Lo cierto y verdad es que no soy muy optimista con la polarización partidista que estamos viviendo. Observamos personas maduras y formadas incapaces de desligar la idología, del líder; las siglas, del líder; lo que genera una miopía perversa, pues a veces, el líder está ocupando las siglas y secuestrando la ideología€ Yo soy de derechas, por lo tanto, cualquier líder de derechas es lo mejor, y todos los de izquierdas, lo peor. O al contrario, me considero de izquierdas, luego todo líder político de izquierdas es bueno, y todo político de derechas es malo. El cerrar los ojos y negarse a ver que la realidad no es tan simple ni tan simplista da la medida de carencia de objetividad que tenemos.

Porque hay (y hoy más que nunca) políticos nefastos a uno y otro lado del espectro ideológico, que, en vez de ser censurados y removidos para mejorar esa opción política, por el contrario, son justificados en sus fascinerías, y cerradas las filas alrededor de sus mediocres figuras. Es la opción más segura de dañar nuestra propia ideología, de la que tanto nos gusta presumir. Pero es dudoso, muy dudoso, que seamos como decimos que somos. Al final, es simple clientelismo de costumbre.

En la actualidad, tenemos un panorama desolador. Unos líderes de la derecha cavernícolas, escorados a un nacionalcatolicismo fantasmal, sin la más mínima ética (la ética no es de izquierdas ni de derechas), y abandonados a una demagogia que espanta. Como unos líderes de izquierdas, oportunistas, trileros, capaces de crucificar la coherencia por conservar un poder espurio, mentirosos en sus planteamientos y cambiantes en sus actitudes. Pero ningún fan es capaz de ver con claridad lo que tienen en las madrigueras de sus siglas, y todos ellos se aprestan a atacar todo lo atacable del contrario y a defender lo indefendible del propio, todo lo injustificable€ Y eso, será todo lo que ellos quieren que sea, de acuerdo, pero no es ser consecuente con la realidad. Hemos construido unos clisés de nosotros mismos y ya no sabemos, o no queremos, o no podemos, ver más allá de ellos mismos. Nos atrincheramos en nuestros daguerrotipos y disparamos contra todo aquel que no piense linealmente como nosotros (incluso aunque sea 'de los nuestros') y lo etiquetamos como contrario, y como traidor si no cumple con el dogma propio ante el sacramento de la urna.

Hace unas cuantas décadas, cuando este servidor de ustedes militaba en inagradecidos campos representativos, en el fragor de mis infructuosas batallas, recuerdo cómo desde los campos opuestos de aquel circo, me recordaban inmisericordemente mi desubicación todos los días. Desde el lado de los sindicatos con los que, de vez en cuando, me tocaba lidiar, yo era el 'empresario', dicho con toda intención peyorativa de derechón fascista y explotador, mientras desde mis propias filas se me tenía y decía como el 'empresario rojo'€ Aquí debo reconocer que hubo un sindicalista profundo, de raza y de base, con el que charlaba a menudo, que me conocía y reconocía, y respetaba, como nadie supo, o quiso, hacerlo. Y al que quiero nombrar, Prieto, para así poder desde aquí honrar su memoria€ Yo sé perfectamente quién soy y lo que soy. Mis vivencias de posguerra y mi sangre de familia me marcan y condicionan de sobra. Y no puedo dejar de ser como soy. Por eso me importa un jodido bledo que los demás, próximos o lejanos, amigos o enemigos, me etiquetan por la única razón de que les haga la ola o no se la haga, de que me alinee con sus estrechos parámetros, o no, de que vea por sus anteojeras o tenga las mías propias, de que me adapte a sus dogmas, o de que vaya por libre.

Desde aquellos primeros tiempos en que los españoles estrenamos democracia acá, hemos cambiado a peor. En aquellas originarias campañas, aquellos mítines puros y limpios, prístinos, eran respetuosos, amistosos, leales, incluso colaborativos entre sí. Se hacían abiertos a la ciudadanía, no solo para los lobeznos de la camada, como ahora, y cada ciudadano iba al uno y su contrario, y comparaba€ Salías a la calle en elecciones y era una fiesta, sin resabios ni veneno alguno. Algunos quedamos que vivimos aquello, aún podemos dar fé de ello. Hoy, sin embargo, son sucios, tramposos, desleales, navajeros, insultantes e insultadores, trileros y zancadilleros. Nuestros dudosos líderes nos han contagiado su peor estilo. Y no tendríamos que caer en la tenebrosa trampa que nos tiende la partitocracia secuestradora de la democracia.

Por eso me entristece mucho cuando veo a tanta gente que vivió aquello conmigo, encorsetados en un dogma trasnochado que no los deja ejercer la crítica con ecuanimidad, que los mantiene ciegos en su propia caverna, grabadas las siglas en el dintel, que se privan a sí mismos de una mirada amplia, de altura, de lejanía, con la suficiente perspectiva como para permitirse una mirada libre de perjuicios y prejuicios.

Y como conozco mis propios pecados, conozco los pecados de los míos. Y como los reconozco, los confieso, no se los traslado a los que creo mis enemigos, que a lo mejor tampoco lo son€ Así que el día en que todos, pero todos, nos arranquemos nuestras vendas familiares de los ojos, y todos juntos desterremos a nuestros propios fantasmas que vampirizan nuestras creencias, y elijamos los mejores de cada opción, haremos un país próspero y de concordia. Mientras tanto, seguiremos hundiéndonos en nuestra cada vez más miserable y rencorosa cortedad de miras.