Isabel Franco no puede estar encantada de ser la socia preferente del PP. En lo personal, digo. Sabe a ciencia cierta que algunos de los que se sientan a la mesa de negociación PP-Cs ingeniaron o permitieron durante la campaña electoral una sórdida operación de agit-prop en las redes sociales para desprestigiarla profesional y socialmente. Los mismos que intentaron lincharla más allá del ámbito político pretenden ahora asociarse con ella, por propia necesidad, para regir conjuntamente los destinos de la Región de Murcia. Cualquiera, en su caso, entendería que el PP es una compañía peligrosa, personal y políticamente. Serían capaces, si compartieran Gobierno, hasta de violar su correspondencia, como han hecho con la del presidente del Consejo de la Transparencia, sin dar la más mínima explicación (es un ejemplo irónico, porque serían capaces, como ya le han demostrado, de mucho más). ¿Y qué decir de Francisco Álvarez, uno de los principales dirigentes regionales de Ciudadanos, diputado regional, contra quien el PP desplegó en la campaña electoral una operación de derribo a cuenta de ciertas irregularidades protagonizadas por su hermano, candidato de Cs a la alcaldía de Alcantarilla, cuando (ojo al dato) era concejal (¡del PP!) en la localidad?

Con el PP a muerte. Es fácil deducir que una parte del aparato regional de Cs, ya no por razones ideológicas, sino personales (por saber cómo el PP se las gasta cuando alguien se le pone enfrente) no se puede sentir cómodo con tales compañías. Pero esto, como en El Padrino, no es algo personal; son sólo negocios, es decir, se trata del poder. Y la consigna nacional de Cs, una organización que se dice liberal, pero con estructura stalinista, es: «Con el PP a muerte». De modo que los que aparecen como dirigentes territoriales han de reservarse su propia opinión y obedecer al ‘adolescente caprichoso’ (así califica uno de los fundares de Cs, Francesc de Carreras, a Albert Rivera).

Al presidente de Cs en Castilla y León, Francisco Igea, le faltó vomitar cuando se vio obligado a presentar el ‘pacto programático’ con el PP para el Gobierno de su Comunidad, obligado por la dirección nacional de su partido, como ocurre en el caso de Murcia. Igea, en vez de alentar un futuro ilusionante, poco menos que pedía perdón a sus votantes por tener que tragar con un PP que, como en todas partes, aparece también en esa Comunidad enmierdado en la corrupción y las malas artes.

En la Región de Murcia, Cs no es tan expresivo al respecto, al menos públicamente, pero Isabel Franco, tras que su partido firmara un equivalente ‘pacto programático’ de Gobierno con el PP, todavía dejó abierta la posibilidad de la coalición con el PSOE después de su entrevista con el Papa Castillo en la ronda formal de los líderes políticos con el presidente de la Asamblea Regional, a quien se le ha de sugerir un candidato a la presidencia de la Comunidad para que en función de la propuesta ordene el pleno de investidura. ¿Se trata de un gesto para presionar al PP a fin de que afloje en las negociaciones para el reparto de los resortes de poder? Puede ser, pero a la vez es la expresión de un deseo.

El PSOE sigue en la reserva. El PSOE permanece relegado al banquillo mientras el partido lo juegan PP y Cs, y no por su voluntad, pues cada vez que intenta una iniciativa es advertido por Cs de que el ‘socio preferente’ es el PP, y da igual que ofrezca a los naranjas la alcaldía de Murcia, la de la séptima capital de España. El PSOE no tiene nada más que hacer que esperar a que Vox, que ha de ser, de una u otra manera, colaborador necesario para un Gobierno PP-Cs, mantenga su voluntad de convertirse en el tercer socio de ese equipo o rompa la baraja, aunque de su actitud se derive un Gobierno presidido por el PSOE. Y es que aunque el PP se afana en que Vox participe en la gobernación, Cs no quiere saber nada de la ultraderecha. Esto con la boca pequeña, claro. Cs se abstuvo hace unos días para que un miembro de Vox ocupara una secretaría en el Mesa de la Asamblea, en correspondencia a que Vox hubiera hecho otro tanto para que Alberto Castillo resultara elegido presidente del Parlamento Regional según el acuerdo previo entre populares y naranjas. Cs y Vox se ignoran, pero se apoyan, siempre que no sea precisa una escenificación de pacto mutuo, pues el PP está para intermediar en ese engorroso contacto. Es una actitud cínica por parte de Cs, pues todo queda a la vista.

