Puesto que no hay noticias, hablemos de la Universidad. Esa parecía la cuestión días atrás, cuando saltaron diferentes noticias acerca de los llamados 'anecados', científicos de relevancia internacional que no han pasado los cortes para ser acreditados en las diferentes figuras de profesorado que contempla la normativa española. Al hilo de esta noticia, el exrector de la UCM Carlos Andradas publicó un artículo en El País el 8 de agosto pasado defendiendo que «ya es el momento de que se supriman las acreditaciones». Si uno, aprovechando el dulce asueto del verano, recorre los cientos de comentarios que provocó el artículo, comprobará la dificultad de hallar consensos relacionados con el mundo universitario. Casi ninguno de los comentarios deja de manifestar un ánimo endurecido, ofendido, dominado por opiniones perentorias, radicales. Se supone que todos los que comentan son universitarios. En casi ninguno veo esa mirada escéptica y distante propia de la actitud del científico ante un problema.

No hay que haber vivido demasiado dentro de la Universidad para darse cuenta de que la vanidad es el pecado capital del académico. Y apenas hay que saber algo del género humano para entender que la vanidad ofendida causa heridas profundas, que reclaman compensaciones urgentes. Muchos de los comentarios a los que aludo resulta difícil no entenderlos como brotando de alguna de esas heridas morales. Y es que el acceso a la Universidad es un asunto muy selectivo, que a menudo deja agravios, heridas y resentimientos. La consecuencia es que a quien le ha ido bien no tiene mucho interés en que algo cambie. Así que solo suelen pronunciarse los que han quedado por el camino. Pongo esto de manifiesto para identificar que el material psíquico con el que se trabaja en este asunto es altamente explosivo. Cualquiera que desee poner su mano en el sistema universitario, tendrá que saberlo e interiorizarlo, antes de comenzar a hablar.

Yo lo haré con temor y temblor. Dado que no tengo expectativas especiales ni personales en ello, ya que estoy casi al final de mi carrera, al menos no podré ser acusado de falta de sinceridad. Por lo demás, nunca he participado en los sistemas de acreditación, como apenas nunca participé en los antiguos sistemas de oposición. Así que tampoco será fácil ver en mis palabras una actitud legitimadora. La primera cuestión que se debería tener en cuenta es que una institución no debe valorarse al margen de su trayectoria histórica. He conocido todos los sistemas de la Universidad democrática española y debo decir con toda claridad que, mirada desde el largo plazo, tenemos ahora la mejor Universidad de la historia de España. Por supuesto que no es decir mucho, pero debería significar algo a la hora de hacer valoraciones demasiado negativas. Mi razón para afirmar esto es la siguiente: tenemos ahora un sistema suficientemente claro, explícito, objetivo y eficaz de perfilar la carrera docente. Una buena parte de este mérito lo tiene la Aneca.

Conocí el sistema de oposiciones inicial de la LRU, con el tribunal nacional de grandes catedráticos. Aunque favoreciera a algunos, será más fácil encontrar damnificados que beneficiados. Después vino el sistema de funcionarización masiva del profesorado no numerario, las habilitaciones. Una comisión, reunida en cualquier lugar del España, verificaba centenares de expedientes sin verle la cara a los candidatos. Cómo serían aquellas habilitaciones, que los profesores del sistema anterior fueron llamados de 'pata negra'. Se dice que en aquella ocasión debieron talarse la mitad de los bosques españoles para fabricar pasta de papel y mejorar los currículos deprisa y corriendo. Aquella fue una decisión político-sindical que santificó la precaria Universidad de la Transición y bloqueó el acceso a la Universidad de toda una generación. Como en la primera tanda pasó solo el 50%, se hizo una segunda tanda que funcionarizó a una buena parte de los excluidos. Luego, vinieron las oposiciones masivas de los que todavía quedaban, cuyo resultado fue que el 99% de los que concursaban se quedaban en su plaza. Algunos de ellos quizá no podrían ser acreditados como ayudantes doctores en la actualidad.

