La tentación humana de negar lo que ya ha sucedido nunca ha sido tan peligrosa como hoy en día. La vida política viene lastrada lamentablemente por funestas dispersiones como el debate identitario, por el odio al diferente, al pobre, al extranjero, y por el resurgimiento de ideas que se creían muertas y enterradas, ahora revitalizadas y adaptadas al mundo sobretecnificado del siglo XXI. Sin embargo, la crisis medioambiental que la humanidad ya padece ha tenido al menos la virtud de movilizar a la durmiente opinión pública mundial en contra de un sistema de dominación narcotizante que se consideraba incontestable y no conocía desde décadas ni rival ni alternativa.

El entramado de relaciones económicas globales; el despiadado sistema de explotación de individuos, países y recursos naturales; el lado oscuro derivado del auge de la tecnología y su poder despersonalizador en el espejismo de las sociedades ricas estaban creando un mundo que confirmaba y aun superaba las premoniciones distópicas anunciadas por George Orwell o Aldous Huxley. El cambio climático es fuente de pobreza, enfermedades y conflictos aquí y ahora, no es necesario esperar al futuro. Sin embargo, la opinión pública aún no se ha encontrado su camino para llevar a cabo una ruptura con los modelos existentes, ruptura que es necesaria para la continuidad de la vida. Dicho cambio, por tanto, solo puede ser una quiebra. Los intentos son débiles. Hay demasiada confianza en los Estados cuyas ataduras y servidumbres son conocidas y las reformas para paliar los daños de la crisis climática resultan todavía demasiado moderadas, poco efectivas y se enfrentan a una intensa actividad de contrainformación por parte de grupos negacionistas. Para ganar esta batalla no basta con llevar la razón.

Pero hoy debe ser saludado con esperanza el nacimiento de movimientos globales en defensa del medioambiente cuyo rostro más visible en los últimos tiempos es el de la joven estudiante Greta Thunberg. Ella ha tenido que soportar las críticas y calumnias más infames que la acusan de someterse a la manipulación de oscuros grupos de interés, de no estar en sus cabales o de ser una persona fanática, una enloquecida Juana de Arco en un psicodrama mediático. Lo triste de la situación es que en el improbable caso de que cualquiera de estas acusaciones fuera cierta no cambiaría ni un ápice la gravedad del momento que vivimos. Lo trágico de la situación es que la joven Greta Thunberg lleva razón en lo que dice.

Quizá, después de todo, tenga algún significado que sean jóvenes estudiantes y adolescentes movilizados quienes levanten las banderas del descontento, son ellos al fin y al cabo quienes cuando completen su formación serán parte de los cuadros técnicos y tendrán un papel relevante en la toma de decisiones de nuestra sociedad. Romper con el modelo de dominación político y económico significará una ruptura con el mundo de sus mayores (nuestro mundo), una quiebra generacional, el dramatismo de una lucha que trascenderá el ámbito de lo público para invadir también la esfera de los sentimientos individuales y personales; lo mundial y lo personal caminarán de la mano.

Transformar o incluso derrocar el orden existente será una forma freudiana pero necesaria de 'matar al padre'. Lucha, liberación y redención para vivir dignamente sobre el medio planeta que nos queda. De ese dolor y conflicto podría nacer una humanidad nueva; a no ser, claro, que nos avergüence que sean unos niños quienes nos lo pidan y prefiramos, como adultos fríos y prácticos, la lucha por la supervivencia a la responsabilidad de la convivencia.