Los humanos no elegimos el escenario en el que trascurre nuestra vida, simplemente hemos sido arrojados a él. Lo único que nos cabe es adaptarnos, interactuar en él y pretender mejorarlo, es decir que nuestra existencia contribuya al bien de los demás.

Hoy, frente a la incertidumbre de un futuro que podría llegar a agónico, consecuencia de la deshumanización acumulativa, de la indiferencia ante los abismos sociales, de la apuesta por una privatización que deja a la intemperie a quien no tiene el privilegio de descansar sobre un mullido colchón, es insoslayable y urgente la apuesta por la defensa del bien común, pasar de la política de las cosas a la política de (y con) la gente.

Cuando hace cinco años todo era niebla, con un país aturdido por la fractura social y por el escandaloso despojo al que se estaba sometiendo al pueblo llano, la novedosa voz de Podemos generó una luz de esperanza. Porque dibujó sin complejos el nuevo mapa que representaba a nuestro país, compuesto de fracturas, exclusiones y corrupta arrogancia. Pero, además, porque a parte del diagnóstico proponía vías de salida.

Desde ese mismo momento nada en el cuadro de la política nacional volvería a ser igual. Con la defensa, sin condiciones, del bien común Podemos contribuyó a que en España fueran disolviéndose los consensos blandos que operaban desde 1978 y que se mostraron finalmente incapaces de salvar la situación.

Ello, muy a pesar de las elites político-mediático-empresariales, generó un nuevo espectro de sensibilidades políticas que ahora ya se manifestarían sin complejos: por una parte el bloque, que en su enrocamiento elitista sigue proponiendo una profundización de la privatización (PP-Ciudadanos) y por otra el reagrupamiento en un bloque multiforme de las sensibilidades populares que buscan protección colectiva y blindajes en lo social. Frente al nuevo cuadro el viejo partido de masas, el PSOE, tras un agónico y freudiano proceso de redefinición, entendió que sería suicida no inscribirse en el bloque popular, para perplejidad de su vieja nomenclatura y respiro animoso de la militancia.

Cualquier persona ecuánime reconocerá que sin Podemos, Pedro Sánchez no habría sido presidente el 2 de junio del año pasado. No solo se le ayudó, limando diferencias, a tejer contactos con los grupos que sostendrían su investidura, tampoco se exigió prebenda alguna a cambio y en las Cortes se actuó con lealtad, batiéndose por sacar adelante leyes de urgencia impostergable. Pensamos que es ahí, en el ámbito parlamentario, donde Podemos ha mostrado con mayor visibilidad la coherencia con los compromisos y su apuesta por el bienestar de las mayorías. En definitiva, que tienen una agenda clara (que produce alergia al Gran Poder) pero que, al mismo tiempo, han mostrado flexibilidad y han actuado con posibilismo para construir consensos sociales.

En el ámbito local, durante los últimos cuatro años hemos seguido con atención la acción de Podemos en la Asamblea Regional de Murcia. Y nos sentimos reconocidos por todas y cada una de las iniciativas que sus diputados han desplegado, tanto en las proposiciones de ley que han formulado para la mejora de la región, como en los diagnósticos que han elaborado sobre una economía agrícola, depredadora hoy pero frágil para enfrentarse a mañana, la apuesta por las energías renovables, la defensa incondicional de la sanidad y la enseñanza publica.

Recordemos, además, que fue Podemos el ariete que acabó derribando la puerta de la fortaleza-cloaca erigida por el PP en la región y que acabó costándole la presidencia a un señor que solo con sus iniciales (PAS) se invocaba a Dios. Y ello, queridos amigos, con unos escasos seis diputados. ¿qué terremoto hubiera significado para la región que hubieran contando, simplemente, con unos cuatro mas?

¿Qué significa esto a nuestro juicio? La intuición de que esta herramienta política va a ser clave en el futuro de nuestro país, Podemos ha llegado para quedarse. Y derivado de ello, la convicción de que los avances en el sentido de lo común solo estarán garantizados si Podemos amplía su base de adhesión. En definitiva, no nos fiamos de las derivas hacia la sordera e inacción de la socialdemocracia tradicional como nos enseña la experiencia española de las ultimas décadas.

Con esta nota no pretendemos convencer a nadie, no ocupamos ningún cargo en Podemos ni lo haremos. Pero nuestra mirada sobre la vida y el escenario que vivimos nos ha llevado a compartir con todos los que nos lean la urgencia de la decisión. No todo está perdido, que diría W. Benjamin. Desde el excepticismo se puede ser apasionado.