Durante siglos las comunidades indígenas han estado sometidas por las sociedades industrializadas a una violencia genocida, a la esclavitud y al racismo con la finalidad de robar sus tierras, sus recursos.

Las mujeres también han estado presentes a lo largo de este proceso de resistencia indígena; han luchado contra la sobreexplotación de sus tierras a costa de sus vidas y de las de sus seres queridos.

Estos son solo unos pocos ejemplos de lideresas ecologistas que fueron asesinadas por oponerse a los intereses de las grandes compañías que quieren adueñarse de los territorios y de los bienes comunes.

Gloria Capitán dirigió el movimiento que se opuso a la expansión de las centrales de carbón en Filipinas. Murió asesinada en 2016.

Berta Cáceres lideraba las protestas contra los proyectos hidroeléctricos en el río Gualcarque en Honduras. Recibió más de una treintena de amenazas de muerte antes de ser asesinada.

La guatemalteca Laura Vásquez encabezó la oposición al proyecto minero San Rafael. Murió de un disparo en la cabeza en 2017.

Solo en Colombia, 102 pueblos indígenas continúan la lucha para pervivir en el tiempo y en el espacio. Son víctimas milenarias de las guerras que empezaron en 1492, cuando el hombre blanco empezó a violentar su territorio.

Uno de los ejemplos de resistencia más significativos lo ha protagonizado el pueblo Nasa o Páez, del departamento del Cauca. Estas comunidades continúan viviendo una guerra por la disputa del territorio, controlado por la guerrilla, paramilitares, narcos y forrados de monocultivos de caña de azúcar para la industria que maltrata la Madre Tierra, la Uma Kiwe.

Un pueblo que ama tanto su tierra que en el momento del nacimiento de un nuevo ser la partera o partero siembra el ombligo, entierra el cordón umbilical, para relacionar al niño o a la niña con la Uma Kiwe, para que nazca el apego a la Tierra; la vida y la sabiduría del pueblo Nasa brotan de la Tierra.

Esta íntima relación con el territorio es lo que ha hecho que la mujer Nasa haya destacado en la defensa de la vida desde principios de la colonización.

Las abuelas Nasa recuerdan que hacia 1500 existió una indígena, 'La Cacica Gaitana', que vengó la muerte de su hijo a manos de los españoles, marcando un antes y un después para este pueblo. El nombre de La Gaitana aparece por primera vez en la obra de Castellanos, cronista del siglo XVI, como una mujer cruel que torturó y asesinó al conquistador Añasco para vengar la muerte de su hijo. Castellanos presenta el comportamiento de La Gaitana como el producto del dolor de una mujer salvaje por la pérdida de su hijo.

Hay evidencias antropológicas y de archivo que apuntan hacia la existencia de sociedades matrilineales entre los grupos indígenas, como los Yalcones, Nasas o Paeces, en las cuales las mujeres podían ocupar una posición de gobierno, y los hombres accedían al poder solo por línea materna.

La existencia de estos cacicazgos femeninos en el momento de la penetración española en estas regiones podría haber dado lugar a la leyenda de La Gaitana quien como cacica y madre de un guerrero caído actuó de acuerdo a un conjunto de normas cultural y socialmente establecidas, organizando una rebelión contra los conquistadores españoles: «Y si matan a algún indio, por sus costumbres no están obligados a la venganza y satisfacción de este agravio los parientes del padre sino los de la madre, con todos los indios de su apellido».

La Gaitana ha sido identificada en diversos documentos con la cacica Guatepán, figura que en la memoria indígena está íntimamente relacionada con la lucha por la tierra, de ahí que muchas organizaciones hayan adoptado a esta indígena legendaria como símbolo de identidad y soberanía nacional.

Pero el papel histórico de las cacicas no solo ha sido asociado a la lucha armada, también a la construcción del futuro usando métodos no violentos. Este es el caso de la cacica María Mandiguagua que resistió en plena época de colonización y evangelización. Esta cacica recordó a su pueblo que, desde la creación, el mundo Nasa es masculino, Thai, y femenino, Huma, la generadora de vida y depositaria de la sabiduría. De esta forma luchó contra la religión de los colonizadores quienes querían imponer a su Dios masculino y a su moral machista. Invitó a las mujeres a tener muchos compañeros que les dieran hijos y fueron por el territorio dejando a estos hijos e hijas para que se fueran apropiando de las tierras y organizaran la resistencia.

Las mujeres cacicas eran las que organizaban a su pueblo, las encargadas de dirigir y cuidar sus territorios. Han pasado a la historia pocos nombres de estas mujeres, seguramente borrados por la imposición colonial del hombre blanco que no vería con buenos ojos que las mujeres tuvieran ese poder.

Quinientos años después, estos pueblos continúan luchando por no desaparecer, por conservar sus raíces, tradiciones, conocimientos y sus lenguas maternas. En la participación política existe todavía un abismo entre el papel de las mujeres y de los hombres. Los hombres siguen tomando las decisiones ocupando los cargos directivos del movimiento, aunque parece que en las últimas dos décadas el liderazgo de las mujeres indígenas se ha visto fortalecido.

Aída Quilcué era muy joven cuando supo que había que defender la vida y la dignidad de su pueblo. «El silencio nos ha matado a muchas mujeres en Colombia», dijo en una entrevista. Por primera vez en la historia del Consejo Regional Indígena del Cauca, fundado en 1971, una mujer es nombrada consejera de esta organización. En el año 2008 movilizó a decenas de miles de indígenas hacia Bogotá para exigir el cumplimiento de los acuerdos con los pueblos indígenas del Cauca. Al finalizar su mandato regresó a su territorio donde continúa su lucha por los derechos de los pueblos indígenas, para construir paz en el territorio con las diversas miradas de las distintas comunidades que identifican a Colombia.

Las mujeres Nasa tienen el legado de las cacicas; la fuerza que las anima es la de la Madre Tierra, el deseo de vivir con dignidad, con justicia y en paz. Así es como estas mujeres han tejido y siguen tejiendo el futuro de sus comunidades.