La relación de las mujeres con la filosofía nunca ha sido idílica, más bien todo lo contrario. Son pocas las mujeres que han destacado en el mundo de la filosofía y las que lo han hecho, con alguna puntual excepción, han quedado relegadas al olvido, porque haberlas las ha habido.

Sin embargo, en este artículo no vamos a hablar de pensadoras olvidadas, sino de lo que los filósofos hombres, en este caso sí reconocidos como tales y encumbrados a lo más alto de la historia del pensamiento, argumentaron en algún momento sobre las mujeres.

Ana de Miguel nos habla de dos corrientes entre las distintas opiniones que podemos encontrar sobre las mujeres en el pensamiento de los filósofos hombres. En este sentido podemos hacer la distinción entre machistas misóginos, es decir, aquellos que, si pudieran, nos harían desaparecer de la faz de la tierra, y machistas no misóginos, los que, aunque considerándonos inferiores, encuentran la utilidad de la mitad de la humanidad y, por lo tanto, son condescendientes con las mujeres.

El peor de todos, sin duda, dentro de la primera clasificación, es Schopenhauer: «Las mujeres son la astucia de la especie para que el ser humano real, que es el hombre, se reproduzca, cosa que por su inteligencia no haría». La filósofa Ana de Miguel lo conceptualiza de la siguiente manera: «La chica es la tentación para que el hombre haga lo que en sus cabales no haría». Sin embargo, incluso a Schopenhauer debemos agradecerle que, al menos, nos conceda el don de perpetuar la especie, aunque para el pensador pesimista, la vida es un sinsentido lleno de dolor y sufrimiento, por lo que la conclusión podría ser que la mujer es la culpable de tal martirio.

Nietzsche, sucesor de algunas de las teorías de Schopenhauer, fue igualmente un misógino empedernido. Sin embargo, contradictoriamente, también fue un enamoradizo obsesivo. Entre sus amores más conocidos podemos destacar a Lou Andrea Salomé o Cosima Wagner. A la primera de ellas, una mujer nada usual para la época, intelectual y autora de una obra extensa que apenas ha trascendido, llegó a pedirle matrimonio, propuesta que ella rechazó. ¿Pudo ser el despecho lo que llevo a escribir aforismos como estos?: «El hombre ama dos cosas: el peligro y el juego. Por eso ama a la mujer, el más peligroso de los juegos» o «Hasta aquí hemos sido muy corteses con las mujeres. Pero, ¡ay! llegará el día en que para tratar con una mujer habrá primero que pegarle en la boca». ¿Se puede ser más despectivo?

Para Ana de Miguel, Jean Jacques Rousseau es el que más delito tiene, porque siendo el pensador de la igualdad y de la equidad en sentido económico y social, no se plantea en ningún momento la igualdad de género. Rousseau era un adelantado a su época y tuvo una gran influencia en la concepción del mundo que adoptó poco después la Ilustración. Para este pensador el hombre (y no la mujer) es bueno por naturaleza, la sociedad es la que lo corrompe. En su obra Emilio enumera los consejos pedagógicos que se deben seguir para preservar esa bondad natural en los niños (no en las niñas). La educación de las mujeres, que también plantea en este tratado, tiene exclusivamente la finalidad de ayudar en esta tarea, en cuanto cuidadoras principales de los niños que serán hombres en un futuro. A las mujeres no nos otorga la posibilidad de ser buenas ni malas, esta disertación moral queda por encima de nuestras posibilidades.

En el mismo sentido habla Kant: «Las mujeres evitarán lo bajo no porque esté mal, sino porque es feo... ¡Nada de deber, nada de apremio, nada de obligación!... Hacen algo sólo porque les place... Me cuesta creer que el bello sexo sea capaz de tener principios». Kant con sus palabras nos está negando cualquier criterio ético, eso sí, nos concede el estético, con el que atinaremos a apreciar lo bueno si coincide con lo bello; en caso contrario, estaremos condenadas.

Algo más conciliador con las mujeres es el marxismo. Marx y Engels, en el Manifiesto comunista, dan a la mujer el tratamiento de persona y, como tal, el derecho al trabajo asalariado. Engels, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, equiparaba la dominación de clase con la dominación de la mujer por el hombre. Sin embargo, más adelante, la lucha de las mujeres quedaría subordinada a la lucha de clases, pasando a un segundo plano, hasta el punto de que, como ejemplo de esto, en la Rusia comunista estuvo prohibido el feminismo.

Stuart Mill fue defensor del sufragismo. Intentó, sin éxito, modificar la ley electoral sustituyendo la palabra 'hombre' por 'persona', con la finalidad de abrir el voto a las mujeres. Criticó la institución del matrimonio tradicional como opresora para la mujer e hizo de su matrimonio con Harriet Taylor Mill, un acuerdo en el que primara la pasión, el cariño, la complicidad y la confianza entre iguales.

Pensad que ya nos encontramos a mitad del siglo XIX y que el activismo sufragista ya había comenzado a dejar su impronta en algunas conciencias. No es baladí que tanto Engels como Stuart Mill compartieran su vida con mujeres feministas que, sin duda, influyeron en ellos.

No habría espacio suficiente en este artículo para repasar todas las opiniones de filósofos sobre las mujeres en sentido peyorativo, y menos aún profundizar en todas ellas. Tan sólo hemos señalado algunas de las más representativas, pero suficientes para revelar un panorama desolador. Teniendo en cuenta que quienes hablan eran considerados sabios, hombres dotados de inteligencias sobresalientes, que han reflexionado sobre los principales interrogantes de la humanidad, sus opiniones sobre las mujeres podrían inducirnos, a más de una, a cortarnos las venas por haber tenido la desgracia de nacer hembras. Pensemos, como consuelo, que el gran sistema patriarcal cala hondo y que ni los grandes pensadores de la historia fueron capaces de abstraerse de su trampa, escapar de sus garras; que la mayoría de ellos, en realidad, fueron desconocedores de lo femenino, en momentos en los que, de forma general, las mujeres que los rodearon, no tuvieron oportunidad de demostrar su valía ni ellos la predisposición de valorarlas. Nos queda la esperanza de que, quizá, sólo quizá, si hubiesen vivido en la actualidad, hubieran modificado sus planteamientos.