Quizás fue el calor el que la otra noche me provocó una de las peores pesadillas. Entraba en la ciudad de Murcia y a mi paso veía trazos y elementos arquitectónicos de edificios singulares, colocados en una suerte de puzle desajustado.

La fachada del Arqueológico sobre la fuente de la plaza Circular, las celosías de clausura del Convento de las Anas sujetando unos rosales. Un poco más allá, la ermita de los Pasos de Santiago lucía un tejado de cristal. Todos ellos con carteles explicativos marcando mil direcciones: «Esto estaba en...»; «Aquí se encontraba...»; «Esta reja formaba parte de...». Me desperté sobresaltada, aunque el susto se convirtió en tristeza al comprobar que hacia ese destino va una maravillosa ciudad, pasto de la destrucción a lo largo de las décadas, maltratada por una clase política que ensucia continuamente el verbo 'restaurar'.

Lugar donde abandonan los edificios antiguos, incluso los tapan para que el pueblo murciano no sufra al verlos, hasta que una vez caídos, deciden que entonces ya no hay remedio y modifican todo su ser hasta destrozarlo o incluso anularlo. Eso sí, toman uno de sus elementos y lo ubican en cualquier otro punto, como testigo de que algo, lo que se dice algo, se intentó salvar.

Y es que Murcia va camino de ser el nuevo Ecce Homo de la risa hasta el punto de perder su esencia y su entramado urbano histórico. Un lugar donde lo antiguo es llamado 'viejo', no se respeta,y para cuando quieren recuperarlo han de recurrir a la realidad virtual. Así están el Malecón y otros rincones, trasteros de esta ciudad fragmentada. Apenas unos pocos recuerdan que en el lateral del Museo Salzillo está parte de la fachada del palacio de Riquelme del S. XVI, situado en la calle Jabonerías y demolido en 1967.

La portada del Huerto de las Bombas en el Malecón no cuenta quién decidió su demolición en la misma década. Pasando por el edificio El Contraste de la Seda, con una de sus puertas en el interior del Museo de Bellas Arteso el antiguo matadero cuya portada está en el Jardín de Floridablanca. Sobre este desatino demoledor y destructor hay estudios de la Universidad de Murcia como el de Francisco Calvo García-Tornel a propósito de los palacios y edificios derribados (Cuadernos de Turismo, 2011): «Sin embargo, la recuperación reciente, con fines decorativos, de algunos de los elementos de este patrimonio arquitectónico parece testimoniar un neoromanticismo, nutrido a la vez de nostalgia y de mala conciencia, de manera que en el momento actual numerosos fragmentos de antiguos edificios se distribuyen por la ciudad de forma más o menos anárquica».

El resultado: barrios muy antiguos en proceso de extinción y ejes urbanos históricos rotos. En 1975 se desmontaba la marquesina de madera del Recreative Garden de Espinardo, una joya del neogótico realizada en 1897 por el artista Anastasio Martínez Hernández.

El propietario había solicitado ayuda para su conservación y fue desestimada. El Ayuntamiento de Murcia decidió intervenir y se llevó el material para instalarlo en el Malecón. La fuente de mármol de Carrara terminó ubicada (y destrozada posteriormente) en un jardín del barrio de La Fama y de su marquesina nadie en el Ayuntamiento dio nunca explicaciones. Se ha visto algún fragmento en casa de particulares. La expansión urbanística de la década de los 60 no tiene la culpa de todo. Los ejemplos llegan hasta nuestros días con el Club de Remo, demolido en el año 1997,el Palacio de Meoro en Santa Eulalia en el año 2000 y la finca y los jardines de la fábrica de la pólvora en los últimos tres años.

La demolición de la historia en todas sus versiones. De lo urbano a lo industrial, pasando por lo natural con la huerta como cinturón vegetal en estado agonizante. Así que uno mira la higuera centenaria de la antigua cárcel y piensa en los que firman los proyectos de esa mal llamada 'restauración'. Esos que deciden quitarla bella forja exterior para restaurar algunos trozos y ponerlos en el patio del Museo de las Claras. Eso sí, con un cártel explicativo, aunque nadie lo entienda, aunque pierda todo su contexto.

Tiene que haber algo tras esta tropelía, porqueno atiende al sentido común ni a la lógica. El pueblo murciano es tan educado que no se rebela, no sabe reivindicar lo común, de lo que le toca una parte y un derecho de disfrute. Permitiendo que esquilmen y agoten sus fuentes de riqueza cultural. Y ve los monumentos caer. Y ve las fachadas desaparecer. Las excusas son siempre las mismas: la humedad del suelo, su deterioro, no sabían en qué emplearlo...

