Hace unos días veía las reflexiones que el experto y eminencia liberal Pedro Schwartz comentaba en una serie de vídeos que integraban un curso, acerca de la amenaza que acecha al liberalismo como filosofía y corriente de pensamiento. El liberalismo, una filosofía que, aunque por cuestiones de carácter histórico y originario se encuentra acotada entre una serie de parámetros, pero que por cuestiones comerciales, en materia política, ha terminado por 'prostituir' el término.

Y sí, hablo de prostituir por la sencilla razón de que el auge del 'liberalismo de boquilla', como a mí me gusta llamarlo, ha tenido un gran empuje en la nueva democracia. La democracia en la que no existe el bipartidismo debido al surgimiento de otras formaciones políticas en el país. Unas formaciones que se han otorgado el poder de representar al liberalismo en su mayor expresión, pero que, a la hora de la verdad, hemos visto que se encuentran formadas por representantes socialdemócratas que enmascaran la realidad.

El liberalismo, pese al auge del 'liberalismo de boquilla' que continúa avanzando con paso firme, se está viendo acechado por peligros que amenazan la supervivencia de la histórica corriente. Las crisis de 2007, como decía el doctor Schwartz, entre otros factores, puso de manifiesto entre la sociedad popular si el liberalismo económico realmente funcionaba. Los grandes shocks que vivió la economía durante la gran depresión provocó que el descontento popular se volviese en contra del libre mercado; el mismo que, en su percepción, les había llevado a la mismísima quiebra.

Como digo, la crisis de 2007, debido principalmente a un mercado hipotecario que no solo perdió el raciocinio, sino que se vio inmerso en una inmensa burbuja, provocó que la gente, ante lo ocurrido en el mercado, sintiera una fuerte desafección del libre comercio y la leve supervisión de los organismos encargados. La población, como ocurrió en el crack del 29 y otros sucesos en la historia económica, volvía a ver la pobreza en la sociedad. Una pobreza que iba precedida de la mala actuación de determinados gobernantes que no supieron gestionar las emociones,

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo podía haber permitido la sociedad lo ocurrido? ¿Cómo la libertad de la que gozaba el sector inmobiliario podía haber acabado con la economía nacional? ¿Cómo nos han engañado y el gobierno no nos ha protegido? Miles de preguntas son las que surgían de las bocas de los ciudadanos en los diferentes países del territorio global. La crisis era inminente y los países habían entrado en una situación en la que la reversión no era una tarea simple. El descontento social afloraba entre la población y las puertas a nuevas formaciones políticas con discursos regeneradores se abrían de par en par.

Fue entonces cuando la gran amenaza del liberalismo, los auges nacionalistas, comenzaron a resurgir en Europa como si de un virus se tratase. Reino Unido, Italia, Estados Unidos, España, Grecia, entre otros, comenzaron a ver formaciones políticas que se convertían en oponentes con posibilidades reales gracias a los discursos nacionalistas. El malestar social, como en otros momentos de la historia de nuestro continente, había hecho resurgir el discurso individualista, nacionalista, excluyente, que centraba toda la atención en un discurso completamente distorsionado y populista.

Como en la Alemania nazi, la crisis había llegado por culpa de esa globalización tan prometedora de la que hablaban los políticos liberales. El descontrol y la desregulación de la banca había permitido que una serie de individuos -la mar de ambiciosos y no liberales- hubiese acabado con nuestro estado de bienestar. Momento en el que, con el descontento, la gente comenzó a dar prioridad a partidos que, promoviendo un discurso odioso, nacionalista y excluyente; eliminando entre sus intenciones de voto aquellos partidos que abogaban por economías más abiertas, conectadas en interdependientes.

Países como Reino Unido se levantó en armas, advirtiendo a Europa que se irían de la Unión Europea en búsqueda de un mayor crecimiento y una menor dependencia de los estados miembros de la Eurozona. Italia, sin lograr una mayoría en sede parlamentaria, vivió el auge del movimiento de ultra derecha que abogaba por la prioridad nacional, la exclusión de los extranjeros y el individualismo frente al acuerdo comunitario. Por último, y quizá el más conocido, el movimiento de Donald Trump y el partido republicano, en el que su lema partía de 'América first' y el resto derivaba del mismo lema.

El nacionalismo y los auges separatistas se adueñaban de la diplomacia mundial, las tensiones crecían y los pueblos se fragmentaban. La crisis y este movimiento liberal de unir las economías y permitir la libertad de actuación de los mercados para regular la competitividad de los países no era apoyado por la sociedad. Los lemas populistas en los que el bienestar de una sola población, el desarrollo nacional y la falta de inclusión en esos desarrollos comenzaba a despertar a una población cabreaba que comenzaba a enfurecerse. La pobreza y la desigualdad les llevó a pensar en su propio bienestar, eliminando de la mente cualquier otra distracción, por llamarlo de alguna forma.

La amenaza de un virus nacionalista. Los medios de comunicación también jugaban un papel determinante en esta lucha social. El surgimiento de nuevos medios de comunicación y el auge de la información y el periodismo online daba voz a todas estas nuevas formaciones que surgían en los países. El nacionalismo excluyente se apoderó de los medios y el liberalismo democrático perdía fuerza entre sus seguidores. Lo importante para el ciudadano era sacar al país de la situación en la que había entrado y después ya veremos lo que nos depara el futuro. Las reglas comunitarias eran desafiadas y las tensiones transfronterizas seguían creciendo como la espuma.

El miedo se había apoderado de la sociedad y cualquier discurso relacionado con el progreso, con nuevos cambios, nuevas incertidumbres, amenaza al bienestar social ya conocido por los ciudadanos en los países. El conservadurismo de izquierda y derecha cogía fuerza y las nuevas generaciones, revolucionarias e impulsadas por una altísima tasa de formados universitarios y repletos de aires revolucionarios impulsaba con fuerza estos nuevos movimientos. El movimiento ahora era el de acabar con aquel sistema capitalista que nos había llevado a la crisis y no estar en el movimiento revolucionario y 'regenerador' era estar contra del Estado de bienestar de la ciudadanía.

Y, en resumen, es el punto en el que estamos actualmente. Aunque el liberalismo esté cogiendo nuevamente fuerza, los movimientos populistas, separatistas y nacionalistas amenazan a una Europa globalizada. Las tensiones en el entorno geopolítico siguen resurgiendo y los nacionalismo excluyentes que mencionábamos anteriormente comienzan a amenazar a este sistema inclusivo al que tanto nos había costado llegar.

El liberalismo se ve amenazado diariamente, mientras esta clase de movimientos, surgidos en toda Europa, siguen ganando fuerza y terreno en los principales países de la Eurozona. La desaceleración de la economía vuelve a asustar a la ciudadanía, que vuelve a acercarse a nuevas formaciones que penetran con nuevos discursos nacionalistas, como los anteriores, pero con un código distinto. Las tensiones siguen en aumento y la discordia social se hace ver en la población enfurecida y ricofóbica, achacando sus errores al sistema capitalista, en el que el gobierno no quiso intervenir.

Por esta razón quiero terminar tal y como empecé, pues la culpa de todo esto no ha sido del liberalismo y el capitalismo, al menos como la corriente verdaderamente ideológica, como algunos afirman. Sin embargo, aun así, los discursos populistas ganan fuerza en la sociedad. Por ello, podemos afirmar que el termino 'liberalismo' está prostituido, encontrándose en grave peligro por ello.