Procuro empezar los temas de mis clases con una pregunta esencial para motivar a los alumnos a buscar una respuesta y que esa motivación sirva de hilo conductor del viaje que hacemos juntos a través del tema. Las preguntas esenciales son además de un método pedagógico una buena guía en la investigación. Ha habido grandes preguntas esenciales en la historia reciente del arte y la cultura que han hecho progresar notablemente el pensamiento feminista. Recuerdo ahora la pregunta programática que se hizo la famosa crítica de arte Linda Nochlin en 1970: ¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?€ Aunque en principio parecía una obviedad, la pregunta de Nochlin ponía en jaque la historia universal del arte y la cultura, al cuestionar la legitimidad del canon con el que ésta había sido construida y señalar cuáles eran los límites estructurales que habían impedido a las mujeres progresar en la producción de bienes artísticos y culturales: desde los roles y los estereotipos del artista genio y bohemio, hasta la imposibilidad de desarrollar sus capacidades al no tener acceso a las escuelas de Bellas Artes.

El hecho es que a la pregunta esencial de Linda Nochlin se fueron sumando otras preguntas resultado de múltiples exclusiones y olvidos. Por ejemplo: ¿por que no ha habido grandes artistas negros, indígenas, de razas no blancas o de otras orientaciones sexuales? En 1985 el Museum of Modern Art de Nueva York (MoMA) celebró una exposición de arte contemporáneo titulada An Internacional Survey of Painting and Sculpture. De los 169 artistas que participaron en ella sólo trece eran mujeres. Delante del museo se manifestó un extraño grupo de mujeres disfrazadas de simios que se hacían llamar Guerrilla Girls y que compartían un sentimiento de frustración al comprobar que a finales de siglo, las diferencias entre los sexos persistían y las mujeres artistas continuaban sin tener un verdadero reconocimiento. A esta primera manifestación ante el MoMA se sucedieron otras acciones de protesta. Así, en 1989 Guerrilla Girls colocó un cartel frente al Metropolitan Museum de Nueva York, que contenía otra gran pregunta esencial: ¿Tienen las mujeres que estar desnudas para entrar en el Metropolitan?

Llevamos tres décadas de estas reivindicaciones feministas y 48 años desde que Linda Nochlin se hizo la primera pregunta esencial. Y el hecho es que las mujeres son la mitad de la población, la mitad de la población con estudios superiores y mayoría en las facultades de Bellas Artes. Sin embargo, los datos sobre la visibilidad de los bienes producidos por mujeres, si tenemos en cuenta, por ejemplo, el último informe MAV (Mujeres en las Artes Visuales) de 2018 sobre la feria de arte contemporáneo ARCO en España, podemos observar que de 1323 artistas expuestos en las galerías que participan en Arco, sólo 335 son mujeres, se trata de un 25,3 %. Esto, por no citar el porcentaje de mujeres que han recibido el premio Cervantes: cinco desde 1976 o el premio Nacional de las Letras Españolas: cinco desde 1984, etc.

El problema del reconocimiento de los bienes culturales producidos por mujeres es un problema de status y de legitimidad. Sencillamente porque las estructuras del conocimiento y de la cultura continúan siendo profundamente androcéntricas. El relato del hombre y de su experiencia domina el mundo.

Y así llegamos, de nuevo, a una de las preguntas esenciales que quiero formular aquí: ¿cómo es posible que las mujeres, siendo las mayores consumidoras de cultura (Anuario de Estadísticas Culturales 2018), sigan en desventaja respecto a la creación, distribución, difusión y legitimidad de los bienes culturales que producen? Formulada de otra manera: ¿por qué los bienes culturales producidos por mujeres no tienen la misma visibilidad y el mismo reconocimiento que los bienes culturales producidos por los hombres?

Sin duda, uno de los grandes temas del pensamiento político contemporáneo gira en torno al problema de la diversidad, a la cuestión de cómo atender la demanda de reconocimiento de derechos identitarios y culturales por los que pugnan diversos colectivos en el espacio social. La pensadora feminista Nancy Frasser sostiene que, en este escenario, las luchas por la porción de espacio y visibilidad entre todas las experiencias identitarias, especialmente subordinadas y estigmatizadas, pone en marcha el mecanismo institucional de reconocimiento e inclusión mediante el cual el poder legitima la diversidad vulnerable. Para ello, sostiene Frasser, es tan importante que se enfoque no sólo la dimensión redistributiva, es decir, atender a las condiciones materiales, sino también la dimensión del reconocimiento. Considerar el reconocimiento como una cuestión de justicia social equivale a tratarlo como un asunto de estatus y esto significa, pues, examinar los patrones de valores culturales institucionalizados y su efectos sobre el estatus de los actores sociales.

Si estos patrones culturales consideran a otros actores como inferiores, excluidos o miembros no plenos del espacio social, entonces se trata de subordinación y falta de reconocimiento.

Por ello, la igualdad no es sólo un problema de paridad. Como bien expresó la critica de arte americana Griselda Pollock, no basta con añadir nombres de mujeres a la historia del arte para concluir que se ha alcanzado la igualdad. Se necesitan cambios más profundos en los valores culturales y en el canon que los legitima. Es una lucha, no solo por los medios y modos de producción, sino por la hegemonía cultural y sus formas simbólicas de legitimidad.