A veces la realidad es desagradecida. Eso debió pensar la noche electoral nuestro alcalde, el bueno de Pepe Ballesta, dispuesto siempre a reescribir la historia local, a llenarla de flores.

Antaño se decía que era la lucha de clases el motor de la historia. En Murcia aquello del materialismo histórico nunca se entendió bien. Lo más cercano aquí a tan combativa visión fue la hoy recuperada Batalla de las Flores.

Nuestra historia siempre se escribió y reescribió a golpe de pregones, procesiones, verbenas populares y fiestas patronales. Sin embargo, Ballesta, jardinero fiel a esa tradición, lo ha llevado al paroxismo estas fiestas. Se habla de un millón de flores, de 300.000 macetas, de un atracón de pasteles de carne y de mil cosas más. ¿Mero electoralismo? Si lo fue, a juzgar por los recientes resultados, el personal no ha sabido apreciar su florido pensil.

Algunos señalan a una Vox inoportuna. Otros a que el reino se halla en bancarrota, a que goza de las mayores tasas de precariedad de España, a que la sanidad y la educación se hallan hechas unos zorros, que el transporte público no vertebra el caos urbano en barrios y pedanías.

Aún así, servidor entiende a tan fiel jardinero. ¿Qué sentido tenía gastar dineros en tapar un nimio agujero? ¿Quién lo notaría en medio del monstruoso socavón social murciano? Lo más sensato fue anegarlo todo en flores, festejos y maquetas rebosantes de murcianía.

¡Y menudo Cristo montó en la Redonda! Una colosal copia del de Monteagudo emergió, cual azote de infieles, sobre las ruinas de la fortaleza del Rey Lobo. Lo de menos es que el auténtico se erigiera en los años cincuenta, en desagravio a otro anterior dinamitado en tiempos de la República. Un impío arrebato de despotismo ilustrado decidió dignificar aquellas ruinas musulmanas del siglo XII. Tras la guerra, un nuevo arrebato menos ilustrado y algo revanchista propició un Cristo aún más grande. Se acabó así de destrozar las maltrechas estructuras de la fortaleza de Ibn Mardanish. ¿Existe en el país mejor metáfora de la Reconquista?

Entretanto, las ruinas almohades de San Esteban languidecen anegadas tras las últimas lluvias. En cuatro días, los muros de adobe acabarán disueltos bajo la castigada cubierta. Y en cuanto a Monteagudo, siempre saldrá más barato restaurar el Cristo cincuentero y dejar que el tiempo y la desidia disuelvan palacios y fortalezas del entorno.

En Murcia en lo que se dice conciencia de clase, vamos justicos. El personal, si acaso, tiene conciencia de romero, de cofrade, de peñista huertano, de sardinero. Y unas parricas, unos zaragüelles, unos paparajotes y unas palmas a la Morenica, bastan para obviar tantas carencias.

Si acaso, me generó una miaja de pesambre esa maqueta de la catedral que el jardinero Ballesta colocó en la plaza de la Cruz. Consta una audaz e innovadora cronología en la placa: siglos XIV-XVI. Luce código QR, que a smart city no nos gana nadie. Y figura también en braille. ¡Ni los invidentes escaparán a tan atrevida datación! Uno asume que Ballesta tiene sobrada potestad para eliminar de un placazo el recargado imafronte barroco de la plaza de Belluga, los cuerpos superiores de la torre o tantos elementos del siglo XVIII en la catedral. La pesambre viene por estar ya acomodados a contar lo de los cuatrocientos años que llevó acabar tan señero monumento, por la pereza de publicar nueva bibliografía en consonancia con tan soberbia revisión histórica. Y porque, todo hay que decirlo, me pilla ya algo mayor para pergeñar un renovado relato interpretativo de la catedral.

Con todo, ¿no les genera una pizca de desazón que tan audaz reescritura del barroco local, tan atrevida resignificación del Cristo de Monteagudo y tan proverbial despliegue floral puedan quedar sin reconocimiento en las urnas el próximo 26 de mayo?

Dios permita al menos que tras tales comicios, la flor más espigada del jardín político murciano plante sus dos metros en el Moneo y que cierta voz de clara textura ofrezca a tan fiel jardinero una bien merecida saeta de despedida.