El otro día vomité. No es una metáfora, que conste. Se ve que algo me había sentado mal y mi cuerpo reaccionó. El caso es que cuando acabé la faena, mirando el turbio pocillo del váter y con los ojos llorosos por el esfuerzo, me acordé del Mar Menor. Ahí ya sí que se me convirtió la angustia en metáfora y las lagrimillas se me pasaron al alma, y a la memoria. Me acordé de cuando era pequeño y me bañaba en Lo Pagán. Recordé cómo nadaba junto a hipocampos que, además de una parte del cerebro, eran entonces algo mitológico y cotidiano; caballitos de mar. Recordé que incluso cogíamos algunas chapinas y nos las comíamos allí mismo, en la orilla, con un chorrico de limón.

Hay un partido político que gobierna aquí desde hace ya veinticinco años y del que no mencionaré el nombre por respeto a sus votantes. La estrategia de ese partido ha sido siempre responder a cualquier problema derivado de su gestión en este orden: a) El problema no existe, b) Ya estamos trabajando en ese problema que no existe y está prácticamente resuelto, y c) La culpa de ese problema que no existe es de la oposición. Recordarán ustedes que dando un triple salto mortal sobre esa red, el presidente de nuestra Comunidad Autónoma, del que tampoco mencionaré el nombre por no avergonzar a nadie, declaró en una ocasión: «Queremos arreglar el Mar Menor, pero lamentablemente hay que cumplir la ley medioambiental». Así que los problemas del Mar Menor no han sido los vertidos de residuos urbanos y agrícolas, no ha sido un modelo económico basado en el urbanismo salvaje, ni que la agricultura intensiva arroje cantidades industriales de salmuera y otros deshechos a las ramblas, deshechos que cuando llueve se convierten en los ríos que van a dar al Mar Menor que es el morir. Qué va. Los problemas del Mar Menor han sido, por este orden: a) ninguno, b) casi ninguno, c) la oposición, y d) la ley medioambiental. Ese es el panorama que el partido en el Gobierno nos lleva ofreciendo desde hace veinticinco años. Un paisaje en el que los hipocampos no solo están ya en peligro de extinción en el Mar Menor, también parece que estén desapareciendo del lóbulo temporal de algunos cerebros.

Me hubiera gustado titular este artículo 'Maresía', que significa: olor a mar. Es bonito, ¿verdad? Tan bonito como podría haber sido el Mar Menor, como lo fue cuando yo era pequeño, como tal vez aún podría serlo. ¿Se lo imaginan? No es difícil. Cierren los ojos conmigo y respiren. ¿Sienten la brisa? ¿Lo pueden ver? Un mar azul, bonito y, sobre todo, limpio, sano. En nuestra memoria huele a maresía. Pero tengan cuidado, no vayan a aspirar demasiado y se les cuele en la imaginación el olor del presente. Porque el Mar Menor hace ya mucho tiempo que no suena a palabras bonitas. Suena a palabras horribles: a eutrofización, a nitratos, a fosfatos, suena a vertido que suena a vómito. Se ve que algo le está sentando mal a la Región de Murcia.

De todo eso me acordé el otro día, de rodillas frente al váter. Qué pena, pensé mirando la corrupción del agua. Aunque la solución era fácil. Me apoyé en la taza, me puse de pie y tiré de la cadena.