L as Ibéricas F. C. es el título de una película de la década de los setenta en la que se ridiculizaba la posibilidad de que las mujeres pudiesen jugar al fútbol. Se trata de una comedia ligera dirigida por Pedro Masó, de pésimo gusto y basada en tópicos antediluvianos. Tuvo un gran éxito en la época a pesar de tratarse de una cinta de ínfima calidad, aunque no por ser deplorable deja de estar cargada de contenido, ya que el mensaje está muy lejos de ser neutro: reproduce el relato con el que hemos crecido de que el deporte en general y el fútbol en particular son cosa de hombres. Si las mujeres nos exhibimos en pantalón cortito sólo puede ser para enseñar pierna y cazar marido, ya que ese es nuestro objetivo en la vida y está bien que así sea. Las mujeres tenemos que asumir que somos débiles y que no estamos hechas para el ejercicio físico. Esto es básicamente lo que cuenta esta película en la que se mezclan, para disfrute del público masculino, fútbol y mujeres en ropa ajustada.

Han pasado casi cincuenta años, hemos evolucionado mucho, se ha avanzado en numerosas cuestiones, el feminismo es ya un tsunami imparable, pero la realidad a la que nos seguimos enfrentando es que el deporte femenino sigue siendo una actividad marginada por los medios de comunicación e invisible para la opinión pública en la inmensa mayoría de las ocasiones; en el remoto caso de que este tipo de espectáculo llegue al gran público, hay muchas posibilidades de que se considere un latazo insoportable por los sectores más machistas de la sociedad.

La portada de Charlie Hebdo del mes pasado, dedicada al Mundial de Fútbol femenino, que comenzó en Francia el 7 de junio y en el que EE UU se ha alzado con la victoria, mostraba una entrepierna femenina con un balón de fútbol como clítoris y el texto «nos lo vamos a comer durante un mes». Si lo comparamos con la película Las Ibéricas F. C. está claro que no hemos avanzado nada ni en el fondo ni en la forma: se sigue ridiculizando la presencia de las mujeres en el ámbito deportivo y se sigue haciendo con pésimo gusto. Está implícito el mensaje de que los consumidores de fútbol son hombres que van a tener que cargar con el 'coñazo' del fútbol femenino y aguantar un espectáculo carente de interés. Por supuesto, también se da por hecho que el deporte canónico, el que tiene verdadero valor, es el que juegan los hombres. En el editorial de ese número de Charlie Hebdo se argumenta contra el embrutecimiento que conlleva el fútbol como deporte de masas, pero resulta más que evidente que se trata de una excusa que intenta poner un velo a la misoginia de su portada puesto que para criticar un deporte de masas, nada mejor que centrarse en el fútbol masculino; el femenino está muy lejos de ser masivo. En el propio editorial se alerta contra los peligros de lo que ellos llaman 'la religión de la igualdad'. Poco que añadir a esta afirmación, que se glosa a sí misma.

El objetivo del discurso del patriarcado siempre es disuadir a las mujeres de dedicarse a actividades que considera que no les corresponden, ya sea en arte, literatura, ciencia, investigación, viajes o, como en este caso, deportes. Los modos de hacerlo son múltiples y recorren el amplio abanico que va desde la persuasión a la prohibición, pasando, cómo no, por la ridiculización.

La presencia de las mujeres en el mundo deportivo ha estado, por lo general, limitada hasta hace pocos años a la entrega de premios (en la Fórmula 1, en el ciclismo?) reforzando el doble imaginario de la mujer como elemento decorativo y como descanso del guerrero, hardcore de la película que da título a este artículo. Han sido necesarios muchos años de esfuerzo, trabajo y tesón por parte de las deportistas para que los medios de comunicación generaran un mínimo de interés por los deportes protagonizados por mujeres.

Aún así, la resistencia a tomarse en serio esta actividad ha sido una constante. Estamos más que acostumbradas, yo diría que hartas de que ante un triunfo deportivo a las mujeres se les pregunte por cómo compaginan la actividad deportiva y la vida familiar, que en lugar de destacar sus logros se centren en su aspecto físico o que la pregunta recurrente sea si tiene novio y qué piensa él de su actividad; por lo visto, el machismo y la falta de imaginación forman un buen tándem.

Es hora de que se normalice la presencia de las mujeres de forma igualitaria en todos los ámbitos; el deporte no puede quedar fuera de esa normalización. Como vemos, la resistencia a la naturalización de la igualdad no tiene por qué venir solamente de medios conservadores ya que el machismo es lo más transversal que existe y en este caso vemos esa resistencia bien ilustrada por la portada de Charlie Hebdo.