Goethe describió el cruce de miradas que mantuvo con Napoleón según la famosa sentencia: «Nadie contra un dios sino otro dios». Fue su manera de justificar ese breve combate cuya derrota era sencillamente ver quién bajaba primero los ojos. Luego, Carl Schmitt, en la página final de su Teología política II, alteró la sentencia de Goethe en un sentido muy diferente y vino a decir: «Nadie contra un hombre sino otro hombre». Con ello quería saludar, no con escaso disgusto, la nueva época de la humanidad en la que se hacía ya plenamente evidente que no existía ninguna instancia transcendente. Entre la vieja etapa y la nueva todavía existe la posibilidad de una alteración que haga referencia a los que no son ni dioses ni hombres. La sentencia diría: «Nadie ante Felipe González sino Juan Luis Cebrián». Y así, a la exposición del pensamiento político del primero en el largo artículo del domingo, ha seguido el consejo político del segundo este mismo lunes.

Los meros mortales deberían leer con atención estos oráculos, pero sobre todo la constelación que los reúne. ¿Tiene algo que ver esta coincidencia astral con que Ábalos haya salido apenas hace una hora, mientras escribo estas líneas, y diga que esta misma tarde llamarán a Podemos? ¿Y con que delante del rey se diga por parte de la plana mayor de la judicatura que es absolutamente necesario formar Gobierno con plenas funciones? Yo creo que Cebrián no se enteró del artículo de González el domingo por la mañana desayunando. Lo mismo diría del caso inverso. Pero si estas dos personalidades se ponen de acuerdo en sus intervenciones, entonces es que quieren decir, a quien sepa escuchar, algo muy importante, algo a tener en cuenta, algo que tiene que ver con el Estado, con decisiones en máximas instancias, con autorizaciones o prohibiciones.

Hay un punto de convergencia en las dos intervenciones, y eso tiene que ver con la conveniencia de no exagerar el radicalismo de Podemos. Bueno, está el asunto de Maduro, pero eso se puede arreglar. La diferencia no está en la visión del capitalismo. También González es anticapitalista. Todos lo somos. El problema es que nadie sabe cómo se acaba con él. Lo que molesta de Iglesias es que crea saberlo. De verdad nadie lo sabe. Pero a González eso no le preocupa demasiado porque cree que el capitalismo se autodestruirá. Esta fe consoló a muchos cuya única certeza era que no querían acabar con él, como los socialdemócratas desde Kautsky. Así que por este lado no hay problema en pactar con Podemos.

Por el contrario, González ve como principal asunto el hecho de que la anomia general ya ha descendido a escala local. No sólo el Brexit, sino Cataluña. Y lo hace porque la lectura de la crisis económica de 2008 es la misma que la de Podemos. La crisis no se ha resuelto porque ha hecho crecer la desigualdad. Y lo que todavía es peor, Europa es un museo, no un laboratorio. No produce una buena idea y a lo sumo apuntala una normatividad que no entusiasma a nadie. En realidad, casi llega a las posiciones de Podemos cuando asegura que el problema ha estado en que nadie ha querido hacerle caso a Draghi, que siempre exigió políticas fiscales de acompañamiento de su política monetaria. Para González, Merkel es también la mala.

¿Dónde está entonces el problema para pactar con Podemos? Es un poco rebuscado, pero si miramos con atención llegamos a verlo. Usando a Nikolái Kondrátiev, un economista ruso que organizó una antigua reflexión socialista (la cosa venía de Engels) sobre los ciclos largos de la producción, Felipe González defiende que la crisis procede del año 1968 y que la de 2008 es solo una crisis de ciclo corto. Y esa crisis larga tiene componentes anómicos generales y locales. Así, invierte a Gramsci y se manifiesta pesimista de la voluntad, pero optimista de la inteligencia. Él sabe lo que está pasando, pero lo que falta es voluntad, liderazgo. Aquí podría estar lo importante. González no se refiere solo a Sánchez. También se refiere a Trump (nadie contra un dios sino otro dios), a quien riñe por jugar con los tuits. Pero esta situación tiene una profunda consecuencia sobre España. Aquí le preocupa que la inestabilidad política ya afecta a la solvencia institucional que incluso llega a la definición de las funciones del Jefe del Estado.

Y, sin embargo, de eso no se deriva que no se tenga que pactar con Podemos. Por supuesto, según dice, Podemos ha comprado el discurso de que las normas se pueden cambiar sin respetar los procedimientos previstos. En su opinión este es el motivo de la pérdida de confianza respecto a Iglesias, que por tanto comprende. Esa contaminación de anomia es la clave de la crisis española, que se reduce a querer acabar con un Estado que ya tiene cinco siglos. Así que si esto tiene una dimensión oracular, sólo se descubre en toda su sutileza cuando, al final, se hace un llamamiento a Ciudadanos, PP y PSOE para lograr un pacto sobre Cataluña.

Ignoro si cuando González dice que sabemos lo que pasa, se refiere también a llegar a un pacto sobre Cataluña sin los nacionalistas catalanes. No veo cómo puede resolverse un problema sin contar con los que lo crean. En todo caso, lo que sugiere González es que ese acuerdo no es un llamamiento a que esas tres fuerzas formen gobierno. Al contrario. Respecto de las relaciones entre Sánchez e Iglesias, con cierta altanería olímpica, a González le da igual lo que hagan. Lo fundamental es que «no nos lleven a elecciones» pero que al tiempo se garantice el cumplimiento de las reglas. Como si Iglesias las pusiera en peligro con apenas 40 diputados. En todo caso, el mensaje está claro: que se forme Gobierno como sea, pero que se tenga en la recámara el acuerdo de verdad con Ciudadanos y PP para hacer cumplir las reglas.

Por si no le hubiera quedado clara a Sánchez la situación, Cebrián al día siguiente se presentó como experto en formación de gobiernos raros y relató que fue consultado para resolver la crisis italiana, estructuralmente la misma que la de España. Aquí, como allí, se requiere la coalición de un partido antisistema y uno del sistema, parece decir Cebrián. Para desconfianza, aquélla. Con esta autoridad bien establecida, lanzó un ataque definitivo al punto débil del PSOE en todo el proceso de negociación, esa sentencia divina de que el tren ya pasó. ¡Como si los trenes no volvieran a pasar!

A ver, ¿cuál es la razón de que el tren del Gobierno de coalición no pueda volver a pasar? Cebrián tiene razón al denunciar esto como un dogma pueril, como la tiene también al decir que Podemos en este proceso ha mostrado más claridad y compromiso institucional que el PSOE, aunque también una notable falta de experiencia y de astucia en la forma de negociar. Al final, lo más importante es el diagnóstico: si no se llega a acuerdos, será solo por la arrogancia de Sánchez. Esta conclusión es la inapelable en el artículo de Cebrián.

Sin embargo, lo más aleccionador de su artículo es que inhabilita el argumento de que las fuerzas de orden europeas estarían presionando en favor del veto a Podemos. Yo no conozco de cerca esas fuerzas europeas, pero estoy seguro de que Iglesias no les quita el sueño. Cebrián lo confirma. No se puede aludir a estas presiones para alegar falta de confianza. Así que todas las bendiciones están dadas: «Un Gobierno de coalición sigue siendo la respuesta más acorde a los principios de la democracia representativa». Por fin los mortales estamos de acuerdo con los dioses. Sánchez debería tener cuidado con la desobediencia. Lo que venga después, si le va mal, puede ser duro.