Relato es la palabra de moda, como hace unos meses lo fue una derivada suya: relator. Se entiende por relato el argumentario que arma una fuerza política para descargar sobre otra la responsabilidad de una situación indeseada, como por ejemplo la repetición de elecciones generales el 10 de noviembre. Y como éstas, conforme pasan los días, se antojan inevitables para casi todo el mundo, la batalla por el relato entre las distintas fuerzas políticas se recrudece, a fin de que cada una de ellas quede lo menos expuesta posible a la ira ciudadana.

Ocurre que alguna fuerza política, sobre todo aquella que detenta el protagonismo principal y determinante a la hora de tejer los acuerdos necesarios que hagan posible un gobierno, ante su incapacidad para hacerlo, ha sustituido el relato por la sucesión de cuentos, entendido este sustantivo en su acepción como falsa apariencia o engaño.

Así, independientemente de que cada fuerza política intente vendernos su producto, éste debiera tener cierta carga lógica, un nivel mínimo de coherencia y, al menos, una base ética. Y Sánchez y Calvo, aconsejados por su gurú Iván Redondo, están pulverizando en su discurso todos estos elementos.

El cuento mayor, el más increíble y fantástico, que contiene en su seno a los demás a modo de muñeca matrioska, nos remite a un candidato a la investidura, mandatado a tal efecto por el Jefe del Estado, que en lugar de ponerse a negociar con fruición con las demás fuerzas políticas para armar las alianzas necesarias que hagan posible la formación de gobierno, se instala en la pasividad y llama al resto a apoyar a su persona sin que medie acuerdo previo alguno, atribuyendo a otros una responsabilidad que es propia. O sea, deposita en terceros una obligación que es estrictamente suya, a saber, la de tomar la iniciativa para formalizar los pactos necesarios, a través de ofertas plausibles, para alcanzar la estabilidad institucional.

Dentro de esta fantasía, incurre nuestro candidato a la presidencia en otro absurdo no menor: decidido, según insiste, a formar en nuestro país un gobierno progresista, no cesa de solicitar, de manera mendicante y reiterativa, el apoyo de los ultraconservadores para este fin. La pregunta surge de inmediato: cómo puede constituirse un gobierno que pretenda llevar adelante un programa de izquierda a partir del apoyo de nuestras asilvestradas derechas a su nacimiento. Es la antipolítica en estado puro. Entre otras cosas, porque en política nadie se presta a ser usado para después ser tirado. Nadie impulsa políticas contra sí mismo.

Otro cuento que hemos vivido estos días es el de la ronda de Sánchez con colectivos sociales para, presuntamente, pergeñar un programa de gobierno. Otra maniobra surrealista, pues el programa de gobierno ya está hecho: es el que Sánchez presentó a su investidura fallida o, si se quiere, el que acordó en noviembre de 2018 con Unidas Podemos. Con quien debiera estar reuniéndose Sánchez a diario desde el pasado 25 de julio es con aquellos y aquellas que son los únicos que pueden facilitar un gobierno de izquierda en España: la gente de Unidas Podemos. Sin su concurso, no hay tal gobierno, sea o no de coalición. Esto, que es una obviedad para todo el mundo, no cuenta para el PSOE. Como imaginamos un mínimo de inteligencia en quien ha llegado hasta las más altas instancias de la Nación, hemos de colegir que realmente no se pretende conformar, por parte de Sánchez, un ejecutivo de esa naturaleza. De ahí la construcción de una serie de patrañas que buscan ocultar esta intencionalidad, culpando tanto a la derecha como a la izquierda de que no se llegue a acuerdos y tengamos elecciones. Y en esta operación no se repara en gastos, incluida la falsificación y filtración de documentos relativos a Unidas Podemos por parte de la vicepresidenta Calvo, en la mejor tradición de las cloacas del Estado. O la mentira sobre una oferta ministerial vacía.

Definitivamente, los políticos portadores de cuentos no son dignos de nuestra confianza.