Agotamiento y muerte afloran ya en las primeras líneas del sobrecogedor Diario escrito en los oscuros días del gueto de Varsovia por Janusz Korczak, judío polaco, destacado pedagogo, escritor y pediatra muerto en el campo de Treblinka. De lúgubre y agobiante califica este autor la literatura memorialística, pues en ella pronto se pasa del ascenso y la superación de los obstáculos durante la juventud hacia el mundo amesetado y llano, carente de entusiasmo que abre las puertas a la madurez primero y a la vejez después. Ya los primeros recuerdos de la infancia anuncian visiones de muerte.

En su diario se recoge toda la dedicación que brindó a los huérfanos durante la guerra en Varsovia, labor que había que hacer incluso sin esperanza y en medio de las mayores dificultades materiales y de la máxima angustia moral. Sin embargo, en este diario hay un profundo ejercicio de introspección, no de crónica ni de relato de las condiciones de vida bajo la dominación nazi. No se detiene a manchar el papel vertiendo sobre él padecimientos de otros aprovechando las lágrimas o la sangre de los demás, pues «cuando describimos el dolor ajeno es como si robáramos, y con si nos aprovecháramos de la desgracia del otro? bastante tenemos con la nuestra». Para el autor resulta demasiado cómodo acostumbrarse al dolor de los demás. Y así Korczak habla fundamentalmente en primera persona de sus recuerdos anteriores a la ocupación alemana; de las penosas condiciones con las que trabajan él y sus colaboradores en el orfanato del gueto en el momento en que escribe; de la carencia de medicinas y alimentos; de los habituales controles de peso y temperatura, las enfermedades y la mortalidad de los niños. También refiere sueños, transcribe cartas, introduce reflexiones sobre la vida y el destino de la humanidad inmersa en una guerra que al parecer no tiene fin, o al menos eso creen las criaturas a su cargo. A éstas les pide que escriban y lleven ellos también diarios, es el valor liberador y terapéutico de la escritura. Casi ningún niño cree que pueda llegar a adulto o a ver un mundo sin guerra. Son demasiado pequeños, anota, para recordar la paz.

En dichas condiciones las personas experimentan, sufren y aprenden en un día lo que otros en décadas enteras de una vida más sencilla y vivida bajo amenazas menos graves. Todos los días son como un cuaderno grueso lleno de enseñanzas. Es el amargo cáliz que llena de sabiduría, es decir, de dolor, una vida haciéndola plena. Él mismo reconoce que en su juventud, igual que el gran poeta polaco Juliusz Slowacki, había pedido a Dios, en plena exaltación, una vida dura pero interesante, hermosa, rica y excelsa. Ahora que la tenía no podía lamentarlo, la plenitud y belleza de su vida había consistido en dedicarla a los más débiles, a los huérfanos de Varsovia que padecían todo tipo de males bajo la tiranía de la represión racial en vísperas de su exterminio final. Con ellos comparte la desgana, el miedo, la tristeza.

De manera sencilla, dura y terrible anota: «Respondiendo a sus confesiones, comparto con ellos las mías de igual a igual. Nuestras vivencias comunes, las suyas y las mías». Aquí el adulto y el niño se igualan en el dolor. En medio de este panorama oscuro se suceden reflexiones graves con un punto de sarcasmo sobre la eutanasia y la esterilización, sobre las anodinas consecuencias de un progreso material indefinido; se engarzan variopintos testimonios literarios como informes y comunicados sobre el estado del orfanato y la condición física de los niños cuya salud es cada vez más frágil; o relatos como la historia del profesor Zi que desde un lejano planeta puede, en virtud de una extraordinaria tecnología, examinar la condición moral de la humanidad generadora de escombros, guerras y batallas. Tan privilegiado observador debe concluir que la Tierra es todavía un planeta joven y que los comienzos son dolorosos.

El diario se detiene abruptamente porque la marcha arrolladora de la historia pone fin al flujo de pensamientos que este hombre excepcional dejaba sobre el papel, no sin antes habernos advertido que un niño sabe morir con «dignidad, madurez y sapiencia», o constatando el debilitamiento, en él y en los pequeños, del simple instinto de supervivencia. Pero no es tan sencillo exterminar la vida. En el diario también se recoge la extraordinaria revitalización de los pequeños simplemente al escenificar un cuento como El gato con botas; o las palabras de fortaleza y esperanza que Korczak pone en boca de Moisés reflexionando con ocasión de la fiesta de pésaj con la que se conmemora la huida de Egipto: «Te exijo, te ordeno, que quieras ser un hombre libre».