Salimos de mañanita en el barco a vela de Juanjo para tomar el aperitivo en la alta mar mayor.

Vienen con nosotros Sandra y Luis, amantes, escritores en ciernes y fotógrafos, esto último con lo que se ganan la vida. Y no se les ocurre otra cosa que enzarzarse con la ‘literatura del yo’.

—¿Por qué le llaman novela si siempre ha sido autobiografía?

—Porque la gran novela ha muerto, y todo relato es ya novela. Hasta El salón de los pasos perdidos de Trapiello, que no es más que un diario, se subtitula Una novela en marcha.

—A mí me parecería bien la literatura del yo si el yo tuviera sustancia.

—No tendrá sustancia, pero tiene lectores, ¿o es que conoces a alguien que no haya leído Ordesa y le haya gustado?

—Pero Ordesa es un coñazo. Todo ese rollo del padre. ¿Quién no ha tenido problemas con su padre?

—Vas a decir eso de ¿cómo escribir sobre el padre después de Kafka?

—Y encima no es una gran prosa, el texto es pedregoso.

—¿Y qué me dices de El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández?

—Al menos ahí hay un asesinato.

—Tal vez es que los escritores de ahora carecen de habilidad para crear arquitecturas imaginarias y recurren a sí mismos.

—Me parece bien, pero el sí mismo debe ser interesante. Cansa bastante ese continuo ‘me acuesto borracho, me levanto con resaca’.

—Pues yo prefiero una historia verdadera a una ficción mediocre. ¿Qué es Proust sino literatura del yo?

—Proust solo hablaba de sí mismo, pero paradójicamente lo más interesante de Proust es la biografía que sobre él escribió su asistenta.

—Sin embargo, te gusta la poesía, que no es más que literatura del yo en estado sumo.

—Porque para eso está la poesía. Pero la novela no está para contar tu técnica sobre cómo fregar los platos.

—O sea, que tú no sales de Marsé y de Muñoz Molina.

—No digo que me los superes. Iguálamelos.

—Te recuerdo que Muñoz Molina escribió un libro para contar su mili, y eso sí que es ser abusón.

—Pero en la mili le pasaban cosas.

—Y todo lo de Marsé está basado en recuerdos del adolescente que apenas salía de su barrio.

—Lo caricaturizas. Marsé es Dios.

Lo que resulta estar como Dios es la hueva.