Sócrates fue condenado a muerte por sus conciudadanos atenienses, por sus vecinos, por gente con la que había convivido y que lo conocía de cerca. Su juicio se celebró en el mes de Targelión, entre mayo y junio del año 399 antes de nuestra era.

El juicio contra Sócrates coincidió con la conmemoración anual de la victoria del ateniense Teseo sobre el Minotauro de Creta. El sacrificio del Minotauro consagraba el momento en que Atenas saldó la deuda ancestral con Creta y los Minoicos. Consagrarla victoria de Teseo era reconocer el origen arcaico de Grecia en Creta y, al mismo tiempo, ratificar también que Grecia había sido y era ya otra cosa. El sacrificio del Minotauro daba una solución al enigma que los griegos fueron para ellos mismos.

El sacrificio del primer filósofo, Sócrates, marca también un principio y un final: el final de aquello por lo que los atenienses estaban dispuestos a matar, y el principio de aquello por lo que Sócrates estuvo dispuesto a morir. Desde entonces, rechazar o vindicar la filosofía es, en cada ocasión, repetir el juicio contra Sócrates. Y la resolución del juicio, que es el sacrificio mortal de Sócrates, formula y resuelve el enigma nativo de la filosofía, el enigma de qué sea ella misma.

¿Qué es la filosofía? ¿Qué hacía Sócrates, que merecía bien ser castigado con la muerte, o defendido con la propia vida?

Hijo de un albañil y una matrona, trabajó por un tiempo en el oficio de su padre. No parece que Sócrates ocupara tiempo en acumular riqueza o disfrutar de ella. Ocupó una vez, y durante solamente una ño, un cargo democrático con responsabilidades jurídicas y legislativas. Sócrates no hizo carrera política o litúrgica, que era el camino civil hacia el poder en Atenas. Completó el servicio militar, pero no intentó promocionar en el ejército. Tampoco impartió clases ni publicitó su actividad, a diferencia de poetas y sofistas. Triunfar como militar era, al igual que triunfar en el arte, la ciencia o el deporte, fuente de honor, gloria y fama en Atenas.

Sabemos lo que Sócrates no hizo. Sócrates no consagró su vida al poder, la fama, o la riqueza.

Para los antiguos griegos (y también para nosotros) vivir bien pasa por asegurar estos bienes: dinero, reconocimiento, poder. La vida depende de estos bienes porque, en su ausencia, vivir se reduce a sobrevivir. ¿O acaso alguien elegiría vivir esclavizado, en la pobreza y el ostracismo? Una vida que carezca de estos bienes es una vida abocada al sufrimiento y a la muerte. Consagrarse a estos bienes es resistir ante la muerte. Todos tenemos mayor o menor gusto por alguno de estos bienes, y dedicamos nuestra vida a procurárnoslos o procurárselos a otros.

Que Sócrates no consagrara su vida a perseguir ninguno de estos bienes no quiere decir que los despreciara. Disfrutó de todos ellos en alguna medida.

¿Qué hacía Sócrates entonces? ¿Por qué lo mataron?

Sabemos por sus coetáneos que se dedicaba a entablar conversación con todo tipo de gente (políticos, militares, sacerdotisas, poetas, médicos, empresarios), personas que consagraron sus vidas al reconocimiento, al poder o a la riqueza.

Un buen militar, por ejemplo, dedicado a cuidar de la integridad e independencia política de su comunidad, suele estar convencido de que la valentía es buena, y que un buen líder debe ser valiente. Al conversar con él, Sócrates le pregunta qué es la valentía y por qué es buena. Son preguntas obvias, simples. El interlocutor, convencido de su postura, responde. Pero Sócrates encuentra siempre algo incontestado en la respuesta, algo que motiva otra pregunta. Parece imposible zanjar el asunto, acabar de una vez con las preguntas. El interlocutor descubre entonces que su convicción no se sostiene. Y busca otra convicción, pero las preguntas siempre vuelven.

Cualquiera de nosotras puede verse alguna vez en el papel de interlocutor de Sócrates. No se trata de la experiencia de equivocarse y enmendar el error. Se trata más bien de la experiencia de perder la convicción y de tratar desesperadamente de encontrarla de nuevo. Las convicciones más fundamentales son las más difíciles de identificar y son también las que explican a qué consagramos la vida, las que dan sentido a una vida.

Pero si podemos ser el interlocutor quiere decir que también podemos ser Sócrates.

¿Estuvo Sócrates convencido de algo?

Justo antes de ser sentenciado, Sócrates señaló que, de quedar libre tras el juicio, seguiría haciendo lo que había hecho hasta entonces, sabiendo que sería condenado de nuevo, y ejecutado. Sócrates no eligió con esto morir, sino vivir la vida que estaba viviendo y no otra. No hay quizás convicción más absoluta, más irreversible que ésta.

Sócrates estuvo dispuesto a morir por lo mismo que había estado dispuesto a vivir.

¿Y tú? ¿A qué consagras tu vida? Esto a lo que dedicas tu vida, ¿coincide con aquello por lo que estarás dispuesto a morir?