Decía San Agustín que el mundo es como un libro y que aquellos que no viajan siempre leen la misma página. Cuanto más viajes, más páginas lees. Y es que, sin duda, la lectura como el viajar enriquecen. El alma, el intelecto, la memoria o nuestra felicidad. Menos en perricas, en todo lo demás nos hace más ricos.

En mi libro del mundo, una de las páginas que recuerdo con más cariño es sin duda la de Japón. Por el significado, mi inolvidable luna de miel, y también por la cantidad de contrastes culturales que vives desde que pisas suelo nipón y que, como poco, chocan con nuestras costumbres occidentales.

El primero de esos contrastes lo encontré en el orden y la limpieza. Seguramente no recuerden qué equipos jugaron la final del mundial de fútbol de 2018 pero en cambio es más fácil recordar esa imagen tan viral de los vestuarios y las gradas impolutas del equipo y la afición japonesa. ¡Qué pena que ser limpio sea noticia y trending topic en España! Un periodista deportivo comentó entonces que «el fútbol es reflejo de la cultura de un país» y, efectivamente, al igual que ocurrió con esas gradas, en las calles de Japón no verán basura. Desde muy pequeños aprenden la importancia del orden y de la limpieza tanto en sus casas como en las escuelas, donde profesores y alumnos son los responsables de limpiar y ordenar aulas, pasillos y patios.

El segundo de los contrastes tiene que ver con la buena educación, los modales o la urbanidad. En Japón el respeto por las normas y por los demás viene de serie. Es muy difícil, casi misión imposible, imaginarse a una familia de japoneses en cualquiera de las playas de La Ribera o de La Manga peleándose por el mejor sitio, colocando sus toallas y sombrillas a escasos treinta centímetros del vecino, compartiendo con toda la comunidad playera su selección de grandes éxitos del reggaeton o dejando en la playa su huella en forma de colillas y basura. En cambio, podemos contemplar a diario en High Definition la versión occidental de esta estampita donde da igual no respetar el espacio del prójimo, reservar parcelitas de playa que no ocuparemos hasta pasadas varias horas, hablar a gritos, convertir la orilla en la pista central de Roland Garros para jugar a las palas o enseñar todo lo enseñable con trajes de baño escasos de tela.

Finalmente, otro de los muchos contrastes entre nuestras culturas tiene que ver con los errores y con la gestión de los mismos. Aquí, en constante búsqueda y captura, sigue siendo un síntoma claro de fracaso pese a esas campañas pro-error patrocinadas por Mr. Wonderful y algunos coachs de esos modernos. Prohibido equivocarse. ¿Y si pasa? Más aún reconocerlo. Por eso, si erramos, hay que tirar con todo, pa'lante como las cabras o como hacen esos que nos representan.

En cambio, en la cultura oriental suelen decir que un error es una oportunidad, pero para ello hay un elemento fundamental: el Hansei. Se trata de una de esas ideas o actitudes que inculcan desde bien pequeños, desde que ya tiene edad para equivocarse. Han significa «darle la vuelta a algo» y sei «autoexaminarse» refiriéndose el término completo a la necesidad de, en caso de equivocarnos, hacer introspección, responsabilizarnos, identificar las diferencias entre lo que pretendíamos conseguir y lo que realmente se ha conseguido para después, como broche final, comprometerse y llevar a cabo los cambios necesarios para mejorar.

Así padres y maestros dicen Hansei Shinasai ('Haz Hansei') a los niños para que, ante un error, estos se responsabilicen, recapaciten y busquen soluciones. También a nivel empresarial existen las Hansei Kai (reuniones de Hansei) donde los equipos afrontan conjuntamente esos errores u objetivos no cumplidos para alcanzar el Kaizen o lo que es lo mismo, la mejora continua.

Pero esto de que el error es una oportunidad para mejorar no es cosa sólo de japoneses. Ya lo advirtió Alan Chalmers: «La ciencia progresa mediante el ensayo y el error». Son muchos los estudios y teorías que confirman que los errores pueden ser herramientas útiles para nuestro aprendizaje, pero para ello, cual Hansei, deben ir de la mano de un proceso reflexivo donde tomemos conciencia de cuál ha sido el error, cuál es la respuesta correcta y cuál es el cambio que tenemos que llevar a cabo para alcanzarla. De esta forma no tropezaremos tantas veces con la misma piedra y, como alquimistas, podríamos llegar a convertir nuestros errores en oro como sucedió con el microondas o la penicilina. Y es que, en definitiva, la historia está repleta de descubrimientos y grandes éxitos que nacieron de errores.

Equivocarse es muy humano. Igual de humano en Osaka que en Murcia. Pero si ocurre, que ocurrirá, nada de hacerlo a lo loco. Hagamos Hansei, reflexionemos y busquemos respuestas de forma que podamos aprender de nuestros errores como si de oportunidades para mejorar se tratasen. Y quién sabe si además, con un mucho de suerte y más casualidad, de un error convertido en oro consigamos hacernos ricos en perricas para que podamos viajar y leer tanto como queramos. Será por páginas en este mundo?