¿Qué necesitan nuestras ciudades (es decir, nosotros, sus habitantes)? Con frecuencia escuchamos afirmaciones según las cuales la ciudad necesita «ser pensada con perspectiva de género», «ser más sostenible», «crecer y modernizarse», «convertirse en una ciudad inteligente», etc. Se supone, o se dice explícitamente, que eso es lo que necesitan quienes viven en ella por tales o cuales razones (justicia, empleo, progreso€).

Pero a nadie se le escapa que (a veces) buscar justificación en las necesidades de los ciudadanos es un modo de falsear la realidad y hacer pasar como justas o deseables medidas que, en el fondo, no lo son (por razones ecológicas, por ejemplo). También hay quienes reclamaban que su barrio no siguiera partido en dos por las vías del tren, o quienes demandan más recursos para el lugar en donde viven porque éste no satisface las necesidades de sus vecinos (ejemplos conocidos: Plataforma ProSoterramiento y Barriomar). Y ocurre que, de vez en cuando, ciertas demandas nos parecen legítimas y justas, pues intuimos que es del todo inaceptable no satisfacer tales o cuales necesidades (por ejemplo, disponer de una acera por donde andar cómodamente).

Diríamos, por tanto, que no siempre se hace un uso adecuado, bien fundando u honesto de la noción de necesidades. Pero cuando es al contrario consideramos que la demanda no debe ser desatendida. Pues bien, ¿es posible ponerse de acuerdo sobre cuáles son las necesidades que nuestras ciudades deben satisfacer; y aún más: sobre qué formas de satisfacción (qué patrones habitacionales) son aceptables y cuáles son perjudiciales, injustas o falsas?

En este artículo no pretendemos responder a la pregunta sobre lo que necesitan nuestras ciudades, sino compartir una reflexión previa que tiene que ver con los criterios que utilizamos para responder a esa pregunta. Este trabajo previo es imprescindible en cualquier reflexión sobre la ciudad y debería ayudarnos a filtrar muchas falsas ideas que circulan sobre lo que nuestras ciudades necesitan. Convendría disponer, decía Sloterdijk, de una «teoría positiva de la posición íntegra» o «de la vida bien posicionada». Es lo que hemos dado en llamar 'integridad habitacional', tratando de incluir en un mismo marco teórico el diseño de patrones, el problema de la habitabilidad, y la cuestión de las necesidades. Como objetivo, definir los términos de una posible vida buena en el contexto general de la reflexión sobre lo habitacional y la viabilidad ecológica de nuestras ciudades.

Buenos análisis sobre necesidades encontramos muchos. Aquí presentaremos (muy esquemáticamente) las líneas básicas de la teoría de Max-Neef. Cuatro puntos. Primero, una hipótesis: las necesidades «son finitas, pocas y clasificables»; y las hay de dos tipos, que se entrecruzan continuamente: existenciales: ser, tener, hacer, estar; y axiológicas: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad (por ejemplo, la casa sería un patrón habitacional donde, además de las existenciales, se satisfacen necesidades como la protección y el afecto).

Segundo, una distinción entre necesidades y 'bienes', entendiendo por tales el conjunto de objetos, recursos o cosas que utilizamos para satisfacer nuestras necesidades (cemento, petróleo, silicio, carne€), lo cual permite vincular la satisfacción de necesidades con indicadores de impacto ambiental como la huella ecológica. Tercer punto, una noción fundamental: la de 'satisfactores', que Max-Neef propone para diferenciar entre necesidades y (otra cosa muy distinta) la forma o los patrones que utilizamos para su satisfacción (por eso no existe una sola manera de satisfacer una necesidad: el ocio, digamos, estando con la familia o corriendo o leyendo€). De lo cual se deduce (aspecto decisivo) que son los satisfactores, no las necesidades, lo que cabe criticar, corregir, sustituir o bien conservar (si son valiosos).

Porque (cuarto punto) existen buenos y malos satisfactores. Max-Neef denomina a los primeros sinérgicos; y de los segundos identifica cuatro tipos: destructores, pseudo-satisfactores, inhibidores y singulares. Por razones de extensión no podemos explicarlos uno por uno, pero sí señalar la tesis general que se deriva de aquí: puesto que los malos satisfactores perjudican, imposibilitan (a largo plazo) o falsean la satisfacción de necesidades, nuestras ciudades deben avanzar en el diseño e implementación de satisfactores (de lenguajes de patrones, diremos) sinérgicos. Éstos son los únicos 1. que exigen una agencia (o participación ciudadana) de alta calidad; y 2. cuyo funcionamiento depende de que se logre dar cuenta de la pluralidad axiológica que nos define como seres humanos.

Así concluiremos, de acuerdo con 1, que la pregunta sobre lo que necesitan nuestras ciudades requiere, previamente, un examen riguroso de las condiciones bajo las cuales la participación de los ciudadanos para decidir cómo satisfacer sus necesidades puede ser razonablemente virtuosa; y en base a 2, que cualquier ciudad que atienda y cuide la integridad habitacional de quienes viven en ella debe ser una ciudad cuyos lenguajes de patrones hayan sido diseñados para atender y cuidar, de manera ecológicamente viable, la pluralidad de sus necesidades.

Ahora bien, precisamente porque el derecho a una vida buena no es exclusivo de una parte de la población mundial, el sujeto político del enfoque centrado en la 'integridad habitacional' no puede estar determinado por la nación o el Estado, sino por la humanidad en su conjunto y las generaciones que nos han de suceder. Por eso también es inaceptable cualquier forma de organizar nuestras ciudades (o de satisfacer nuestras necesidades) que por razones de insostenibilidad ecológica vuelva imposible nuestra integridad habitacional, la de todos, ahora o en el futuro.