El PSOE ganó las elecciones autonómicas. Noticia insólita para varias generaciones de murcianos. Pero ya estaba todo el mundo advertido de que ganar no significa gobernar. Los socialistas se dejaron engañar del mismo modo que muchos votantes de Ciudadanos, que creyeron a la líder electoral Isabel Franco y, sobre todo, a Inés Arrimadas, cuando durante la campaña electoral emitieron mensajes inequívocos acerca de que la era del PP había llegado a su fin. Desoyeron, sin embargo, otras músicas que advertían sobre que ese voluntarismo regeneracionista era una treta para rascar el fragmento del voto centrista que todavía pervive, bien que estupefacto, como residuo del espíritu original de Ciudadanos, al que siguen apelando infructuosamente algunos de sus fundadores.

El 'socio preferente' para cualquier coalición era el PP, y daba igual la circunstancia de la Comunidad o de la localidad en que la alianza fuera posible. En Castilla y León firmaron el pacto de Gobierno el mismo día en que entraba en los juzgados una denuncia de Ciudadanos al último Gobierno popular por corrupción. Los autotitulados 'regeneracionistas' son, ya se ve, poco escrupulosos. El pecado capital, desde su perspectiva, lo comete el PSOE por su tendencia a asociarse con nacionalistas, aunque Ciudadanos podría librarlos de esas alianzas sumando sus diputados en el Congreso a los socialistas para constituir una mayoría constitucionalista. Los naranjitos no tienen empacho, sin embargo, en servirse del voto o la abstención de Vox, bien directamente o por negociación interpuesta a través del PP (¡no se sientan a negociar con Vox, pero pactan con un partido capaz de entenderse con él, y que lo hace indudablemente, como en Puerto Lumbreras, cuando no hay obstáculo!), y obtienen indistintamente la alcaldía de Madrid o la presidencia de la Asamblea Regional de Murcia gracias a la condescendencia de la extrema derecha. Y en operaciones menos sutiles, Ciudadanos se hacen cargo de la alcaldía de Lorquí durante un tramo del mandato gracias a un pacto explícito PP-Cs-Vox. Que Lorquí no sea una gran capital no disimula la disposición cínica de Cs. Como también, que el hecho de que hayan cedido Lorca al PSOE no es más que una reacción aleccionadora al incumplimiento por parte del PP de otorgar a Cs la alcaldía de Cehegín. Tómese nota de este dato: que los socialistas gobiernen Lorca es consecuencia de un pulso en otra localidad, no una decisión meditada por circunstancias específicas de la tercera ciudad de la Región.

Los socialistas debieran haber entendido desde el primer momento que son segundo plato, o mejor, que son el pretexto subyacente para que Cs repele la mayor cantidad de concesiones del PP. La constitución de la Mesa de la Asamblea y de los Ayuntamientos establecen la señal inequívoca de lo que será el futuro Gobierno regional, y esto al margen de cualquier estudio de las circunstancias locales, sino como una extensión de la estrategia nacional de Albert Rivera. Por tanto, de nada le han servido al socialista Diego Conesa la exposición de concesiones programáticas o la 'generosa oferta de entrega' a Cs del ayuntamiento de Murcia, y menos los enredos y artimañas de última hora para manipular a los medios de comunicación intentando vender noticias falsas sobre José Ballesta para procurar impedir una coalición local irremediablemente preestablecida desde Madrid, sin duda con el pesar del candidato naranja, Mario Gómez.

A todo este aturullamiento se suma la torpe y desmedida reacción a la 'rebelión de Castejón' en Cartagena, cuya actuación debiera haber sido ideada y defendida por Conesa antes que reprimida. La salida del PSOE consiste en renunciar ya a permanecer expectante a la posibilidad de que Vox entorpezca el apaño de Cs con el PP y obligue a los naranjas a ser consecuentes con sus alianzas explícitas e implícitas, con las que proyectan estrés a su militancia y electorado. Dejar que se consuman en el error antes que la ansiedad intensifique los propios.