No sé para qué mundo estoy hecha, pero, desde luego, para este no es, y quizá por eso escribo.

Tal vez todo cuanto escribo solo pretende crear un lugar más parecido al que deseo. No estoy hecha para un mundo en el que en verdad no importa lo que de verdad importa.

No estoy hecha para un mundo que vive pendiente de su propio ombligo; un mundo ciego, sordo y mudo ante cualquier problema que no le afecte directamente. No estoy hecha para un mundo al que no le preocupan los demás.

No estoy hecha para un mundo en el que no tenemos claro lo que es justo y en el que, de tenerlo, tampoco sería tan relevante. No estoy hecha para un mundo al que no le importa que algo sea justo, sino rentable.

No estoy hecha para un mundo en el que hay para todos y, sin embargo, no hay para todos.

No estoy hecha para un mundo en el que preocupa más con quién se acuesta alguien que si tiene un techo bajo el que hacerlo.

No estoy hecha para un mundo en el que molesta más un desnudo que el hecho de que una persona carezca de recursos para vestirse.

No estoy hecha para un mundo en el que no eres nadie si no trabajas, en el que algunos tienen varios empleos y otros muchos engrosan la eterna cola del paro.

No estoy hecha para un mundo en el que algunos no saben dónde meter tanto dinero y acaban defraudando a Hacienda o escondiéndolo en paraísos fiscales, mientras que otros no llegan a fin de mes o son penalizados económicamente por tener su cuenta al descubierto. Algo así como si pisásemos el cuello al ya caído o cavásemos un poquito más el agujero en el que el vencido se encuentra.

No estoy hecha para un mundo en el que se te juzga por el envoltorio, en el que se valora lo externo y no tus pensamientos, valores, actos o decisiones.

No estoy hecha para un mundo con infinitas varas de medir, en el que la mejor defensa es un buen ataque y en el que una buena defensa solo está a la mano del que se la puede costear.

No estoy hecha para un mundo en el que no importa lo que se dice sino quién lo dice. No estoy hecha para un mundo en el que importa más cómo lo dices que lo que dices.

No estoy hecha para un mundo en el que todo tiene etiqueta o precio, en el que lo que se desconoce causa miedo, recelo o desprecio.

No estoy hecha para un mundo que persigue a las minorías. No estoy hecha para un mundo anclado en el 'tanto tienes tanto vales'.

No estoy hecha para un mundo en el que el esfuerzo no es sinónimo de éxito y éxito no es sinónimo de felicidad.

No estoy hecha para un mundo en el que los niños, todos los niños, no son felices como niños, cuidados como niños, protegidos como niños, arropados como niños, queridos como niños.

No estoy hecha para un mundo en el que la máxima no es el respeto al otro.

No estoy hecha para un mundo con tantos raseros, en el que no todos gozan de la mismas libertades, derechos, deberes y obligaciones.

No estoy hecha para un mundo en el que uno no está dónde, cómo, cuándo y con quien quiere estar.

No estoy hecha para un mundo en el que dos que se aman duermen en camas separadas. No estoy hecha para un mundo en el que mi día a día transcurre sin ti.

No estoy hecha para un mundo que se agarra a la inmovilidad porque 'las cosas siempre han sido así', 'porque ha de haber pobres para que haya ricos, malos para que haya buenos y guerra para lograr la paz'.

Entonces, comprendo que este mundo esconde más mundos y que, entre la gente gris y egoísta, se encuentran personas maravillosas, que siempre habrá alguien que tratará de mejorar, generosa y altruistamente la vida de los demás sin descuidar la suya propia y la de el de al lado. Siempre habrá personas que dediquen sus esfuerzos, sus conocimientos y su lucha a mejorar las condiciones de vida de los demás.

Así, pues, si no estoy hecha para este mundo, no me queda otra que tratar de hacer un mundo a medida o, al menos, intentarlo.