Esta disyuntiva, título del último libro de Pilar Aguilar Carrasco, era una de las que se nos planteaba en estas últimas elecciones. Hemos visto las propuestas de la barbarie y nos hemos lanzado a votar, literalmente, en defensa propia. La movilización de mujeres y hombres feministas ante la amenaza ultra ha sido ejemplar.

Esta campaña nos ha dejado una imagen para la reflexión: cuatro hombres llamados a debatir sobre el futuro de la nación y dos mujeres limpiando el plató televisivo donde ese debate se iba a desarrollar. Si esto hubiera sido una escena de ¿Un mundo feliz? de Aldous Huxley hubiéramos tenido claro que quienes iban a debatir eran alfas y quienes limpiaban eran epsilons, ambas castas programadas para cumplir funciones o bien de liderazgo o bien de mero servicio.

Los sucesivos tsunamis feministas de los últimos años, que nos han llevado masivamente a las mujeres a las calles para reclamar igualdad, para dejar de ser epsilons de una vez por todas, han tenido su reacción: uno de los objetivos de la ultraderecha de todo el planeta ha sido frenar ese avance feminista. Si al patriarcado le distingue algo es su esencia conservadora: toros, caza, armas, religión, ejército, territorialismo (encarnado en nacionalismo y xenofobia) y reclamación del lugar hegemónico del hombre-macho, en consecuencia, persecución tanto del feminismo como de la homosexualidad. Hay una afirmación de Sánchez Dragó que resume bien este ideario ultra: mi patria es mi verga. Territorialismo y falocracia, patriarcado en estado puro, poco más se puede añadir.

Hemos visto el ascenso en Andalucía de Vox, un partido ultramontano, delirante, situado ideológicamente en tiempos anteriores a la Edad Moderna, pues se reclaman, sin empacho y sin conocimientos de Historia, como valedores de la Reconquista. Sus propuestas pretendían devolver a las mujeres a estadios preconstitucionales y han ido desde la prohibición del aborto a la derogación de la ley de violencia de género. Al mismo tiempo reclamaban el libre uso de armas para «los españoles de bien». Si en este país hay unos setenta feminicidios al año, imaginemos cómo sería la situación sin una ley para frenar la violencia contra las mujeres y con una barra libre de armas.

En la disputa por el voto de ultraderecha, el PP no se ha quedado atrás diciendo disparates. Quedará para los anales de la historia del ridículo la afirmación de Adolfo Suárez Illana de que en Nueva York «se permite el aborto después del nacimiento». En este caso no sabemos qué es más grave, si el machismo o la estupidez.

Y qué sería del patriarcado sin la colaboración de algunas mujeres. Ahí estuvo Cayetana Álvarez de Toledo afirmando que un silencio puede ser un sí, pasando del 'no es no' al '¿por qué no?'. Así es, para el patriarcado un sí es un sí, un silencio es un sí, y un no también es un sí, porque son los hombres quienes interpretan a su conveniencia las expresiones de las mujeres.

El otro partido que ha dado calor a los cavernícolas de Vox es Ciudadanos, muy cómodo en esa troika derechista completada por PP y cuyo feminismo de pacotilla es tan impostado que no convence a nadie. Prueba de ello es su defensa y promoción de los vientres de alquiler, última mercantilización de los cuerpos de las mujeres, ejemplo elocuente de eso que ellos llaman 'feminismo liberal'. A este partido le ha faltado tiempo para compartir gobierno con Vox y PP en Andalucía y para identificarse con sus reivindicaciones territorialistas en la manifestación de Colón. Ciudadanos ha recogido sólo 25 de los 71 escaños que ha perdido el PP. La suma de las tres derechas no da para formar gobierno. Rivera ha podido comprobar lo caro que resulta abandonar la moderación. No había sitio para tanto ultra.

La democracia tiene un botón de autodestrucción y en España ese botón se llama Vox. Afortunadamente hemos sabido reconocer la amenaza y desactivarla. Están ahí, lo sabemos. Siempre han estado, no han surgido ex novo: son los franquistas de toda la vida, contenidos en la enorme tinaja del PP que, tras estas elecciones, se ha quedado en cántaro.

Pero ahora tienen claro que con las mujeres no se juega porque sabemos identificar las amenazas y defender los derechos conquistados.