En la antigüedad, ser esclavo era algo que le podía ocurrir a cualquiera. Aunque los juristas romanos entendieron pronto que por naturaleza todos los humanos son libres, sin embargo, las sociedades de la época consideraban algo aceptable que alguien pudiera ser propiedad de otro. Porque de eso se trataba: en la esclavitud el ser humano deja de ser un sujeto para convertirse en un objeto que se compra, se vende, se alquila o se regala.

La forma más común de llegar a ser esclavo en Roma era el cautiverio en guerra. Cuando las legiones conquistaban un pueblo, los prisioneros se convertían en siervos que eran posteriormente vendidos en los mercados internacionales. Lo mismo ocurría cuando los romanos eran hechos prisioneros. Cuenta Plutarco que Julio César fue apresado por los piratas cerca de la isla de Rodas quienes se dirigieron a su familia para pedirle un rescate de veinte talentos de plata. César, orgulloso, los animó a pedir una cantidad mayor, pues él lo valía, pero advirtió a sus captores: cuando me liberéis volveré y os mataré a todos. La familia de César pagó el rescate y el joven aristócrata cumplió su palabra, reclutó un ejército, volvió a la isla, recuperó su dinero y crucificó a los piratas.

Pero también se era esclavo por nacimiento de una madre esclava (no de un padre esclavo, pues la paternidad era un hecho dudoso mientras que la maternidad era indiscutible) y como castigo por ciertos delitos.

La esclavitud, por su parte, se extinguía por la manumissio; una operación jurídica con la que el dueño del esclavo renunciaba a su propiedad, haciéndolo libre. Aunque había ciertas formas solemnes de realizar la manumisión, en la práctica bastaba con una declaración ante testigos o un documento firmado. Una de las formas más frecuentes de liberación era a través del testamento, como medio de agradecer, una vez fallecido el dueño, los servicios prestados. Tan habitual llegó a ser la liberación de esclavos que hubo que limitarla o prohibirla cuando se realizaba para provocar la propia insolvencia y defraudar a los acreedores.

Amén de ser ética y jurídicamente execrable, la esclavitud no siempre suponía el maltrato del sirviente. Había esclavos profesionales (médicos, comerciantes, contables, cocineros?) cuyos dueños habían pagado una fuerte suma de dinero por su adquisición y que en ningún caso querrían maltratar. En Roma los esclavos podían disponer de las propinas ( peculium) que les entregaran sus dueños u otras personas, con lo que llegaban a comprar, en muchos casos, su libertad. También podían disponer de sus propios esclavos sobre los que el esclavo principal tenía poder (los servi vicarii). El dueño tenía que vestir, alimentar y dar vivienda a los esclavos y, si los maltrataba, éstos podían fugarse y obtener la libertad del magistrado o del emperador. En esta prohibición del maltrato de los esclavos tuvo mucho que ver la doctrina de los primeros cristianos, pero también otras corrientes filantrópicas importadas de Grecia.

Con el tiempo las legiones romanas dejaron de conquistar territorios y conseguir esclavos se volvió carísimo. La economía, maltrecha por la corrupción y la enorme presión fiscal, no podía soportar el esclavismo como medio de producción. Por otro lado, había en el imperio una ingente cantidad de hombres y mujeres libres que no tenían nada y que hubieran dado cualquier cosa por ser esclavos y tener un lugar donde dormir. Al final llegaron a un acuerdo: los pobres se alquilaban a sí mismos al terrateniente, como si fueran esclavos de sí mismos, a cambio de una renta llamada 'salario'. Nació así el 'contrato de trabajo' que hasta tiempos muy recientes se ha considerado por los juristas una modalidad del arrendamiento.

Aunque la institución jurídica de la esclavitud siguió existiendo hasta no hace mucho, y se escribieron páginas terribles de explotación racial en América, lo cierto es que en Europa el trabajo más o menos libre fue sustituyendo a la esclavitud, que quedó relegada a situaciones laborales no mercantilizadas como el trabajo doméstico.

Ciertamente esta abominable institución es radicalmente incompatible con la más elemental dignidad humana, aunque no deberíamos ser tan hipócritas como para ignorar que en muchos países del mundo, de manera más o menos legal, se sigue comprando y vendiendo a la gente (especialmente a mujeres y niños).

Sin embargo, viendo su historia y evolución (y la senda de las relaciones laborales en nuestros días, la precariedad y los empleos basura) uno se pregunta si el paso de la esclavitud al trabajo no sería una estrategia de los empresarios (reunidos en el siglo III, en una especie de proto Club Bildelberg) para 'externalizar' los servicios de los esclavos y, a cambio de un mísero salario, ahorrarse la necesidad de darles techo, ropa y comida, proveerles asistencia médica y hacerse cargo de su descendencia. Al final, siempre pierden los mismos.