Ciudadanos es el partido franquicia por excelencia. Una sucursal de la marca nacional que, en territorios como la Región de Murcia, carece de autonomía propia. Está asumido. Ni siquiera se permiten titular a alguien como presidente o secretario general. Los miembros de la dirección autonómica, elegidos a dedo, responden cada uno de ellos al correspondiente responsable nacional de su área y en un sistema tan individualizado de gestión que facilita una escasa coordinación. La dirección central no se molesta en disimular que la fórmula está establecida precisamente para eso, para que sea exigible en cada momento la intercesión del Don Cicuta correspondiente.

Ayer, tras la constitución de la Asamblea, comparecieron ante la prensa los respectivos líderes electorales de los cinco partidos con representación parlamentaria, salvo en un caso: Ciudadanos. Por este partido intervino en el photocall del Parlamento regional el secretario nacional de Organización, Fran Hervías, mientras la candidata electoral murciana, Isabel Franco, permanecía a sus espaldas, contra la pared, oscurecida por las sombras de los focos que iluminaban al jefe nacional, el único miembro de los aparatos centrales de entre todos los partidos que acudió al acto. Hervías no se autoinvitó al acto como simple observador o por guardar algún tipo de cortesía con sus compañeros, sino que los suplantó al tomar la voz cantante, como si los diputados elegidos directamente por los votos de los murcianos fueran menores de edad y tuviera que venir él a explicar qué es lo hay que hacer aquí. De hecho, se convirtió en el protagonista más interesante de la jornada, a sabiendas de que contaba de antemano con el secreto más aventado: el del pacto de Gobierno PP-Cs, previo plácet del hasta hace bien poco innombrable Vox.

La Región de Murcia es una pieza más de intercambio en la estrategia nacional de Albert Rivera (sea ésta la que sea, y lo lleve donde le lleve), en la que los dirigentes regionales de su partido (mejor, gerentes) no sólo se someten por su plato de lentejas, con independencia de las circunstancias particulares que aquí pudieran converger, sino que, por si existiera alguna tentación de independencia de criterio, han de ser tutelados en vivo y en directo con la presencia del ejecutivo encargado de este tipo de trabajitos, quien encima actúa de portavoz autorizado. A la vista de estas intromisiones cabría preguntar sobre qué partido es el que no cree en las autonomías, si Vox, que lo proclama, o Cs, que lo ejecuta.

El espectáculo es sensacional. Se tragan, uno a uno, y sobre todo la candidata electoral (que es la única que abrió el pico durante la campaña) todo lo que dijeron sobre regeneración política, pues al parecer el cambio debe consistir en poner tinte naranja a la ginebra tóxica de siempre para servir un gintónic más coloreado, aunque sea con el sucedáneo de la Fanta, el Trinaranjus. Qué divertido: cuando para la elección de la Mesa de la Asamblea votaba Vox a favor, Cs se abstenía, y cuando Vox se alzaba a sí mismo por deferencia del PP, que lo apoyaba, Cs correspondía con su propia abstención. Un juego malabar de sobreentendidos que remite a la formalidad de que Cs ignora a Vox, y Vox a Cs, pero ambos obtienen sus respectivos objetivos mediante sus fingidas indiferencias.

Qué pronto ha aprendido Vox, después de todo lo que largaron sus dirigentes, los mecanismos de complacencia del juego parlamentario autonómico del que dicen abominar, y qué poco ha tardado Cs en romper la línea roja que lo separaba de cualquier complicidad con la ultraderecha. Créelos en campaña, y vótalos. Pocos días después se te quedará ante el espejo esa cara que tú mismo puedes calificar.

Peor fue la presentación en sociedad del Cs institucional, el que por fin se atreve a gobernar. El discurso de Alberto Castillo, designado para presidir la Asamblea, fue en realidad, como cabía esperar, un pregón de pueblo con todas sus retóricas: tradición, costumbrismo y tópicos (incluidos los políticos sobre consenso y diálogo, a la vez que se observa que tales conceptos, en relación con el PSOE, son meros postureos). Sin alma, sin imaginación, sin apelación a los problemas reales de la gente, mero trámite, exponente de que 'la Murcia que se fue' (de la que Castillo es cronista nostálgico) no termina nunca de irse. Con la apuesta por Castillo, ya ayer mismo quedó claro que Cs ha puesto la I mayúscula del siglo XXI enmedio de las dos equis.

Quien se lo pasó en grande durante el pleno de ayer fue Fernando López Miras, a la vista de su permanente sobreactuación gestual, y a quien solo le faltaba a su lado la consejera de Turismo (y un poco de Cultura), Miriam Guardiola, para que lo floreara con confetis. Tras perder por primera vez en veinticuatro años las elecciones («por muy poco» y por mucho mérito), el presidente por accidente ya se ve salvado por la campana de Ciudadanos con la inexcusable colaboración de Vox, ese partido del que usted me habla. Y todo gracias a un señor llamado Fran Hervías, a quien aquí nadie ha votado, pero, atención murcianos: es el que a partir de ayer ordena y manda en la Región de Murcia.

Nos vamos a hinchar a Trinaranjus.