Con el sistema de la acreditación se consigue que el perfil medio del profesorado mejore. Es verdad, como dice Andradas, que es calculable y produce una estandarización. Pero está diseñado para definir un profesor medio y no impide la excelencia. Impone condiciones mínimas y logra que la calidad general del profesorado esté regulada sobre ciertos parámetros. Los egresados los conocen y se esfuerzan por cumplirlos. Tener becas predoctorales, hacer estancias en el extranjero, haberse iniciado en la docencia, tener una tesis internacional, publicar algunos artículos en revistas indexadas, todo ello puede parecer mediocre, pero nada que ver con el amateurismo en el que se formó la Universidad que yo conocí. La ANECA no es una Agencia de reconocimiento de méritos singulares, sino una Agencia que ha creado su propio saber hacer, sus procedimientos comparativos, sus estándares. Y debo decir que no produce demasiadas sorpresas. Como he dicho, jamás he trabajado en ella, pero nunca me ha sorprendido con una decisión respecto de los juicios que previamente me había hecho por mi cuenta acerca de la madurez de un candidato.

En suma, ha generado, junto con otras instancias, como la FECYT, algo parecido a un sistema español de ciencia. Es lógico que cuando se presenten científicos que se han formado en un sistema diferente, haya disonancias. Y es lógico que el sistema español tenga que nutrirse de herramientas para esos casos y perfeccione las que ya tenemos. Por ejemplo, hemos de saber que los científicos más competitivos van a proceder del mundo de la investigación. La ANECA se mantiene fiel a un perfil triple de profesorado que implica docencia, investigación y administración, dado que somos mayoritariamente una institución que se autogobierna. Es lógico que los jóvenes investigadores que quieran regresar tras una brillante estancia en el extranjero, o que sean extranjeros, tengan una carrera investigadora excelente, pero quizá no den el perfil triple de profesorado con el que trabaja la ANECA. Sin embargo, ya hay acreditación específica para currículos de investigación, y la propia UCM, impulsada por ese excelente Rector que fue Andradas, publica plazas que sólo requieren la acreditación como Investigador de nivel 3.

Creo que las lamentables noticias que hemos conocido en los días atrás respecto de los Anecados, podrían evitarse si las Universidades canalizaran algunos de sus escasos recursos en promover este tipo de plazas, diseñadas específicamente para internacionalizar el profesorado. Eso no implica apostar por un doble sistema de profesorado, sino sencillamente por un doble acceso a la función académica. Mi experiencia es que los baremos de Ayudante-doctor favorecen a los que han recorrido el sistema científico español. Si queremos una Universidad más creativa, deberemos encontrar sistemas que faciliten la incorporación de profesorado extranjero y la reincorporación de españoles que se han integrado en proyectos científicos internacionales. Pero no pondría como condición la desaparición de las reglas claras, aceptadas, conocidas y transitables de la Aneca. Es como la evaluación de las Revistas científicas. Sin duda que habrá artículos magistrales en revistas humildes. Un sistema científico verdadero requiere flexibilidad para apreciar el talento allí donde esté. Pero para reconocer esas singularidades no deberíamos poner en peligro el sistema que ha determinado que las Revistas españolas, por término medio, hayan dado un verdadero salto hacia adelante en calidad, rigor, transparencia e internacionalización. Lo mismo sucede con los sexenios de investigación. Claro que habrá injusticias. Pero nadie puede aspirar a una cátedra si no ha mantenido al menos el tono investigador durante un mínimo de 18 años. Eso genera un profesor medio infinitamente mejor que el que dependía de los tortuosos y opacos acuerdos de los grandes catedráticos de antaño.

Queda por abordar el problema central del artículo de Carlos Andradas, el de la confianza en la autonomía universitaria por parte de las instituciones políticas. Pero eso lo dejaré para otro día.