Estamos viviendo tiempos en los que las personas que investigan en diferentes campos científicos (física, biología, química, ingeniería, antropología, sociología, geografía, economía o filosofía) nos advierten de lo que llaman el cambio climático y sus consecuencias sobre nuestras vidas.

No obstante, ya no se trata de sutilezas científicas, sociales o filosóficas. Estos cambios se aprecian ya a simple vista, hoy en día la gran mayoría de las personas contemplamos el aumento de la frecuencia de las sequías, incendios, inundaciones y otros fenómenos atmosféricos catastróficos, así como el incremento de su intensidad y virulencia en nuestros lugares de residencia.

Como observadores privilegiados de primera fila, lo que está ocurriendo en el mundo ya no es algo que contemplamos en televisión, en diarios o en internet, como algo lejano, a diez mil kilómetros. El agua destroza nuestros campos y ciudades, invade nuestras casas e incluso mata a nuestro vecino. Nos cuentan en los medios de difusión de masas «que no podemos achacar estos fenómenos al cambio climático, pero que el cambio climático trae consigo esos fenómenos». Me pregunto ¿qué quiere decir esto?

Me he propuesto no particularizar, trago en seco, pero sí me pongo serio. Estos cambios climatológicos son algo que tiene su origen en dinámicas globalizadas, por tanto, requieren soluciones globales además de las locales. Hoy en día las instituciones y los Gobiernos lo saben y ya no hace falta tener un postgraduado en Harvard o ser ingeniero de la NASA para tomar conciencia de que el cambio climático está ocurriendo, pues observamos sus consecuencias.

Muchas personas en todo el globo ante la observación y la toma de conciencia (no es lo mismo una cosa que otra) de lo que está ocurriendo, se están movilizando con el objetivo más general de paliar los efectos del cambio climático. Se trata de los nuevos movimientos por el clima; nos referimos al FFF, al XR, que aglutinan cada vez a más población.

Esta puesta en movimiento de la sociedad civil va dirigida a la oposición total a las políticas practicadas por los Gobiernos de todo el mundo y contra las instancias de los mercados globales: FMI, BM, OMC, bancos de inversión, consorcios transnacionales, sus versiones locales y aliados como objetivos estratégicos, pues son identificados como los causantes de este fenómeno que puede acabar con la civilización tal como la conocemos.

Hoy en día las élites económicas, simplemente, han tomado el control sobre los recursos naturales, sobre la producción, el consumo y en definitiva sobre nuestros modos de vida, por encima de los Estados, que como afirma Boaventura de Sousa Santos, se han convertido en entidades metarreguladoras, pues han perdido su capacidad efectiva de establecer regulaciones de gobierno, en pos de entidades económicas globales, organizaciones no elegidas democráticamente que rigen las vidas de la personas y dictan las políticas sociales, económicas y ecológicas globales.

La entrada en escena de estos nuevos movimientos, por un lado, saca a la luz un escenario de actores polarizados en conflicto y por otro, facilita la adhesión para los intereses que les son comunes con otros movimientos sociales que ya se encontraban en la escena como movimientos antiglobalización, ecologistas, anticapitalistas, feministas, LGTBI, así como movimientos y luchas de campesinos y pueblos originarios de todo el globo.

Esta circunstancia ofrece un gran potencial y hace ver que nos encontramos, ojalá sea así, en un momento en el que podemos estar entrando en lo que Sidney Tarrow, uno de los máximos representantes de la teoría de las oportunidades políticas, llama ciclo de protesta, que es definido como una fase de intensificación de los conflictos sociales e incluye una rápida difusión de la acción colectiva que va desde los sectores de población más movilizados a los menos.

Esto implica, siguiendo con Tarrow, una intensificación en las interacciones entre la sociedad civil movilizada y los grupos opositores que reduce la incertidumbre y que pude acabar con la consecución de los objetivos de los movimientos o en represión.

Los ciclos de protesta se producen a través de acuerdos entre grupos que dan lugar a la cooperación entre movimientos con objetivos compartidos en procesos que favorecen la inestabilidad de las elites pues, a través de la movilización social, muestran la vulnerabilidad de las autoridades y los grupos de poder, cuestionan los intereses de las élites políticas y económicas y aumentan los costes sociales de sus acciones.

Por un lado, estamos ante movimientos que proponen parar el mundo, acabar con esta vorágine que devora los recursos naturales, contamina los ecosistemas de los que somos dependientes y en definitiva acaba con la vida individual (biológica) y social.

Quizás sea el momento de traer a escena viejos lemas: «Seamos realistas, pidamos lo imposible» y por otro, estamos ante un grupo con grandes capacidades de movilización de poder que pretende continuar con este proceso depredador que nos conduce, en tiempos ya visibles en el horizonte, a un colapso civilizatorio lleno de incertidumbres.

Colapsó Mesopotamia, Egipto, el imperio Otomano o Roma. ¿Estamos ante el colapso de esta globalidad imperial en la que se ha convertido el moderno sistema mundial? ¿Constituye esta etapa que estamos viviendo el final de un sistema, el capitalista en su etapa más neoliberal, que se devora a sí mismo y en su apetito voraz, de paso, como Saturno, devora a sus hijos e hijas y sus sociedades, al resto de seres vivos, la Tierra y los recursos naturales? O por el contrario ¿tenemos una oportunidad, que sin duda pasa por estos nuevos movimientos, de introducir elementos que abran caminos hacia la esperanza? ¿Es la esperanza un horizonte de supervivencia en contraposición al negro horizonte de colapso civilizatorio que ya hoy podemos vislumbrar y que introduce a nuestra especie en la más absoluta incertidumbre? ¿Aún hay tiempo para esto?

En la mayoría de las ocasiones resulta más difícil formular las preguntas que encontrar las respuestas.