Nos vamos de vacaciones con esa sensación de provisionalidad y de vértigo a lo que está por venir que nos han dejado los políticos después de la fallida investidura de Sánchez. Por méritos propios y de los demás.

Mientras ellos se pierden por los espacios naturales de Doñana, las playas de Santa Pola, en la piscinita del chalé de Galapagar o de viaje de nuevos novios a destinos insospechados, a los ciudadanos nos quedará esta orfandad, este vacío, acostumbrados como estamos a que nos gobiernen para bien o para mal.

Pero llegará setiembre y, si estiramos los brazos, ese otoño complicado y duro que espera al país.

Sin un Gobierno y abocados a unas elecciones generales en noviembre, una Moncloa débil y maniatada en el Congreso deberá afrontar desafíos que bien hubiesen requeridos de pactos.

La sentencia del Supremo sobre el procés, sea dura o benévola, soliviantará, si no es de absolución total, a los independentistas radicales ahormados en la ANC y la CUP que mandarán a la Generalitat a pelear en las instituciones, y ellos a combatir en la calle, a ese 'Estado español represor' que les sirve de sostén y excusa de su inutilidad para cumplir con aquello que vociferan: la proclamación de la república catalana

Madrid se verá obligado a tomar medidas de orden público, quién sabe si hasta las constitucionales de nuevo, que necesitarán del respaldo de las Cortes cuando llegue el momento.

Además, seguiremos bajo los presupuestos prorrogados de Montoro, aquellos del 2018, con las restricciones que ello supone para la inversión pública, las políticas sociales o la gestión de la deuda.

Las autoridades comunitarias seguirán exigiendo los recortes de 6.000 en 6.000 millones este y los dos próximos años si nos atenemos a la estabilidad presupuestaria emanada desde Bruselas.

El Brexit llegará el 31 de octubre, sí o sí, si creemos al excéntrico nuevo primer ministro británico y la nación requerirá de planes de contingencia para minimizar el impacto económico y financiero. España debería tener además una firme política europea para no obedecer al eje franco-alemán a pie juntillas.

Mientras esto y todo lo demás nos sobrevolará, aquí estaremos en medio de una campaña electoral que comenzará el 23 de septiembre si el sentido de país no termina imponiéndose sobre el interés de los partidos y de sus líderes. Y eso es cosa de dos o tres de ellos.