Mayo de 2015, un partido logró más de 26.000 votos en las elecciones municipales en Cartagena, once mil más que el siguiente y doce mil más que el tercero. Los diez concejales del ganador eran una mayoría tan insuficiente como deprimente, porque habían dejado escapar otros 20.000 votos.

Aún así, la voluntad de un tercio de los electores fue que volvieran a ganar, a una distancia considerable de los seguidores. Pero no les sirvió de nada. El segundo y el tercero se repartieron los cuatro años de alcaldía y el pastel del Gobierno con un pacto tan fungible como el papel sobre el que lo redactaron y lo firmaron.

Desde el partido ganador, se habló de pacto de perdedores, pero con la boca pequeña y una actitud tan conformista como la que han mantenido durante el resto de estos lamentables, bochornosos y esperamos que irrepetibles cuatro últimos años en el escenario político municipal. Nadie se alarmó, nadie reaccionó, nadie se movilizó. Se asumió el derrotismo de una victoria tan amarga que se cobró la cabeza de la líder de los ganadores.

La verdad es que, ahora, la cosa no apunta bien. Las papeletas de las urnas aún están calientes y ya nos están deleitando con propuestas de pactos utópicos, con alertas sobre una previsible inestabilidad, con la petición de dimisiones y reclamando cabezas a los superiores regionales.

Vamos, que los próximos cuatro años de mandato prometen, pero no porque se cumplan las bondades anunciadas para nuestra ciudad durante la campaña electoral, sino más bien porque la tragicomedia que hemos vivido en buena parte de los plenos municipales augura que habrá una segunda parte y, aunque dicen que nunca fueron buenas, cuentan con un nuevo protagonista del que seguro que surgirán muchos días de gloria. Porque supongo que se han dado cuenta de que, si con cinco partidos de uñas, las sesiones plenarias han sido tan eternas como vergonzantes, con uno más... pues eso, que parió la abuela.

Mayo de 2019, un partido gana las elecciones municipales en Cartagena con casi 24.000 votos, 1.800 más que el segundo y 4.500 más que el tercero. Obtienen 8, 7 y 6 concejales, respectivamente, y se plantea la posibilidad de un pacto entre las dos formaciones con menos representación. Los ganadores hablan de pacto de perdedores y, ahora sí, son muchos los que se escandalizan y se echan las manos a la cabeza, los que hablan incluso de un ataque contra Cartagena y contra la voluntad de los cartageneros por lo mismo que hicieron ellos hace cuatro años.

En política, los datos nunca han sido objetivos, existe una especie de doble rasero que lleva a cada uno a mirar los números y las estadísticas según su conveniencia. Sigo pensando que Noelia Arroyo y Ana Belén Castejón tienen buena sintonía y hace dos meses me pregunté si les dejarían pactar para hacer frente al auge de José López. Creo que sin siglas, sin un aparato nacional detrás, si hubieran sido autónomas en sus decisiones, si esta España no conservara tanta herencia guerracivilista que lo divide todo en dos bandos, el pacto imposible de estas dos mujeres no lo hubiera sido. Pero aún no debemos estar preparados para eso y la respuesta no se ha hecho esperar. El líder regional del PSOE le ha quitado de la cabeza a su pupila cartagenera la idea de una alianza con el PP.

Quizá sea lo mejor y, sinceramente, también pienso que López se ha ganado y tiene la oportunidad de demostrar si su más que probable próximo gobierno es capaz de hacer tanto bueno para Cartagena como predica y, sobre todo, si su paso por el Consistorio será más fructífero y beneficioso para la ciudad que el de sus antecesores. Ojalá, porque como él mismo dice, ganará nuestra Cartagena. No sólo la suya, sino la de todos, también la de los miles de votantes que han dado su apoyo a sus rivales del PP y del PSOE, a las que menosprecia y de las que ya ha pedido su cabeza política.

Así, mal empezamos, porque creo que respetándose entre ellos respetan a los ciudadanos que los votan y creo que todos coincidiremos en que, si vuelven a perder su tiempo y sus fuerzas en sus rivalidades personales, no avanzaremos. Que hagan un esfuerzo, tanto quien gobierne, rebajando el tono y las formas de su discurso, como quienes desde la oposición tienen en su mano caer en posibles provocaciones y tumbar proyectos que pueden ser buenos, porque utilicen la suma de sus ediles para una supuesta venganza que sólo sufrirían los ciudadanos.

Esa ha sido y volvería a ser la derrota de todos. Sería la derrota de Cartagena.