Hay casos y cosas que la historia (con minúscula) no recoge, pero que es necesario conocerlas, reconocerlas y recogerlas para que la Historia (con mayúscula) se escriba con todo su auténtico sentido. Todos sabemos, y los historiadores serios y formales, como mi amigo Laureano, saben de sobra, que la historia suelen escribirla los que mandan, suelen difundirla los que pueden, y suelen aprenderla los que quieren. Pero que, habitualmente, desde la óptica del vencedor a la del perdedor va un abismo, como existe otro entre el que la lee para saber la verdad y el que la lee, pero dándole igual la verdad. El primero de ellos, acostumbra a investigar en el tiempo y en el espacio para saber y conocer. Al segundo le da lo mismo que le endilguen una historia más falsa que un decorado de cartón piedra. Incluso bien puede ser que le interese defender una mentira por cuestiones políticas o de influencia o poder. Hoy tenemos en este país al que aún llaman España, diecisiete historias fraudulentas, retorcidas, manipuladas y apañadas, de una sola que llegó a ser, como la patria contrahecha por cuarenta años de dictadura, una, grande y libre, según el cuento de la pipa rota.

Hace poco salió a la luz un documento estremecedor de una docena de páginas, escritas como testamente político, de lealtades, amistades, e incluso de ámbito familiar, como alegato de defensa ante el Tribunal Militar que lo juzgó, de un tal Ricardo de la Puente Bahamonde, jefe de la fuerza aérea del norte de África, primo-hermano de Francisco Franco y Bahamonde (su parecido físico es asombroso), que fue fusilado por negarse a rendir el aeropuerto de Tetuán a su primo y permanecer leal al Gobierno legalmente constituido, al que juró acatamiento y lealtad, cuando su primo Paco, que también hizo el mismo juramento, quiso aterrizar allí con su Dragón Rapide, procedente de Casablanca, para iniciar el levantamiento militar. Se habían criado juntos, compartido juegos y crecido uno al lado del otro, y se querían como hermanos. Pero, ya se sabe lo del cainita refrán: hay buena o mala querencia según la intendencia. Y aquí falló la intendencia a una de las partes.

A Ricardo de la Puente, «el primo al que quería más que a un hermano», según un familiar común cercano a ambos, lo fusilaron el 3 de agosto de 1936, un par de semanas después de la rebelión armada propiciada por su cosanguíneo, que, desde Ceuta, se lavó sus (sucias) manos manchadas con la primera sangre, de la suya propia. En adelante, él sería el Caudillo, Generalísimo por la gracia de Dios, bendecido por todos, seguidores y sometidos, y por la santa madre Iglesia. Y comenzó una Historia de fieles, leales, traidores, rebeldes y malditos que la historia más rastrera confundió y mezcló?

La crónica dice que el 18 de Julio los regulares sitiaron el tal aeropuerto obteniendo una resistencia que vencieron con un bombardeo sin cuartel. De la Puente enarboló personalmente la bandera blanca cuando ya no pudo resistir ni defender su posición, salvando la vida de los que estaban con él. Franco, recién aterrizado en Samia Ramet, fue informado de la detención de su primo más amado. Tras enviarlo a la prisión de El Hacho, él mismo le montó un sumarísimo sin garantías procesales ningunas, y en quince días se lo quitó de en medio? En cuanto a lo de la frase hecha de 'el juicio de la historia' que tanto utilizaron los exégetas del régimen en la dictadura, en sus comentarios, artículos, soflamas y textos 'históricos', habría que preguntarse: ¿qué tipo de juicio, y a qué clase de historia? Y, una vez analizado bajo unas mínimas garantías de rigor y equidad, entonces poder emitir un parecer deseablemente equilibrado.

En este ejemplo de muestra, sacado de nuestra más reciente historia, se ilustra perfectamente lo que decía al principio. Que la Historia con mayúscula, la auténtica, la legítima, la verdadera y genuina, está enterrada entre docenas de falsas historias, manipulada, disfrazada y retorcida entre pliegues y capas de intereses espurios de los que ostentan el poder de contarla sin posibilidad de desmentido, de réplica, ni de oposición ni matización alguna. La Historia puede ser cualquier cosa menos dogmática. En el momento en que se enseña bajo dogma es la mejor prueba de que esa historia no es la verdadera Historia. Que es la falsa.

Por eso de que se requieren historiadores libres, no adocenados, ni apesebrados. Historiadores puros y limpios, en los que su fidelidad a la Historia esté por encima de sus servilismos políticos y/o administrativos. Como es también el caso del autor del libro que da a luz la pequeña historia en la que hoy me apoyo. Un tal P. Corral, periodista y político cercano al PP, en su obra Esto no estaba en mi libro de la Guerra Civil, editado por Almuzara, donde ha primado la rigurosidad histórica a la afinidad política. Y es que la Historia no está hecha permanentemente de blancos y negros. Mentira. Se está haciendo cada día de infinidad de grises y matices distintos, e incluso, muchos, de opuestos. Y casi siempre, ni los santos, ni los mártires, ni los héroes, tienen cabida en ella.

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