Un insulto para los ingenieros, arquitectos y restauradores del resto de España que día tras día logran vencer muchos de estos contratiempos y devuelven a las ciudades la belleza perdida por el paso del tiempo. ¿Qué ha pasado con las 132 farolas de estilo modernista que iluminaban el paseo de Alfonso X? Pues que sepan los murcianos que las van a restaurar. Eso sí, el Consistorio no sabe dónde ponerlas. Es inaudito. Es de locos lo que ocurre en esta ciudad.

¿De verdad era tan difícil devolverlas a su lugar? En toda Europa los elementos de iluminación son parte del marco histórico. ¿Serán estas cosas las que nos quitan visibilidad en el mapa? ¿Cómo va a tener nuestro patrimonio valor si no somos capaces de valorarlo nosotros, cuidarlo y hacer que sea respetado en su lugar y restaurado? Es hora de preguntarse qué estamos ofreciendo a propios y extraños más allá de las fiestas y el buen comer. Señor Ballesta y equipo: viajen. Hay lugares en los que una fachada de 70 años es intocable y se mantiene a toda costa en su lugar, levantando tras ella un nuevo edificio, sin ruptura de estilo. Sea público o privado, se respeta íntegra, sin artificios.

En Murcia, el empresario Tomás Fuertes compró el edificio de 1940 que ocupa los números 2 y 4 de la calle Lepanto, junto a la céntrica avenida de Alfonso X El Sabio. Sus muros están repletos de escenas y rincones de la Región. Lleva años abandonado y está a punto de perderse. ¿Qué harán para remediarlo? En ciudades como Málaga, que tanta relevancia está adquiriendo y tan bien está remontando en los últimos veinte años, eso sería imperdonable.

Ahora le toca a la buena de la cárcel 'vieja', inaugurada en 1929, una nueva tropelía arquitectónica en pleno centro de la ciudad. ¡Pobrecica mía lo que te quieren hacer! Vaya milonga le han contado sobre ti a mis queridos murcianos. De verdad, me duele que se lo estén creyendo. ¿Tejados que se caen y no se pueden levantar?

La señora Rebeca Pérez, concejala que encabeza el proyecto, me dijo muy amable por teléfono que no quiso participar en la votación para que su gusto no influyese en tan singular pieza arquitectónica, a la postre con denominación BIC, es decir, declarada Bien de Interés Cultural y por tanto, intocable en su fachada y volumetría. ¿Acaso la restauración es cuestión de gusto? Restaurar es restaurar, volver a levantar, limpiar y sanear, preparar el interior para su nuevo disfrute, nada más.

El peso de su función en el pasado no puede ser el motivo de destrucción de sus muros, tejados y forja. Es un castigo muy alto para el valor arquitectónico, histórico y cultural que aporta a Murcia esta antigua prisión. Antes y después de la contienda también sirvió a esta ciudad para mantener las leyes de civismo y convivencia.

Y sí, claro, yo también tuve allí a mi abuelo tras la guerra, como muchos, pero eso no puede cegar el presente y el futuro. Me comenta la señora Pérez al teléfono, contenta, que la reforma del inmueble es muy respetuosa, tanto que hasta en algunas de las celdas dejarán las telarañas. Miren, murcianos y murcianas como yo, será que soy sensible, pero me da que a veces nos dan por ignorantes estos políticos en los que ha recaído la gestión de nuestras pertenencias. Hay parques temáticos muy emocionantes concejala. Señor Ballesta, yo les acuso si esto sigue adelante. Y al igual que yo, muchos murcianos, de ser los responsables de otra nueva barbaridad urbanística. Si no detiene este proyecto de destrucción de la antigua cárcel pasará a la historia con un desagradable recuerdo. Ya se colmó el vaso porque cada vez nos queda menos. Palacetes y casas, molinos, industrias, hornos comunales, casinos, ha sido tanto lo perdido. Con ellos perdemos el testimonio de nuestra historia, material e inmaterial. No tiene sentido que se pueda reconstruir el arrabal de San Esteban del que sólo quedan los cimientos y que no sean capaces de levantar un tejado de cien años. Murcia es una ciudad fragmentada donde cada vez es más difícil hacer una guía turística con sentido, en la que se pierden oportunidades de museos, rutas, centros de difusión cultural y trabajo. Señor Ballesta, no quieran ustedes ser más originales que los verdaderos creadores. En su competencia, créame,está cuidar lo antiguo, porque es artesanal y único. Mantenga limpia la casa, cuide el futuro de los inmuebles y deje nuestro patrimonio en paz.