Esta semana he escuchado en varias ocasiones y en medios diferentes noticias sobre pájaros. He oído hablar de pájaros y he escuchado pájaros como todas las mañanas cuando me levanto cerca del Garruchal.

Dice una amiga arquitecta urbanista que en Murcia tenemos suerte porque todavía podemos escuchar a los pájaros. En nuestros jardines urbanos y sobre todo en la zona periurbana, encontramos merlas o mirlos, tórtolas, palomas, gorriones, alguna lechuza, cernícalos y tordos. Seguro que más afuera, ya en las sierras que rodean al valle hay más tipos de aves, pero en lo que se refiere al ámbito urbano podríamos decir que aún estamos a salvo de la invasión de periquitos, agapornis y pájaros extranjeros.

Las noticias de estos días sobre estos animalillos van en dos sentidos contrapuestos, por un lado hablaban de los estudios sobre la desaparición de millones de gorriones en nuestras ciudades y por otro se da cuenta de las iniciativas municipales para erradicar la plaga de palomas que arrasa con nuestros edificios y transmiten enfermedades.

Remontémonos a nuestro pasado medieval, que es mi referente cultural y veamos qué pasaba con las aves. Tres fueron los tipos de pájaros considerados como plagas en nuestro entorno murciano: los gorriones, los tordos y las cornejas. Es rara la ocasión en la que se cita en los documentos a las palomas como plaga. Durante la Edad Media los palomares se consideran fuente de riqueza, tanto por su crianza como por sus detritus. Una vez perdida esa utilidad, hoy solo los colombicultores y los turistas con sus fotos tienen a las palomas como aves amigables.

Desde siempre los gorriones han sido los pajarillos más habituados a vivir entre las personas y en ambientes urbanos, por lo que eran los causantes de grandes destrozos en las cosechas de cereal y en los frutales. Los tordos fueron el azote de los olivares.

Durante toda la Edad Media se fomentó el usó de las redes y de todo tipo de artilugios para capturar gorriones, incluso se recurrió a la destrucción de sus nidos para intentar frenar su reproducción. En 1376, se presenta un tal Miguel Torner al Concejo de Murcia, diciendo que era experto matador de gorriones pero que no tenía los recursos para ello. Por eso solicita la Ayuntamiento que le provea de redes. En las actas capitulares sobre este negocio se indica que se le pagarán cinco maravedís por cada millar de pájaros que cazase. En esos años del siglo XIV, parece ser que la invasión de estos pájaros fue tal que el Concejo dicta una derrama entre todos los vecinos de la ciudad a razón de medio maravedí por casa, para pagar a todo aquel que quisiera matar los pájaros que se reproducían por doquier y permite el uso de redes para ello. Hoy, según el artículo 9 de la Directiva de Aves y el 58 de la Ley de Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, sólo puede autorizarse la captura de las especies no cinegéticas en casos excepcionales, tras demostrarse los efectos sobre la salud de las personas o daños a cultivos. Cazar especies silvestres con métodos prohibidos, como las redes, con un carácter no selectivo y masivo es delito contra la fauna y puede suponer para los infractores una pena de prisión de hasta dos años.

Las plagas de gorriones fueron constantes en el XV en el campo murciano y a mediados de siglo el corregidor de turno da orden para que los chavales de quince años o más de la ciudad de Murcia saliesen a la huerta a romper todos los nidos que pudiesen e incluso se impone una multa a aquel que no lo hiciese. Cuando la plaga era de langosta la cosa cambiaba. Los gorriones se convertían en elementos exterminadores. En esos casos lo que el Concejo indica es que se labren los campos para que los gorriones se comiesen las larvas de la langosta.

A todos estos recursos paliativos se unían las rogativas, las misas y el socorrido remedio de esparcir por los campos el agua procedente del baño de la Cruz de Caravaca.

En este asunto, como en casi todos, encontramos mujeres. En 1454 el Concejo de Murcia manda buscar a una mujer vecina de Almagro, que en aquel momento se encontraba en Cartagena, para que viniese a Murcia, ya que sabía conjurar a la langosta.

Cualquier remedio era válido.