Una madrugada del pasado agosto, estaba de vacaciones, recibí por whatsapp el mensaje de un amigo: «Acaba de morir Paquito Martín». Me tiré a la terraza, me agarré a la barandilla, y me puse a llorar de manera tan compulsiva que, mientras lo hacía, yo mismo me preguntaba qué me estaba pasando. No fui exactamente amigo de Paco Martín.

Éramos amigos a través de otros amigos. Pero todos éramos conscientes de que pertenecíamos a una generación o lo que fuera en que lo que cada uno hacía implicaba a los demás, aunque no fuera compartido ni falta que hiciera.

Paquito era muy suyo, como cada cual, claro, y no resultaba un tipo fácil. Pero sobre cualquier consideración había algo que nadie podía discutir: su talento. Yo soy de los que ante el talento de otros me rindo ya de entrada, me caigan bien o me caigan mal.

Paquito, además, me caía extraordinariamente bien. Estuvimos varios años (tres o cuatro, tal vez) sin dirigirnos la palabra (contribuía a esto el que no coincidiéramos) porque desde estas páginas le reproché algo que ahora no viene a cuento sobre una decisión suya en relación a La Mar de Letras, probablemente, visto a toro pasado, con injusticia. Da igual. Una noche nos topamos a la puerta de un teatro, nos dimos un abrazo de esos de palmaditas en la espalda, sin efusiones, iniciamos una conversación banal y todo volvió a ser como siempre.

Como ya, por el horario de cierre, no tengo tiempo para borrar lo que he escrito y volver a empezar de otra manera, resumo que lo que quiero decir es que no hablo de un amiguete ni de un colega del círculo complaciente de los culturetas. Hablo de alguien a quien respeto y admiro, no por cercanía personal, sino por su gigantesca obra, algo que comparte la comunidad cultural de esta Región.

Después de aquel desahogo por la noticia de su muerte me di cuenta de que en realidad lloraba por el fin de una época. Martín sufrió una muerte prematura, pero casualmente o no coincidió con el momento político en que fue represaliado por la administración local de José López, que veía en él un trasunto de José Antonio Alonso, el alcalde socialista que dio el visto bueno al proyecto de La Mar de Músicas, y de Pilar Barreiro, del PP, que sin reparos ni celos lo impulsó.

Estos antecedentes son la clave de que el grupo municipal de José López se oponga a que el Parque Torres lleve el nombre que se merece, el de Francisco Martín, el hombre que lo convirtió en un punto de referencia internacional para Cartagena. Miseria política, obsesiones personales, detritus ideológico. Nada extraño en una Región en que que la extrema derecha garrapatea al Gobierno regional entrante y donde una ciudad que merece ser capital cultural del Mediterráneo gracias al esfuerzo de personas como Paco Martín y otros que han seguido su estela con proyectos originales y emocionantes se puede ver sumergida en el rencor contra sí misma.

Vista la ingratitud y la estulticia del tal López, convendrá poner en evidencia que Paco Martín, desde la humildad del funcionariado municipal con el añadido de la discreción sobre su protagonismo personal, ha hecho más por Cartagena y, por extensión, por la Región de Murcia, que toda la plana política de la ciudad. Mientras Paco Martín elevaba el nombre de Cartagena durante años a través de la prensa nacional e internacional había quienes protagonizaban vídeos frikis con tontadas insoportables para la risión pública exterior y la vergüenza ajena de la mayoría de los habitantes de un enclave maravilloso del que toda la Región se siente orgullosa, menos quienes, presumiendo de que la aman, se arrogan del lema «la maté porque era mía».

Si alguna duda pudiera existir acerca de la necesidad del 'gobierno de gran coalición' (PSOE-PP-Cs) en Cartagena para impedir el desmán del populismo matón y de alpargata, circunstancias como el homenaje debido a Paco Martín al año de su muerte en plena celebración de su obra maestra, La Mar de Músicas, obligan a admitir que la coalición fue acertada. La Mar abrió Cartagena al mundo, creó un modelo multidisciplinar que otros festivales no han podido imitar con tanta solvencia.

Paco Martín no solo abrió fronteras internacionales sino que rompió a martillazos el dique del Puerto de la Cadena, permitiendo el tráfico de talentos entre Murcia y Cartagena, hermando a través de la cultura a dos capitales complementarias y amigas. Tal vez eso es lo que no soporta el populismo roñoso, tan victimista como inoperante.

El gesto de reconocimiento a Paco Martín debiera haber sido indiscutible en cualquier sociedad. De hecho, las fuerzas políticas de distinto signo han coincidido en esa obligación, menos la que enarbola el rencor, la violencia verbal y el machirulismo más retrógrado. Razón de más para, al año de su desaparición, recuperar la figura de quien luchó a su manera, desde su pasión por la multiculturalidad a través de la música y de las artes por hacer todavía más grande a Cartagena.

Que no tengamos que llorar más a Paco Martín.