucho que lo desee, no puedo dejar de ser lo que soy ni quien soy. Me gustaría mejorar, por supuesto. Hay mil cosas que desearía cambiar, desde luego.

Como no podía ser de otra manera, he vuelto a pensar en las cosas que he hecho rematadamente mal, en el tiempo perdido, en las elecciones incorrectas y, sobre todo, en esa persona de la que tanto me arrepiento, esa persona que aún no ha dejado de darme motivos y razones por las que arrepentirme de ella y por la que, un día, debo pedir perdón a mis hijos.

También me he dado cuenta de que no me había enamorado hasta ahora. Tan mayor, tan tarde y tanto. No me había enamorado auténticamente y con tanta fuerza y con tantas razones para no hacerlo y con mil más para no poder evitarlo. He pensado en cuánto te admiro, cuánto bien me has hecho, cuánto me has ayudado y me ayudas, cuánto te echo siempre de menos y cuánto, pero cuánto me pones.

He pensado también en aquel psiquiatra al que me llevó mi madre de pequeña, ese que me dijo que era muy inteligente, que estaba por encima de la media y que podría hacer todo lo que quisiera en la vida, ese que me arruinó así de sencillamente la vida y al que el tiempo le ha terminado quitando la razón. ¡Qué miedo! ¡Qué carga! «Puedes lograr lo que quieras en la vida», a ver qué mierda eliges, a ver qué coño vas a hacer con ella. Me he reído un poco porque sé que es una soberana estupidez culpar a ese señor a estas alturas, que ya debe estar en las alturas, y porque, a lo mejor, sí que he logrado lo que quería en la vida aunque esté resultando algo tan poco rentable para el resto de los mortales.

Es tarde, el señor del Cabify me espera a la puerta del hotel para llevarme a la estación de Atocha, espero no dejarme nada que pueda necesitar en la habitación y me despido de Madrid y de ti, camino a mi vida, a mi día a día, al reencuentro de la familia, la que uno no elige y la que en este caso, de nuevo, elegiría.