La guerra comercial vuelve a apoderarse de la agenda económica y política a nivel global. Las tensiones arancelarias que disputaban China y Estados Unidos vuelven a sacudir a la economía mundial tras la nueva oleada proteccionista que ha emitido el Presidente Donald Trump. Unos aranceles que en Pekín no han sentado nada bien tras la, que a priori se consideraba, tregua comercial alcanzada en la pasada cumbre del G7.

Y es que, durante la semana pasada, el líder norteamericano mandó aplicar un nuevo arancel del 10% sobre los productos de origen chino, incrementando las tasas arancelarias a los bienes de origen asiático por valor de 300 mil millones de dólares. Una reacción que sorprendió a China y a los inversores, pues no se esperaban que tras las supuesta tregua comercial que habían logrado ambos bloques, Donald Trump volviese a amenazar con nuevas baterías arancelarias.

No obstante, la desaceleración económica, más pronunciada de lo esperado en Estados Unidos y que ha tirado las proyecciones de crecimiento económico por debajo del 2,5%, ha suscitado el deseo en el presidente estadounidense de tomar nuevas represalias contra la economía que, bajo su percepción, considera tener la culpa de las grandes vulnerabilidades del comercio americano. Una situación que aleja un acuerdo que, hasta ahora, parecía inminente.

Pues, ante la desaceleración que vive la economía a nivel mundial, un escenario donde la incertidumbre sacude a uno de los mayores agregados de crecimiento al PIB mundial, como es el comercio internacional, es un graso error. Desde el Fondo Monetario Internacional (FMI), ya se advirtió de la necesidad de llegar a un acuerdo en materia comercial que dotase de estabilidad a un mercado que, ante el escenario recesivo, aportase un mayor dinamismo a los moderados crecimientos previstos para los próximos años.

El comercio internacional es uno de los fenómenos de mayor auge en el escenario globalizado. La conexión generada y la interdependencia entre naciones ha provocado que el comercio global no haya visto lastrada su actividad en los últimos 12 años, creciendo a ritmos vertiginosos que solo se han visto moderados tras el comienzo de la guerra comercial entre los dos principales bloques económicos del mundo. Una situación que ya castiga a la economía china y a su actividad económica.

Para el país asiático, un país muy dependiente del comercio global, gran parte de su Producto Interior Bruto (PIB) se encuentra supeditado al comercio internacional, ya que si observamos el peso de las exportaciones en el PIB chino, este alcanza casi el 20%. Por otro lado, el comercio exterior en el país ya roza casi el 40% del PIB, lo que ha llevado a China a ser, no solo el mayor exportador del mundo, sino también el segundo mayor comprador del planeta. Un fenómeno que ha llevado a China a ostentar un gran peso en el comercio global y los mercados internacionales; el mismo del que se queja de Donald Trump y con el que pretende acabar.

Según el Peterson Institute for International Economics, con la última oleada arancelaria impuesta por Trump, el 96,7% los productos de origen asiático que tienen como destino Estados Unidos se encuentran sometidos a altas cargas arancelarias. Para hacernos una idea, mientras el tipo medio arancelario entre China y Estados Unidos se encontraba en el 3,1%, desde el inicio de la guerra comercial, el indicador se ha visto impulsado hasta alcanzar casi el 28%. Es decir, la guerra comercial refleja el fuerte bloqueo que esta representa para el comercio global y, sobre todo, para el comercio y las relaciones bilaterales que mantenían ambos países.

Esto ha provocado que la economía asiática, la cual se encontraba en fase de ideación y aplicación de nuevas reformas y medidas que tratasen de paliar la situación que atraviesa el país con su mayor socio comercial, se haya visto estancada, reduciendo su crecimiento y llevando las previsiones a ritmos inferiores al 6% para los próximos años. Una situación dura para un país que, aunque viniese experimentando una ralentización desde 2010, pretendía lograr el objetivo de duplicar su PIB para el próximo año, reduciendo así sus niveles de desigualdad en el país.

Ni la política fiscal más laxa ni los incentivos a las empresas extranjera, ni la atracción de inversión. Ninguna de las políticas aplicadas por el Gobierno chino están logrando el objetivo marcado de revertir la situación y paliar los efectos de la guerra comercial en el país. Desde la crisis de 1990, la economía china se marcó el objetivo de lograr duplicar su PIB para el 2020, siendo el fin de este objetivo el de sacar de la pobreza a más de 70 millones de chinos y reducir sus altos niveles de desigualdad en el país. Sin embargo, la guerra comercial sigue intensificando la desaceleración de un crecimiento que se apaga por momentos.

La guerra comercial, un fenómeno que, como he dicho, no va a beneficiar a nadie en el largo plazo, ha llevado a China a registrar uno de sus peores registros de crecimiento de los últimos 30 años. Una situación que aprieta y fuerza la situación política en el país, que ha vuelto a jugar la carta de la política monetaria a su favor. Una actuación que ha levantado nuevamente las críticas de Donald Trump, que vuelve a acusar a China de utilizar la devaluación monetaria para incrementar su ventaja en los mercados globales frente al resto de competidores.

Como digo, una dura situación que, cuando ya se pensaba que estaba solucionado, vuelve a revertirse y a situarse en el punto de partida. Un fenómeno que las bolsas y los mercados financieros ya han tachado de pesimista, pues si observamos las últimas jornadas bursátiles en los mercados financieros internacional, la gran mayoría de ellos se han visto sacudidos por el duro shock que esto presenta, tiñendo de rojo las principales bolsas del mundo. En esta ocasión ningún país pretende ceder y los inversores se muestran cautelosos ante las reacciones del mercado.

Se acercan las elecciones en Estados Unidos y el Presidente Donald Trump, vigente en su mandato, pretende hacer la campaña política enfocando su estrategia en ese discurso proteccionista que defiende, en su opinión, los intereses de la nación y los ciudadanos de la misma, a la vez de inflar el crecimiento con las rebajas que está realizando la Reserva Federal y que cumplen con las exigencias que desde el comienzo de la desaceleración hacía el actual mandatario al organismo dirigido por Jerome Powell.

Una estrategia política arriesgada, pero que puede tener un gran calado entre los ciudadanos americanos. Por parte de China, la estrategia parte de una tortuosa y larga negociación en la que ambas posturas pretenden mantenerse rígidas, pero con postura negociadora. La guerra comercial no es algo con lo que jugar y el precio a pagar por la misma puede ser el adelantamiento de la temida recesión que se espera nivel global y que podría verse intensificada tras el bloqueo comercial, sumado a los distintos shocks que vive, por otro lado, la economía en su conjunto.

Por último, es cierto que si uno ve las políticas aplicadas durante los últimos años por China, uno se da cuenta de que estas no han sido del todo leales y que las quejas de Trump están más que justificadas. Sin embargo, la postura proteccionista del magnate inmobiliario no es la solución más óptima para negociar, pues su estrategia se basa en amenazar e intimidar; una estrategia que está calando en los mercados de capitales, que se encuentran sometidos a un miedo continuo tras las inesperadas reacciones del Presidente. Veremos a ver como transcurren las próximas semanas, aunque si podemos decir que, ante lo ocurrido, tenemos guerra comercial para un largo periodo de tiempo.