-Este es el mar de Calblanque, papá?

—No, hijo, Calblanque es el nombre de la playa. Este mar se llama Mediterráneo.

—¿Y es muy grande?

—Inmenso, pero en comparación con otros mares, solo es mediano.

—¿Y por eso se llama así?

—Pues no exactamente. Se llama así porque, hace mucho tiempo, los pueblos que vivimos a sus orillas pensábamos que era el centro de la tierra.

—¿Pero cómo puede ser un mar el centro de la tierra?

—Suena raro, ¿verdad? Pero así era. Para visitarnos, teníamos que cruzarlo. Para aprender y para compartir, para crecer unos y otros, había que pasar por aquí. Más que un mar era un camino, y gracias a ese camino, en las orillas aparecieron cosas importantes, como la democracia, la vela, la filosofía, el aceite o la poesía.

—¿Y ya no es así, papá?

—No del todo. Aunque nuestra cultura común permanece, ahora el Mediterráneo no es solo un camino, también es una frontera. Entre el norte y el sur, entre la riqueza y la miseria, entre la guerra y la paz o entre la muerte y la vida. Por allí, tras la línea del horizonte, hay guerras. Para huir de ellas, la gente se lanza al mar, como han hecho siempre, y busca refugio en otra orilla. Ahora, muchas de esas orillas están cerradas.

—¿Como una barrera?

—Exactamente.

—¿Y quién las cierra?

—Políticos cobardes sobre todo, que temen al diferente, al mar y a quien pueda venir por él. En Italia hay uno, que se llama Salvini, que no solo ha cerrado la barrera sino que se dedica a encerrar a quienes ayudan a los migrantes a la deriva.

—Todavía queda alguien que los ayuda, ¿verdad, papá?

—Claro, hijo. Mira, por ejemplo, está la capitana Carola. Ahora Salvini la ha arrestado, pero ella con su barco ya ha rescatado a cientos de personas. Cuando salga, seguirá.

—Pero entonces, ¿qué es, el Mediterráneo? ¿Una barrera o un camino?

—Pues no sé qué decirte, cariño. Míralo fijamente, ¿tú qué ves? ¿El mar de Salvini o el mar de Carola?

—El mar de Carola, papá.

—Estoy contigo, mi vida.