El 4 de septiembre se cumple el aniversario de la caída del Imperio Romano. Este año, 2019, se cuentan 1543 desde aquel lejano día del siglo V en que cesó el último emperador, abriéndose el periodo de la Edad Media. En realidad, no es más que una efeméride, puesto que la caída del Imperio Romano no fue un hecho de un día, sino un largo proceso que, según algunos expertos, aún no ha terminado de ocurrir.

El Imperio Romano hace referencia a una forma de entender la cultura, la lengua, la política, la literatura y el Derecho que evolucionó entre los siglos VIII a. C. y V d. C. y que poco a poco fue convirtiéndose en 'otra cosa' que ya no era la unión política, económica, lingüística y cultural que un día nació a orillas del Tíber. Lo que se recuerda el 4 de septiembre es simplemente el cese del último emperador: un chaval de escasos quince años que había sido nombrado emperador por su padre (el general Orestes) unos meses antes. Como el lector podrá imaginar fácilmente, a esas alturas de la película, con los visigodos, los suevos y los francos campando por Europa, poco podía hacer el muchacho por un Imperio en clara descomposición. Tan irrelevante era que, una vez depuesto por Odoacro, rey de los hérulos, no fue ejecutado, sino que se le retiraron las insignias imperiales y se enviaron a Oriente, donde aún subsistía el Imperio. Porque cuando hablamos de la 'caída del Imperio Romano' nos referimos sólo al imperio occidental; pero había un imperio romano de Oriente que se había escindido hacía tiempo y que siguió existiendo (cada vez menos 'romano', cierto) hasta el siglo XV, cuando los turcos tomaron Constantinopla.

Así que, si nos ponemos finos, ni fue una caída (sino más bien una larga decadencia) ni lo que cayó fue 'todo' el mundo romano, sino tan sólo la parte que nos afecta, la occidental, que abarcaba Italia, Francia, Islas Británicas, parte de Alemania, España, Portugal y norte de África. El resto (Grecia, los Balcanes, Rumanía, Asia menor, Palestina, Túnez, Egipto) siguió siendo el Imperio Romano de Oriente.

Tampoco es fácil dilucidar las causas de esta 'caída' del Imperio Romano. Los historiadores plantean una multitud de procesos (incluyendo un cambio climático y un envenenamiento masivo por plomo) que pudieron influir en esta larga agonía del mundo romano: Entre ellas, la pérdida de los valores que hicieron grande a Roma, la crisis económica, la corrupción política, la elevada presión fiscal y una inmigración masiva mal gestionada por los gobernantes, no sé si les suena.

El año pasado surgió en las redes la iniciativa de celebrar el 4 de septiembre 'el día de la romanidad'. La vocación de esta propuesta, a la que nos sumamos muchos amantes del mundo antiguo de la Región, es recordar nuestro origen común en los distintos pueblos y naciones surgidos a partir del mundo romano: Europa, norte de África, pero también en América, donde los conquistadores llevaron la cultura occidental nacida de Roma. Porque a la postre, hablar de Roma y de la 'romanidad' es hablar de Occidente. Nuestro mundo moderno se basa en tres pilares: la filosofía griega, la ética cristiana y el Derecho Romano. Pero todos esos pilares nos llegan a través de Roma: Las tropas imperiales conquistaron Grecia, importando su literatura, arte y pensamiento, y el cristianismo creció en la sociedad romana transformándose.

Después de la caída de Roma surgieron las naciones. En España recibimos la influencia musulmana y navegantes españoles protagonizaron el mayor evento planetario (que diría Pajín) de la Historia: el descubrimiento de América (a propósito del cual comenzó a discutirse sobre 'derechos humanos'). Gutenberg inventó la imprenta y Lutero rompió con la Iglesia. En Inglaterra inventaron el parlamento (que ya existía en León) y en Francia descubrieron la soberanía popular y la guillotina. Más tarde, en el siglo XX conocimos el terror masivo de los totalitarismos, llegamos a la Luna, se inventó internet y Steve Jobs presentó el iphone€ No se trata de que no haya pasado nada desde el 4 de septiembre del año 476, ni que nosotros seamos iguales que aquellos europeos que se acostaron en Roma y despertaron, la mañana del 5 de septiembre, sin saber que estaban en la Edad Media; nuestro mundo cambia y se transforma cada día. En muchas cosas para bien, en otras, en cambio, retrocedemos.

Pero recordar nuestra romanidad es echar un vistazo al pasado para atender a lo que nos une, más que a lo que nos separa. En esta España en que el fantasma del nacionalismo (de cerca y de lejos) parece decidido a destrozar la convivencia, cuando la Unión Europea (esa versión mercantil y moderna del Imperio Romano) se enfrenta a grandes desafíos, parece oportuno recordar que un día nuestros antepasados hablaban la misma lengua, aplicaban las mismas leyes y soñaban y amaban en el mismo idioma.