Uno de los territorios de la península ibérica más diferenciados desde antiguo es la región del Sureste. Desde tiempos de los romanos (y probablemente, a la vista de los yacimientos de la Bastida y la Almoloya, desde antes) la región que hoy comprende las provincias de Almería, Alicante, Albacete y Murcia ha formado una entidad cultural, social y política diferenciada. Quizás se trate de uno de los territorios más antiguos de lo que un día sería España.

En el marco de la geopolítica antigua, donde el centro era el Mediterráneo, la península ibérica era una tierra lejana y exótica, en la que vivían serpientes y conejos. Tan solo algunos marineros atrevidos llegaban hasta aquí para intercambiar sus productos con unos extraños nativos que vivían en las zonas costeras. Entre otros destinos, Mazarrón y el Mar Menor eran puntos acreditados de encuentro entre fenicios, griegos e íberos. Pero son los cartagineses, tras la primera guerra púnica, quienes ponen Iberia en el centro de la política internacional, al fundar (sobre un antiguo poblado íbero) su nueva capital: Qart Hadast (Carthago Nova).

Cartagena llegó a ser en los siglos próximos al nacimiento de Cristo la ciudad más importante de la futura Hispania, con un puerto natural de excepcionales características, la conquista de Cartagena fue el centro de la 'guerra mundial' que se libró entre Roma y Carthago por el dominio del Mediterráneo, que suponía, en aquel tiempo, el dominio del mundo. Pero no debemos engañarnos. Cartagena y su área de influencia, en época fenicia y romana, no era un territorio circunscrito a la ciudad ni a su campo adyacente. Lo que los romanos llamaban 'Carthago Nova' era una vasta región que, en algún momento, llegó a ocupar una buena parte de España, incluyendo, además de las provincias de Murcia, Alicante, Albacete y Almería, una buena parte de lo que un día sería Castilla. Los hallazgos arqueológicos de Lorca, Alcantarilla, Monteagudo, Cehegín, Bullas, Yecla? atestiguan un área de gran influencia con sede en Cartagena.

Con el declive del Imperio Romano las rutas marítimas se degradan y la ciudad portuaria ve reducida su influencia geoestratégica, desplazándose el centro de poder a otras ciudades menos expuestas a la acción de los piratas. La canalización del Thader (ahora renombrado como Segura) vertebra el territorio en torno a la riqueza agrícola en ciudades como Orihuela y, posteriormente, Murcia. Sin embargo, en esta turbulenta Alta Edad Media, la zona geográfica que dominó Cartagena no pierde su identidad común, como demuestra el tratado del conde Teodomiro (713 dC) que identifica una región 'autónoma' dentro de la España visigoda, formada por las ciudades de Orihuela, Mula, Lorca, Alicante, Villena y Elche, más una enigmática ciudad (Ello) que podría estar por Algezares. Sobre este territorio capitulado (que no conquistado) a favor de Abd al-Aziz ibn Musa se crearía más adelante la Taifa de Murcia (siglo XI) formando, de nuevo, una entidad política dentro del turbulento Al Andalus, hasta que, en el siglo XIII, es conquistado primero por Alfonso X El Sabio y luego por Jaime I, integrándose el Reino de Murcia en la Corona de Castilla. Así continuará, de manera más testimonial que efectiva, como un reino asociado a Castilla, circunscrito ahora a las provincias de Albacete y Murcia, hasta la creación del actual estado autonómico. Cabe decir, a efectos de anécdota, que aún de manera simbólica, y junto a una treintena de títulos más, el Rey Felipe VI ostenta el cargo de Rey de Murcia.

Todo esto que cuento no es más que historia y sería un gravísimo error tratar de utilizarlo para reivindicar privilegios y fueros que en absoluto corresponden a los habitantes de la región dentro de una nación española que es asumida y sentida por todos los murcianos. Pero nuestra historia común, nuestras tradiciones, nuestro habla compartido, nuestra gastronomía peculiar, sí nos debería hacer reflexionar sobre los milenios que cartageneros, murcianos, lorquinos, caravaqueños, yeclanos y jumillanos llevamos viviendo juntos, creando una cultura común que nos identifica y nos distingue de valencianos, andaluces y castellanos.

El hecho de que nuestra región se denomine como la capital (fruto de la tradición histórica del Reino de Murcia) es un hándicap para la integración, porque sin duda el cartagenero no se considera murciano, ya que no ha nacido y vivido en la ciudad de Murcia, y resulta difícil distinguir cuándo se habla de la ciudad y cuándo de la región. Ya en la transición se discutió el problema del nombre y aún hubo quien propuso (en un loable esfuerzo ecuménico) que se llamara a esta comunidad Tierra del Pijo, buscando un elemento común a todos los pueblos que la integran.

Pero más allá del problema de la denominación pienso que nuestros políticos regionales tienen que hacer un importante esfuerzo de vertebración de la comunidad, con un reparto equitativo de los recursos y los servicios, acompañado de pedagogía y transparencia que resten argumentos a los demagogos populistas que aprovechan los sentimientos de postergación de los ciudadanos de la región para obtener rédito político. Y los ciudadanos tenemos que ser conscientes de que la división nos perjudica, que juntos somos más fuertes y que nuestros pueblos y ciudades tienen una historia, una cultura y un pasado común del que sentirnos orgullosos.