El Renacimiento es un periodo de enorme interés histórico, filosófico, cultural y artístico; visto desde nuestra orilla parece que la humanidad, tras una larga siesta llamada medievo, se desperezara, se quitara las legañas y se pusiera a pensar y a trabajar retomando lo que dejó a medio en la antigüedad tardía.

Evidentemente, esa visión es un espejismo. Realmente la Edad Media no es esa época oscura y estéril que nos contaron, ni el renacimiento es una verdadera vuelta al pasado. La Historia es una evolución continua en la que cada retorno es una nueva invención. Pero ciertamente el descubrimiento de América y la caída de Constantinopla marcaron un tiempo nuevo en el que el ser humano puso las bases de la futura ciencia, del saber y del conocimiento, lo cual tuvo como causa y consecuencia la exploración de nuevas tierras y el contacto con otras culturas. Ciertamente ese contacto no fue pacífico, los conquistadores españoles y portugueses cometieron actos que hoy consideramos execrables con los nativos americanos (también a la inversa), aunque nada comparables con el exterminio sistemático de los indígenas norteamericanos realizado por anglosajones y vendido luego por Hollywood bajo el género de western.

Personalmente no creo en 'pecados originales' que debamos expiar; creo que cada uno de nosotros es responsable de sus actos, no de los de sus antepasados. Pero si jugamos a las 'responsabilidades históricas' quizás deberíamos hacer algunas matizaciones.

En primer lugar, no se puede juzgar la historia con criterios actuales, ello nos llevaría a un debate estéril que haría pagar a los africanos actuales por invadir el hábitat de los neandertales y provocar su extinción hace 50.000 años; por otro lado, quienes estuvieron en América y colonizaron a los indígenas no son, generalmente nuestros antepasados, sino los ancestros de los actuales habitantes de América. Nuestros antepasados se quedaron en España labrando el duro suelo y aguantando la miseria mientras que los suyos se embarcaron en las carabelas y se fueron a hacer fortuna. Tampoco era la América precolombina el edén de concordia, paz y progreso que a veces nos cuentan, sino un mundo violento, generalmente anclado en el neolítico, en el que se celebraban sacrificios humanos y se libraban terribles guerras.

Por último, la conquista de América no fue la historia de genocidio, violencia y fuego que nos han contado. Resulta que en aquella época Inglaterra aspiraba a formar su propio imperio y luchaba contra la hegemonía de España; para ello rapiñaba los barcos que procedían de América y difundían bulos malintencionados ( fake news) que desacreditaran a España. Así nació, por ejemplo, la leyenda de la Inquisición española.

La historia de la conquista de América incluye episodios de abusos, violaciones, asesinatos y guerras junto con historias de colaboración, mejora de la calidad de vida, establecimiento de redes de sanidad, educación, agricultura y comercio. Nunca antes de la llegada de los españoles, América había sido tan próspera. En muchos casos tampoco lo ha sido, desgraciadamente, después de la independencia.

Pero si la navegación alrededor del mundo y la exploración de tierras desconocidas dio la oportunidad para la formación de las nuevas ciencias (botánica, astronomía, geografía, física), también el encuentro cultural con los nativos de América resultó ser un desafío para la modernización del Derecho. En nuestro mundo actual tenemos asimilado que todos los seres humanos son titulares de derechos por el mero hecho de serlo. El derecho a la vida, a la libertad, a la libre expresión, a la privacidad, a la educación o a la sanidad son derechos humanos, consagrados definitivamente por la Declaración Universal de 1948 y recogidos en las constituciones modernas, pero estos derechos no han existido siempre, ni se admiten en todas las culturas. Se trata precisamente de una evolución del Derecho Romano y de la filosofía cristiana elaborados por juristas españoles ( Bartolomé de las Casas, Francisco de Vitoria, Francisco Suárez) que, a propósito de la conquista de América, y a través de una dura crítica a los abusos cometidos contra los indígenas, elaboraron los fundamentos del Derecho internacional moderno y del Derecho humanitario.

Pedir hoy que el Rey de España haga un acto de contrición por lo que hicieron los españoles en América, además de absurdo, supone pretender abjurar del medio centenar de universidades fundadas por españoles en América (muchas de ellas aún en funcionamiento), renegar de los avances en sanidad, agricultura, comercio e industria que aportaron los conquistadores, así como del Derecho y las instituciones que se exportaron desde España y que desde entonces rigen las sociedades hispanoamericanas. Y sería tan absurdo, en definitiva, como renunciar a la construcción del Derecho internacional y de los derechos humanos que hoy rigen en occidente.