En manos de Vox. En el fondo, lo que Cs Región de Murcia espera, como sospecha Vox, es que éste mantenga su dignidad, según lo declarado, y se niegue a rubricar un Gobierno PP-Cs del que quedaría excluido, y cualquier oferta del primero para ocupar plazas menores en la Administración o en sus aledaños sería interpretada por su electorado como una aceptación de compra de su voluntad. En realidad, es fácil entender que Vox se sentiría más cómodo como oposición a la ‘dictadura progre’ que como colaborador de la ‘derechita cobarde’, y esto es lo que la ‘veleta naranja’ espera que haga para que la libere del forzado pacto con el PP al que inexorablemente la conduce el secretario nacional de Organización, Fran Hervías, en línea con la indescifrable estrategia de Rivera. Hervías es el auténtico líder de Cs en Murcia. Designó personalmente a Franco como candidata y a Castillo como presidente de la Asamblea, según éste mismo reconoció públicamente sin ningún pudor. En Cs, las cosas, las grandes y las pequeñas, se deciden desde Madrid, y punto. (También, la designación, como parte del pacto autonómico, tanto si se tratara del PP como del PSOE, del exportavoz de Cs Miguel Sánchez como senador autonómico, pero en este caso la indicación no procede de Hervías, sino del secretario general, José Manuel Villegas).

Garaulet, el Negociador. Sin embargo, frente a la esperanza de cierta parte de Cs de que Vox involuntariamente contribuya a la regeneración política en el Región de Murcia al oponerse al pacto con el PP, está la actitud de El Negociador. Se trata de Miguel Garaulet, quien durante los últimos cuatro años ha conseguido obtener la confianza de la cúpula de Cs en los estrechos pasillos del Congreso de los Diputados en convivencia con los jefes más destacados, incluyendo a Rivera. Ni siquiera pudo hacer alcalde de Murcia a Mario Gómez, como pretendía éste, a pesar de que Garaulet le debe su triunfo en las primarias para encabezar la lista de las elecciones generales. Y es que la consigna nacional (permitir que siguiera gobernando José Ballesta antes de cualquier pacto con los socialistas) era más imperiosa que los deseos de ambos.

Garaulet es un perfecto relaciones públicas, lo que se llama un bienqueda, perfil que encaja a la perfección con la actual estrategia de Cs, pues está considerado como el Petáin del PP, algo así como un colaboracionista. Su verdadera zona de confort se ubica en el Club Ono, en el entorno de Eugenio Galdón, por donde transita el gran conseguidor Vicente Martínez Pujalte, asesor en la sombra del PP murciano a través de su esposa y diputada al Congreso, Isabel Borrego. Garaulet ha participado en más fiestas y matanzas junto a Martínez Pujalte que con sus actuales compañeros de Cs, y tiene más amistad, por ejemplo, con la popular Noelia Arroyo (miembro de ese círculo, como lo es también el director de La 7-Secuoya y la jefa de gabinete de López Miras) que de la propia Isabel Franco, de quien ha sido jefe de campaña electoral. Digamos que Garaulet está más vinculado personalmente, por razones de amistad y otras, al PP que a su propio partido, de manera que, si además ha recibido el encargo de conducir a ambos a un pacto prefijado, no es extraño que ya esté firmado el ‘acuerdo programático’ y hasta el organigrama del Gobierno PP-Cs. Solo hay un problema, insistente problema a pesar de Garaulet: Vox. Problema para Garaulet, pero esperanza más o menos secreta para otra parte del estamento regional de Cs, que se ve obligado a concertar, por indicaciones de Madrid, con quienes representan lo contrario de lo que han predicado a sus electores.

Tiene gracia que Cs, que iba de regeneracionista, confíe implícitamente en Vox, partido con el que no quieren ni hablar, para que le facilite mantener esa función.

Y Vox, en su limbo.