Alicia penetró por una oquedad de un árbol y cayó al abismo, o quizá en un sueño profundo. Lewis Carroll alcanzó mayor fama con la ficción que con las Matemáticas. Para un matemático, salvo que sea Newton, es mucho más interesante la simetría que la caída en vertical y por eso la continuación: Alicia a través del espejo. No es tanto el reflejo de la realidad, sino que la invierte. Verbigracia, la España del siglo XXI tiene que ser vista con el juego especular de Valle Inclán: la deformación matemática del espejo cóncavo, el método dramático que inaugura con Luces de Bohemia.

El espejo es desde antiguo un instrumento mágico. Narciso no debía conocerlo, pues de otra manera no se explica su sorpresa al verse reflejado en las prístinas aguas de un estanque y que se arrojara a él tratando de besar su propia imagen. Desde que se fabricaran los primeros espejos puliendo metales, hasta que empezaran a hacerse de cristal de roca o de arena de sílice, el espejo ha dado mucho de qué hablar, no sólo como objeto de trueque con indígenas primitivos, o como instrumento de uso cotidiano en multitud de utilidades. Es en la Filosofía donde se convierte en herramienta fundamental para la especulación, pues espejo deriva de speculum. Mas si en éste se refleja la realidad, nos basta con entrar a las antiguas salas de los espejos para preguntarnos cuál es la imagen auténtica, multiplicada hasta el infinito o reflejada en un laberinto, en una superficie cóncava o convexa. Una prueba para el más perspicaz: distinguir la realidad de su reflejo.

Nuestra cara es similar al rostro que vemos reflejado todas las mañanas, pero el espejo cóncavo en el que miramos los detalles nos devuelve algunas arrugas que no estaban ayer. Tal vez sea que la realidad se enfrenta a algo que está presente en su propia naturaleza y que sólo cobra su auténtica dimensión cuando se muestra patente. Dorian Gray, en el retrato de Oscar Wilde, podía permitirse el lujo de ocultar a los demás su depravada naturaleza. El lector piensa que su caso es distinto, pues no tiene un retrato mágicamente trastocado en que mirarse, sino que forja en su interior la imagen de sí mismo, un ideal que puede labrarse con barro, modelarse con arcilla, esculpirse con un cincel o directamente vaciarse sobre un molde; todo depende del material del que está hecha cada persona: barro, arcilla, madera, mármol, bronce, hierro fundido, cerámica; cada uno tiene unas características de dureza, maleabilidad, brillo, distintas a las de otro. El espejo lo puede reflejar fielmente o, aplicando las reglas geométricas, deformarlo hasta presentarlo como quiere ser visto, o tal vez como le ven los demás.

Detengamos nuestro deambular especulativo y miremos los resultados electorales. Son también un espejo del país y del momento. Hay quien dice que el pueblo habla y hay quien presume de entender el mensaje. Los símiles con un discurso colectivo forman parte de cierto mito democrático moderno que consistiría en atribuir a una sociedad la entidad e inteligencia de un individuo. Puestos a establecer comparaciones, retomo la de José Antonio Jáuregui -afamado antropólogo y librepensador en tiempos de la Transición que nos hablaba del ordenador cerebral en los tiempos casi antediluvianos de la informática moderna- para extrapolarlo a la inteligencia colectiva y comprobar que el mensaje está cifrado en una expresión matemática en código binario, de manera que la traducción a la lengua romance puede adolecer de cierta inexactitud. Por si acaso alguien se equivoca al descifrar el mensaje, tenemos otro espejo dentro de pocos días para comprobar esa imagen de la sociedad en que vivimos.

Pablo Casado y el ciezano Teodoro García deberían hacer autocrítica, porque su espejo no devuelve precisamente una imagen hermosa. Una visión panorámica parece la del paisaje después de una batalla. Su escoramiento a la derecha le deja trastocada la amura de estribor. Su reivindicación de los valores patrios fundados en la unidad de la nación le dejan sin ningún diputado en el País Vasco, con un solo parlamentario en Cataluña. Curiosa manera de defender España si en una parte muy importante de ella rechazan sus postulados. Tampoco sus competidores en el espectro ideológico salen muy bien parados, salvo que consideren que los votos que pierden allí, los ganan en el resto de España, donde parece calar la idea del frente nacional frente a los nacionalismos periféricos. Habría de plantearse Casado si la imagen que su partido ha dado al electorado no es otra que la de su esperpento, su deformación en un espejo cóncavo. El reflejo que le ha aparecido es un alter ego, un reverso tenebroso llamado VOX, con la imagen de una España que quedó atrás hace cuarenta años. Los cuadros del espectro se han formado dentro del PP y son aquellos que quedaron apartados del pastel. Es indudable que los populares han tenido un papel fundamental en la modernización y estabilización del país. Pero también es indiscutible que los cuadros y los votantes radicales han salido de sus filas y de sus filias. Quizá porque durante años ese sector fue civilizado, tal vez sólo oculto en un armario. Pero en la última campaña electoral se ha hecho patente su incapacidad para dialogar con otras fuerzas políticas, incluidas las próximas a su espectro ideológico. Falta de líderes competentes, de mentes integradoras y abiertas no a la confrontación, sino a la búsqueda de soluciones razonables.

Las palabras no son neutrales en un discurso incendiario. La simplificación del mensaje, el desbarramiento, y las medias verdades, cuando no directamente la mentira, tienen su reflejo en esta Murcia de mis amores, donde el Gobierno regional se embelesa ante el espejo en que contempla su misma mismidad. Si echábamos las campanas al vuelo porque las previsiones de un sesudo estudio nos auguraba el mayor crecimiento, en el año de la desbandada de empresas catalanas, los números reales de la contabilidad nacional nos sitúan en el último lugar de las Comunidades Autónomas, sólo por delante de Ceuta y Melilla. Es lo que tiene mirarse en el espejo y no saber que lo que tienes delante no eres tú, sino la imagen que tú quieres ver. Esboza una sonrisa, ¡mira!, no es que la vida te sonría, es quizá que tú quieres reírte de ella.

Recordando a Machado, como un espejo de la actualidad, «Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora».