Con motivo de la celebración del bicentenario de su apertura (1819-2019), el Museo del Prado inaugurará, el próximo 22 de octubre, una exposición de 60 obras de dos de las mujeres más significativas e influyentes de la historia del arte, Sofonisba de Anguissola y Lavinia Fontana, dos mujeres artistas completamente diferentes por su forma de entender la pintura y servirse de ella, pero cuyos nombres apenas aparecían como notas al margen de los libros de historia del arte hasta hace poco tiempo.

Es necesario recordar que la fundación del Museo, que cumple doscientos años, se debe a una mujer, María Isabel de Braganza, quien convenció a su marido, Fernando VII, para llevar los tesoros apilados en El Escorial a un lugar seguro.

La primera vez que la pinacoteca organizó una exposición dedicada a una mujer artista fue en octubre de 2016, con la dedicada al trabajo de Clara Peeters, pintora flamenca del siglo XVI.

Antes de esto, en 2012, Ángeles Caso en un artículo para El País 'denunciaba' la escasez de cuadros de pintoras expuestos en los museos y el poco interés por sacarlos de los depósitos. Añadía que en el Museo del Prado habían 'aparecido' dos espléndidos retratos de Sofonisba de Anguissola y uno más que se le atribuye, y que hasta entonces se habían considerado obras de otros pintores.

El Prado tiene cerca de 8.000 pinturas catalogadas, de las cuales unas 1.700 se exponen en sus salas de forma permanente. Aunque la presencia de mujeres pintoras es muy reducida, ya que solo se exhiben siete obras de cuatro pintoras, el museo cuenta entre sus fondos con obras de 35 a 40 artistas y confirman que existe un boom de selecciones dedicadas a las autoras: «Un rescate histórico de la creatividad femenina que entronca con el grito por la igualdad que recorre el mundo», señala Leticia Ruiz, comisaria de la exposición.

Las obras expuestas en la actualidad pertenecen a Sofonisba de Anguissola, Artemisia Gentileschi, Clara Peeters y Rosa Bonheur, quien fue incorporada hace menos de un mes, tras una petición en twitter. El cuadro expuesto, titulado El Cid, llevaba oculto 140 años y fue un regalo de la pintora a la pinacoteca como muestra de gratitud por la condecoración de la Orden de Isabel la Católica.

¿Por qué no aparecen las mujeres pintoras en los libros de historia del arte y por qué no vemos sus obras en los museos? La respuesta la tienen los hombres que, mayoritariamente, han ejercido como historiadores, críticos y conservadores.

No fue hasta finales del XIX cuando empezaron a aparecer en las escuelas de arte decenas de mujeres que aspiraban a convertirse en artistas y fue entonces cuando a algunos no les quedó más remedio que poner en duda la idea tan extendida (y aún no del todo derrotada) de que el sexo femenino no estaba capacitado para la creación artística: «El arte es ajeno al espíritu de las mujeres, pues esas cosas solo pueden realizarse con mucho talento, cualidad casi siempre rara en ellas», había escrito Boccacio; un pensamiento que repitieron una y otra vez a lo largo de los siglos muchos hombres ingeniosos.

A partir de los años 60 del sigloXX empezaron a surgir estudios acerca de artistas olvidadas en todas las disciplinas. Por esta época Wilhelmina C. Holladay y su marido, concienciados de la escasa representación de mujeres y grupos étnicos en las colecciones de los museos, se comprometieron en la labor de ser mecenas y representantes de mujeres artistas. Esta tarea culminó con la creación, en 1987, del NMWA (National Museum of Women in the Arts) en Washington DC, museo dedicado a las mujeres artistas que actualmente comprende más de 200.000 obras, una biblioteca y un centro de investigación.

Esta búsqueda de mujeres artistas dio lugar a un descubrimiento, a una intensa investigación y estudio que desembocó en una nueva escritura de la historia del arte occidental y a una conclusión que hoy parece de perogrullo: las mujeres artistas existen desde que el arte existe.

A pesar de los estudios para visibilizar a las artistas y reconocerlas iguales que los artistas masculinos en técnica y calidad de sus obras, los museos no han incorporado a sus exposiciones a mujeres o lo han hecho de forma excepcional. Los olvidos no han sido subsanados todavía.

Una muestra de estas reivindicaciones tuvo lugar en 1989, cuando las 'Guerrillas Girls', un grupo de artistas y activistas feministas fundado en New York, iniciaron una denuncia: «Las mujeres deben estar desnudas para entrar en un museo». Su primera protesta la llevaron a cabo delante del MOMA en 1985, donde se exponían solo trece obras de mujeres de 169. Compartían un sentimiento de frustración por la falta de reconocimiento hacia las mujeres artistas. No solo reclaman la presencia de mujeres artistas en los museos, sino la recuperación del relato (la Herstory) de las pintoras, escultoras y creadoras olvidadas, silenciadas, ninguneadas por la historia.

En la Feria Arco de Madrid, en 2018, un grupo de mujeres artistas se puso diademas en la cabeza con el símbolo del geolocalizador de Google para denunciar su escasa representación en la feria.

Este menosprecio no solo ha sido en el ámbito de la exposición, también en el valor económico de sus obras; las obras de artistas femeninas tienen una cotización inferior que las de sus colegas varones.

Es necesario ponerlas en valor como artistas diferentes entre sí, no como anomalías, en una nota a pie de página; contextualizarlas de la misma forma que se ha hecho con los artistas masculinos. Los grandes museos nacionales deben cederles el espacio que se merecen después de tantos años de olvido, de reposo en los sótanos de los museos y de falsas atribuciones. También las universidades, que no las incluyeron en sus temarios, están en deuda con estas mujeres.

Ya no deberían ser necesarios los museos de mujeres artistas ni los libros dedicados exclusivamente a ellas porque ellas forman parte, son artífices, de una única Historia del Arte Universal.