Buscamos la música y la encontramos en una pequeña sala junto al vestíbulo del hotel. Letras con una preciosa tipografía años veinte indican que es allí, el Piano Bar, un pequeño recodo de folclore universal con luz tenue, piano iluminado y pianista hombre orquesta que ameniza la noche de luna llena veraniega por excelencia, ferragosto internacional. Camisas floreadas y bronceados de los setenta, algún pelo cardado, chica tatuada, caballero en bañador y chanclas, whiskey solo, cocktails coloreados, algún San Francisco y vino blanco sobre el piano, olor a perfume fuerte y talco, y chispas de bengalitas. No hay algarabía, pero sí buen rollo. Como estar en un trozo de mundo a la deriva en algún crucero que navega por el tiempo en el que coincidimos gente dispar, que al pasar por la puerta, es absorbida bailoteo mediante.

El Maestro insiste en que se puede bailar encima del piano, y en el aire flota esa posibilidad. Bryan Adams, Enrique Iglesias, Elton John, Julio€ Los temas se suceden y el personal empieza a soltarse. En media copa ya no queda nadie sentado. Genio, el pianista intercala chistes en inglés y español y deja vacíos para los coros del heterogéneo grupo que ha dado allí al inicio de la madrugada. Pantalón de lino blanco, alguien que se marcha y se despide del pianista con un abrazo hasta el día siguiente, supongo, dando por finalizada su sesión de ostracismo entre canciones de purpurina. Abrazo sincero y contundente, que acumula verano y agradecimiento por esos ratos de complicidad superficial maravillosa.

La eclosión llega con una mezcla explosiva de Raphael y Coldplay, en un alarde musical difícil de borrar de la mente, entre Mi gran noche y Viva la vida, que puso en las casas de apuestas más barato que ningún otro momento de la velada lo de subirse al piano a gritar al mundo que allí estábamos quebrándonos los huesos de las rodillas bailando como guiris el día de la luna llena de agosto, en el Piano Bar de un hotel a 45 minutos de casa. Quién nos lo iba a decir cuando hacíamos noche en El Varadero de Kuki disfrazados de lo que sea hasta el amanecer. El hombre orquesta se marchó feliz, entre aplausos de los quince que estuvimos a su vera dándolo todo pasada la última canción. Agradecidos por tocarnos Sweet Caroline, para, por primera vez en todo el verano, y el día justo, visualizar el próximo otoño, gracias a la escena mítica en Beautiful Girls. Y es que después del Piano Bar, el verano empieza a marchitarse poco a poco. ¿Las dos menos cuarto todavía? Espetó el camarero cuando le pedí la última copa€ Aún, amigo, aún; le dije, y sonreímos antes de bailar Corazón partío como si el 16 de agosto fuera el último día de verano de nuestras vidas. Salud. Vale.