Lo siento, eso no es querer. Solo hay una forma de querer y consiste en hacerlo bien, sin faltas de respeto, sin hacerte ver que no vales nada, que todo lo haces mal, sin menospreciarte, sin hacerte de menos para sentirse él más. Quien te quiere no se sentirá amenazado por que te quieras tú, no impedirá tu desarrollo personal, no temerá tu individualidad, aplaudirá que tengas vida propia. Quien te ama disfrutará del tiempo compartido, pero no pretenderá abarcarlo todo: tu tiempo, tu persona y tu atención. No pases por encima de ti ni renuncies a ti para que te quieran.

Discúlpame, no te quiere. Solo te necesita, solo quiere poseerte, dominarte, solo piensa que eres suya.

Perdona, no lo puedes salvar. No eres responsable de sus carencias. No puedes dejarte llevar por la corriente. No decidas morir en vida porque esto, esa relación no es algo que te haya tocado, como una enfermedad, como una cruz que hay que asumir, una carga, una mochila cuyo peso te hunde y te impide avanzar.

Hay salida aunque tú no la veas, aunque no estés preparada para verla, aunque la veas y te obstines en mirar hacia otro lado, aunque la venda o su imagen delante de ella te la niegue, aunque tú misma te cierres la puerta.

Lo lamento, no eres culpable ni responsable de su persona. No eres su cuidadora ni su asistenta ni su puta.

Ojalá no te cambies de ropa la primera vez que te lo pida o la segunda o la tercera. Que eso te queda fatal, te dirá.

Que van a pensar que vas buscando guerra, que ese vestido te hace gorda, que pareces una cualquiera, que se te ve todo, que si es que quieres que te miren todos. Y mientras él va mirando escotes ajenos, culos ajenos y tú no sabes si te importa o no porque cada vez te sientes más pequeñita, más débil, más insegura. Y él seguirá mirando a cualquiera y mirando de esa forma que imagina que otros te miran a ti; mirará a tus propias amigas, puede que mire incluso así a tu propia madre si hace falta, pero la puta, la buscona eres tú.

Ojalá no le preguntes siquiera cómo le gusta tu cabello, ojalá le respondas que llevas el pelo como te apetece la primera vez que te reclame por cortarlo o por teñirlo o por lo que sea. Largo, rizado y rubio, como si no hubiera más opciones. No hagas caso. No eres una rebelde ni es desacato llevar el pelo como a ti te gusta. No hagas caso o no sabrás ni cómo te gusta el cabello ni la ropa ni el calzado ni el perfume. No obedezcas o tendrá que supervisar cada prenda, cada decisión, cada elección. No te dejes llevar o no podrás, no sabrás decidir ni elegir; no sabrás ni lo que quieres ni lo que te gusta ni lo que sientes ni lo que piensas. No hagas caso o pasarás de poder decidir a no saber hacerlo y de no saber hacerlo, a necesitar que él decida por ti.

Y sé que estos consejos llegan treinta años tarde, sé que nadie escarmienta en cabeza ajena, sé que te cuestionas a ti misma, que igual eres una exagerada, te dices, que quizá no es para tanto, igual tus amigas o tu familia te están metiendo tonterías en la cabeza como él te dice si es que acaso te has atrevido a contar algo de lo que te está pasando.

No, no es tu culpa. Y efectivamente, todos pensamos, decimos o hacemos tonterías, pero no todo lo que tú piensas, dices o haces lo es. Como tampoco es cierto o acertado todo lo que él hace, piensa o dice. No, lo suyo tampoco son dogmas de fe.

No, no eres ridícula. No, no pareces tonta. No, tus amigas no son todas unas zorras. No, todos los hombres no se quieren aprovechar de ti ni acostarse contigo ni creen que eres una guarra.

Está sembrando en ti su veneno y no lo sabes. A veces lo intuyes y espantas esas ideas de tu cabeza como quien espanta una mosca y entonces, te sientes culpable, mira que eres mala y desconfiada, ¿verdad? Él todo lo hace por tu bien, él tiene que estar pendiente de todo porque tú no te enteras, porque tú eres un desastre. Eso dice, así te hace sentir y claro, tú cada vez te enteras menos y cada vez eres más desastre.

Te entiendo. Yo también entregué mi vida a quien no lo merecía. Yo también dejé mi corazón y mi autoestima en manos de otro. Yo también callé cuando debí hablar. Yo también pedí perdón por pecados que no había cometido. Yo también asentí y obedecí para que hubiese paz. Una paz y una guerra que dependía de otro. Una paz que nunca sabía cuando acababa; una guerra que nunca vi venir.

Te entiendo. Entiendo tu ceguera. Entiendo tu silencio. Entiendo tu miedo. Entiendo tus dudas. Entiendo tu sentimiento de culpa. Entiendo tu cobardía y tu incapacidad. Entiendo que lo haces porque crees que es lo mejor para todos. Pero, ¿de verdad crees que es lo mejor para ti? Lo sé: ni lo sabes. Estás muy cansada. Estás muy confusa. Ya no sabes ni lo que pensar. ¿Crees que es normal y saludable que para que él sea feliz tú hayas de ser infeliz?

Lo sé: es que él es así. Lo sé: está estresado, está cansado, tiene sus propios problemas... Lo sé: tienes excusas para todos sus desprecios y desplantes, para todas sus charlas y sus broncas. Necesitas excusarlo, necesitas no ver que es un monstruo y eso, querida mía, alimenta al monstruo, pero tú aún no lo sabes. Lo sé: te dice que va a cambiar, te dice que te quiere, que lo perdones, que lo haces enfadar, que parece que no te quedas a gusto hasta que se pone así, que parece mentira que no lo conozcas, que eres el amor de tu vida y que no se repetirá.

Te entiendo. Yo también cargué de razones a la sinrazón. Yo también alimenté a la bestia.

Pero ¿sabes qué? Hoy me he parado a pensar en que hace tiempo que no mido al milímetro cada una de mis palabras: ni las que digo ni las que escribo. Hoy me he parado a pensar que no vivo temerosa y expectante ante su reacción.

Hoy me he dado cuenta de que no estoy en alerta consstante ante una bronca que nunca sé cuándo llegará. Hoy me he parado a pensar que ya no me preocupo por mi pelo: si él aprobará su largo, su color, mi peinado. Hoy me he dado cuenta de que ya no me preocupa si aprobará mi ropa, mis conversaciones, mis amistades o a mi familia.

Hoy me he permitido pararme a pensar.

Hoy me he dado cuenta de que puedo pensar por mí misma y sé que soy más libre y más feliz y me he acordado de ti, de mí, aunque sé, querida mía, que llego treinta años tarde.