El patriarcado ha distribuido desigualmente entre los géneros la importancia de la belleza física. Para los hombres es menos relevante que el poder, la capacidad de dominio y la apariencia de seguridad en sí mismos; en las mujeres, la belleza ha sido el eje de la autoestima hasta la revolución feminista. La imagen de un Berlusconi rodeado de sus veline, esas chicas jóvenes y bellísimas que le acompañaban tanto en su vida privada como en los programas televisivos de sus cadenas, es un ejemplo paradigmático que la película de Paolo Sorrentino, Silvio y los otros (2018), ha convertido en el centro de la caracterización del personaje que encarna Toni Servillo. Por otra parte, un documental de veinticinco minutos, disponible en Vimeo, Il Corpo delle donne, vimeo.com/38264992 (subtítulos en español), muestra de forma espeluznante la representación de las mujeres en la televisión italiana, donde se excluye a la mujer de carne y hueso y se exponen jóvenes hermosas, convertidas en carne, en cuerpo desnudo, en mero atrezzo, un objeto más de los que decoran la escena.

Las mujeres bellas podían aspirar a ser princesas, nos enseñaron los cuentos populares y Walt Disney. Y el mensaje formó, y forma aún, parte esencial de la educación afectiva y de la socialización de las niñas. Ser hermosa era, a priori, obtener un buen premio en la lotería de la vida. La mayoría de las mujeres famosas que conocíamos en nuestra infancia eran actrices de una hermosura deslumbrante, y su triunfo parecía estar ligado en exclusiva a la explotación de su belleza.

Traemos esto a colación para subrayar los enormes beneficios de los cambios que, poco a poco, están transformando este universo. Con la visibilidad de las mujeres en distintos campos de la cultura y de la vida pública, la idea omnipresente de la belleza como requisito indispensable para obtener logros sociales ha dejado lugar a otras características más 'democráticas' y, sobre todo, más interesantes y activas que los dones que la madre naturaleza, por utilizar un socorrido tópico, nos ha otorgado o nos ha privado sin que podamos hacer demasiado por cambiarlos.

La notoriedad alcanzada por mujeres en muchos campos de la ciencia y las artes, mujeres con fisonomías distintas: jóvenes, adultas, en la tercera edad, delgadas, gorditas, feas o hermosas, ofrece a las niñas modelos de referencia múltiples que dejan la belleza en un lugar secundario. En el centro de la escena se coloca ahora otro tipo de bondades vinculadas con el trabajo y el esfuerzo, con la inteligencia, la templanza, la constancia o la habilidad. Deportistas, científicas, directoras de cine, escritoras, pintoras, dramaturgas, aportan a la sociedad sus logros, su visión del mundo, su saber, y no solo una bella imagen.

Aunque parezca manido, este desplazamiento de la belleza a un lugar, aunque todavía no marginal, sí tangencial entre el conjunto de valores que pueden ser admirados en una mujer, otorga a las niñas la libertad de enfrentarse a su vida con un proyecto personal que no pasa por la mirada del otro sobre su cuerpo, sino por su vocación, su deseo y su capacidad de trabajo. Un proyecto, pues, independiente, que las separará del clásico imperativo patriarcal de 'ser para otros', para educarlas en la autonomía y la trascendencia.

Cuando nuestra posibilidad de ser reconocidas y amadas por la comunidad a la que pertenecemos (una necesidad propia de todos los seres humanos, sean del género que sean) no está circunscrita a la apariencia que los genes nos proporcionan, sino que puede conseguirse con la elaboración de un proyecto personal, la experiencia de agencia (esto es, la conciencia de nuestra capacidad de actuar en el mundo) se multiplica: soy la protagonista de mi propia vida y tengo poder para escribir su guion. Y esta posición activa repercute en satisfacción y seguridad en nosotras mismas, beneficiándose también nuestro amor propio.

El espacio público se está llenando de mujeres con anatomías muy heterogéneas que destacan por distintos motivos, poniéndose el foco de su protagonismo en su inteligencia o su buen hacer. Siguiendo su ejemplo, a la larga, como decía la canción, las niñas ya no querrán ser princesas sino astronautas, por poner un ejemplo soñador, y pasarán a escribir ellas mismas su relato. Ángela Carter ya reinterpretó los cuentos clásicos patriarcales en esta misma dirección.

Por supuesto, objetarán con razón, quedan amplios sectores de mujeres que todavía se someten a operaciones de cirugía estética y ponen sus cuerpos en el epicentro de sus vidas. España ocupa el duodécimo país del mundo en operaciones de cirugía estética, un ranking que encabeza EE UU, lo que indica que la presión sobre nuestros cuerpos sigue afectando a muchas mujeres (jóvenes y maduras ), que buscan que su imagen se adecue a los estándares de belleza para aumentar así su autoestima. En todos los países del mundo más del 84% de quienes buscan una transformación corporal son mujeres, lo que indica también que somos nosotras quienes sufrimos con más rigor la presión hacia la norma estética. Pero esto debería cambiar y, pensamos, el camino para hacerlo consiste en visibilizar modelos de mujeres donde la competencia en su trabajo sea el epicentro de su valor, y no su cuerpo.