Sin duda las inundaciones de septiembre de 2019 serán recordadas como un suceso con muchos récords. El más obvio, indiscutible, es el récord meteorológico. Récord en lluvia caída. Récord en intensidad. Récord en acumulación.

Pero hay más récords batidos en este episodio, unos más trascendentes y otros más anecdóticos.

El récord de la solidaridad y el trabajo voluntario de tantas personas tras las inundaciones es el más sugerente. Como también lo es el récord de eficiencia de los servicios públicos en las labores de urgencia y rescate (impresionante el trabajo de los diversos grupos de emergencia dispuestos para estas cosas) y el récord de eficiencia técnica de la AEMET, que supo avisar, clavando los datos, del momento, minuto y previsión de precipitaciones durante la gota fría.

Pero a su vez otros récords también permanecerán en el recuerdo. Me refiero, por ejemplo, al récord de silencios institucionales, que no sociales, sobre las causas últimas de estos sucesos. Y también al récord de postureo, de golpes de pecho patrióticos y de exhibiciones de murcianía. O al récord de torpeza política de responsables públicos, como el recién cesado director general de Emergencias, que no entienden que la simbología y la representatividad no son asuntos de imagen, sino atributos básicos de los representantes políticos en momentos de crisis. Incluso el récord de tontunas, como la del presidente de la Asamblea Regional que en plena riada se preguntaba en twitter por el nombre de santo que habría que ponerle a este suceso.

Mencionaré también el récord de insensatos que, como me cuentan mis amigos bomberos, se pusieron en riesgo a ellos mismos y a sus rescatadores por algún capricho estúpido, como andar bajo la intensa lluvia entre Molina y Las Torres de Cotillas. O el indudable récord que estas inundaciones han batido como las más fotografiadas y grabadas de la historia y las más difundidas y comentadas por las redes sociales. Mandan los tiempos contemporáneos y la preocupación de la gente era sincera. Sin embargo, este récord conllevó también el de número y velocidad de trasmisión de los bulos que suelen acompañar a los sucesos espectaculares: desalojo de hospitales, desbordamientos del río en pleno centro de la ciudad de Murcia o roturas inminentes de embalses que en absoluto se llegaron a producir. Hasta se viralizaron como murcianos vídeos de otros desastres y lugares, como el de un impactante rayo cayendo sobre un edificio o el de un hipopótamo escapado por las lluvias de vaya usted a saber qué murciano zoo.

Y como escribía el jefe de Opinión de este periódico, también se batió el récord de belleza en muchos momentos del suceso meteorológico, sólo aplicable para el caso de que te supieras tú y los tuyos a salvo de sus consecuencias.

Pero, en fin, ahora lo que toca para los próximos meses es batir además récords de indemnización por parte de los seguros, de inversiones con cabeza y bien estudiadas para corregir las infraestructuras afectadas y, sobre todo, récords de reflexión, análisis y toma de decisiones, tanto sobre porqué ocurren estas cosas como sobre qué hacer para evitarlas. Mucho sobre eso se está escribiendo ya, y me alegro. Me apuntaré desde aquí a ese récord en otro momento.