Hoy me siento católico, apostólico y español, con permiso del huido, del preso y del sin salida, y me lleva a la reflexión sobre si este papa será capaz o no de abolir el celibato de los sacerdotes. Después de darle una entrevista a Jordi Évole (el mismo que hizo una parodia del 23F con la complicidad de otros graciosillos de turno, que parece mentira que lo hubiesen vivido en vivo y directo) ya me espero todo. Da la sensación de que alguien de los que aconsejan a veces a este papa fuera un hincha de un equipo brasileño. O a lo peor lo decide él mismo.

El papa convocará en octubre a obispos y expertos para debatir en Roma acerca de la ordenación de curas casados, a la par que también se estudiará cómo proteger el ecosistema y sus moradores (churras y merinas). Todo ello gracias a los católicos de la Amazonia. El propósito no es ni más ni menos que se pueda ordenar sacerdotes tercera orden mayor que permite decir misa, evangelizar, administrar sacramentos, menos el de la confirmación, que está reservado al obispo, y orientan espiritualmente a sus fieles, a hombres casados y a mujeres como diáconos (segunda orden mayor, para que puedan bautizar, evangelizar, asistir al sacerdote en el altar, dar la comunión y testimonio ayudando a los más pobres). O sea, que a pesar de todo, las diferencias son notables.

Si sale adelante esta tentativa de acabar con el celibato (condición indispensable en la actualidad e ineludible para ordenarse sacerdote, que le impide tener relaciones sexuales) podrán ser curas, por tanto, los que ya son padres, y aunque en un principio estaría pensado sobre todo para tribus indígenas, como el descenso de curas y monjas es evidente, a lo mejor se podría extender también a todos los católicos. Pero, claro, eso quizás sea tan utópico como que la cultura, la educación y el respeto estén presentes en ciertos programas televisivos de máxima audiencia. No pierdo la esperanza ni en una ni en otra cosa. En lo del celibato, como abstención de sexo para los solteros y fidelidad para los casados, porque no siempre ha existido, según las crónicas. En el siglo primero, las comunidades cristianas estaban formadas por hombres casados y con hijos y las mujeres eran las encargadas de presidir las comidas eucarísticas. O sea, que hemos evolucionado a peor, o no, depende de quien lo mire y de la fe que se tenga en todo postulado papal, como su infalibilidad.

Y es que esta reunión de octubre para una posible abolición del celibato solo sería, en su caso, para aquellas zonas del mundo donde la Iglesia carece de representantes. Por lo que, por ahora Francisco no se plantea que el celibato se acabe con carácter general, ni a corto ni a medio plazo. Parece que ha dicho que prefiere dar la vida antes que cambiar la ley sobre el celibato. Sin embargo, la realidad es que ya existe una federación internacional de curas católicos casados que está apretando mucho para que desaparezca el celibato. Si a ello se le une que no es un dogma sino todo lo contario, más bien una tradición eclesiástica, todo es posible, a pesar de las palabras del actual papa, que reconoce el carácter no dogmático del celibato. Incluso de su antecesor, el emérito Benedicto XVI, cuentan que firmó un documento pidiendo la desaparición del celibato obligatorio para los curas.

Si al final los curas pueden casarse y las mujeres pueden estar en igualdad de condiciones y situaciones que los hombres en la Iglesia católica, prometo que no me meteré más con la entrevista del antiguo Follonero, a pesar de que incluso se cuestionó, al parecer, el Estado de Derecho de España. Y si encima se consigue enmudecer a los que sostienen que la razón por las que no se quiere que se casen los curas es hereditaria, lo que no creo. Por el contrario, estoy seguro que desaparecerían casi de facto los abusos sexuales.